Papá por Correspondencia

Capítulo 10

El timbre cortó el silencio de la casa como un disparo. Isabel, que estaba intentando concentrarse en un diseño que se le resistía, se sobresaltó tan violentamente que el lápiz digital se le escapó de los dedos y rodó por el suelo.

El corazón le dio un vuelco y se instaló en su garganta, latiendo con un ritmo salvaje. No es el hombre del coche gris. No es el corredor. Se repitió el mantra mientras se acercaba a la puerta con pasos que pretendían ser firmes. Pero al asomarse por la mirilla, el nuevo fantasma que apareció fue, en cierto modo, más aterrador que los anteriores.

El hombre era la antítesis de sus expectativas. Joven, con un traje barato pero limpio, y una expresión de aburrida formalidad. No era la mirada de un matón, sino la de un burócrata. Y eso lo hacía creíble. La identificación que presionaba contra el cristal parecía legítima: Servicios Sociales del Condado de Queens. Sr. Evans.

—¿Isabel Martínez? —repitió la voz, impaciente.

Por un instante de puro pánico, consideró no abrir. Hacerse la desentendida. Pero la mención de Sofía, y luego, de forma tan brutal y gratuita, de Carlos, le selló el destino. Los Servicios Sociales no mencionaban a un padre fallecido a no ser que la cosa fuera grave. Muy grave.

Con manos temblorosas, descorrió el cerrojo y abrió la puerta lo justo para mostrar su rostro pálido.

—Soy yo —dijo, su voz apenas un hilo.

—Sr. Evans —se presentó él de nuevo, sin ofrecer una sonrisa. Su mirada escudriñó más allá de ella, escaneando el pequeño salón con una eficiencia que a Isabel le pareció obscena—. Llego por una denuncia anónima recibida esta mañana.

Isabel sintió que el suelo se inclinaba bajo sus pies. ¿Una denuncia?

—¿Una... denuncia? ¿Sobre qué?

Evans abrió su carpeta de cuero y extrajo una hoja impresa.

—Se alega negligencia emocional y potencial riesgo para la estabilidad mental de la menor, Sofía Martínez. La denuncia menciona un comportamiento inapropiado por su parte, alentando a su hija a contactar con extraños a través de cartas dirigidas a domicilios particulares de alto standing. También se hace referencia a su estado emocional tras el fallecimiento de su esposo, sugiriendo una inestabilidad que podría afectar a su capacidad para cuidar de la niña.

Cada palabra era un martillazo. Isabel tuvo que agarrarse del marco de la puerta para no caerse. El mundo se redujo a la fría cara del funcionario y a las letras negras sobre el papel blanco. Alguien lo sabía. Alguien no solo sabía de la carta, sino que conocía los detalles más íntimos de su duelo, de su lucha. Y lo estaba usando como un arma.

—Eso... eso es mentira —logró balbucear, sintiendo cómo el pánico le cerraba la garganta—. Es una distorsión malintencionada. Mi hija escribió una carta por su cuenta, yo...

—¿Reconoce, entonces, el hecho de que su hija envió una carta a un desconocido? —preguntó Evans, alzando una ceja mientras tomaba notas en un pequeño bloc.

—¡No fue así! Fue a... una casa vacía. Ella cree... creía que era un castillo. Es una fantasía de niña —la voz le quebró, traicionándola.

—Las fantasías son una cosa, Sra. Martínez. Alentar el contacto con extraños es otra muy distinta. Y en cuanto a su estado emocional... —su mirada fría se posó en ella, evaluando sus ojos enrojecidos, su postura vulnerable—. ¿Está recibiendo algún tipo de apoyo psicológico para lidiar con su pérdida?

Isabel sintió una oleada de rabia impotente. ¿Este hombre, este completo extraño, se atrevía a juzgar su dolor, a usar el recuerdo de Carlos como un punto en una lista de verificación?

—No es asunto suyo —consiguió decir, con una chispa de su antigua firmeza.

—En realidad, lo es —replicó él con calma, cerrando su bloc—. Esto no es una investigación formal aún, es una visita preliminar. Pero debo advertirle que si recibimos más quejas o encontramos fundamento a estas alegaciones, se podría abrir un expediente. En casos extremos, se evalúa la custodia.

La palabra "custodia" resonó en el aire como una campana de muerte. Isabel palideció aún más, si cabía. Todo lo que había luchado, todo el dolor que había soportado para mantener a salvo a su hija, podía desmoronarse por una denuncia anónima y maliciosa.

—¿Quién...? —trató de preguntar, pero la voz le falló.

—Las denuncias anónimas son confidenciales —cortó Evans—. Le recomiendo que reflexione sobre el entorno de su hija y las influencias a las que la expone. Buen día, Sra. Martínez.

Y con una frialdad devastadora, dio media vuelta y se marchó, dejando a Isabel temblando en el umbral de su casa, con el mundo hecho añicos a sus pies.

---

En ese mismo momento, a sesenta millas de distancia, Vittorio estaba en el helicóptero que lo llevaba de Manhattan a una reunión en Connecticut. Miraba el perfil de la ciudad desvaneciéndose, pero su mente estaba en Idabel. La conversación con Esmeralda aún le resonaba. "Eres más frágil de lo que pretendes".

Su teléfono seguro, conectado al sistema de audio del helicóptero, vibró. Era Marco.

—Signore, disculpe la interrupción. Hay un desarrollo urgente.

—Dime —respondió Vittorio, su voz tapada por el ruido de los rotores.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.