Papi, estoy de regreso |sueños oscuros #1|

2º Manzana y canela

El hombre estaba de rodillas frente al ya un poco putrefacto cadáver de su hija. El cuerpo le temblaba con fervor, aunque al fin las lágrimas habían dejado de humedecer su rostro, y ahora sólo una mirada fría y vacía se revelaba en sus ojos.

Su piel, pálida y reseca, presentaba marcas de rasguños y mordidas que él mismo se había realizado durante toda la jornada de su llanto. El dolor por la pérdida de su primera y única hija, había desencadenado en él un fuerte ataque psicótico, encontrando alivio en herirse a sí mismo hasta ver la sangre brotar de sus venas.

Una vez que el ataque cesó, no hizo más que permanecer estático en su lugar, todavía con las uñas de todos sus dedos clavados en la piel de sus muslos. Mientras, aquella voz susurrante de su cabeza que siempre intentaba acallar con medicamentos, le hablaba más fuerte que nunca.

La pena en su corazón había matado lo que le quedaba de cordura, para reemplazar su lucidez con ideas siniestras.

Se llevó las manos a la cabeza, presionándola con fuerza, como si intentase no escuchar nada de lo que la locura le decía. A pesar de ello era imposible evitarlo, pues esa voz estaba tan adentrada en su mente, que parecía gritar dentro de sus oídos para hacerse escuchar.

—Quieres recuperar a tu hija ¿no? —le decía la siniestra voz de su cabeza—. Podemos traerla de vuelta, pero para lograrlo sólo hace falta un pequeño sacrificio.

—Sacrificio —repitió el hombre con tono sombrío, bajando las manos y enfocando la vista en el inerte cuerpo de su pequeña, entregándose a los brazos de la locura.

«Pequeño sacrificio», pensó en silencio. Quizá si empleaba el mismo principio de la alquimia, podría volver a abrazar a su hija pero… ¿qué podría dar a cambio? Ni tardo ni perezoso la imagen de una niña se dibujó dentro de su cabeza; una niña con un rizado cabello negro, piel clara y muy encantadora.

—Susana —pronunció deslizando por sus labios cada letra, y ladeó la cabeza con una expresión demencial. Quizá, quizá si él…

Sabes qué hacer —susurró la voz, pero ésta vez, no la escuchó dentro de sus oídos sino fuera de ellos, como si una sombra negra de maldad se posara sobre su hombro para hablarle justo al oído—. Hazlo y yo te regresaré a tu hija.

Estaba decidido a traerla de vuelta sin importar el costo.

El hombre se levantó del suelo con una sonrisa de medio lado que demostraba que había perdido el juicio, para caminar hasta la cocina y tomar una cuchara, sujetándola por la cabeza con el fin de dejar libre el mango. Regresó con calma hasta donde yacía el cadáver de su hija y se inclinó hacia ella.

—Los ojos son la ventana del alma —murmuró alzando la cuchara sobre su cabeza—. Tú perdiste la tuya, mi pequeñita, pero yo te ayudaré a conseguir otra.

Empuñó con más fuerza el utensilio al tiempo que acariciaba el cabello de Jenny, y con un movimiento rápido, lo clavó en su rostro para sacarle los ojos, dejándole en su lugar dos enormes cuencas negra por las cuales algo de sangre de color café y olor fétido se deslizaba.

—Yo haré que vuelvas. —le prometió con un tono dulce y lleno de amor.

 

 

Víctor se encontraba sentado en el sofá de la sala, con las piernas cruzadas sobre este y la mirada puesta en Susy, mientras ella se dedicaba a jugar con sus peluches sentada en el suelo.

El motivo por el cual le encantaba mirarla jugar, no sólo era por la viva imaginación que poseía, creándose escenarios complejos e incluso excitantes, con mucha más trama y un desenlace mejor desarrollado que muchas películas que veía por televisión. Sino que, muy aparte de eso, le gustaba mirarla porque durante sus juegos, se dibujaba en sus labios una sonrisa tan radiante como el sol.

De cuando en cuando, no podía contener que de su garganta se escapara alguna expresión de asombro, pues terminaba centrándose en el juego tanto como su hermana. Incluso, a veces sentía como si su mente y la de ella se convirtieran en una sola.

No podía asegurarlo, por supuesto, pero quizá la conexión que se creó con ella cuando era niña, le permitía ver lo que ella imaginaba.

Miró con mucha atención como Susy alzaba en el aire a ese horrible y mal cocido peluche de pingüino, que de hecho no podía creer que a la niña le gustara tanto. El peluche fue lanzado al cielo y atrapado por sus pequeñas manos, antes de que otro peluche con forma perro se integrara a la “batalla”.




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