Para Siempre Tuyo

Parte 1

Mario estaba absorto en su trabajo cuando la puerta de su despacho se abrió bruscamente y entró corriendo el jefe de su equipo de campaña. Teniendo en cuenta que no hacía más que unos minutos que se había despedido de él, debía de haber ocurrido algo extraordinario. De lo contrario, nunca habría regresado, corriendo a casa donde le esperaban solos su mujer y sus invitados.

- ¡Enciende la tele! Date prisa... ¿Y bien? ¿Qué estás viendo? - jadeante, Álvarez resolló y, doblado por la mitad, apoyó las palmas de las manos en las rodillas. - Ya está... Ya está... Vuélvete loco, qué.

Mario pulsó el mando a distancia, preguntándose perezosamente qué había puesto a su habitualmente tranquilo y juicioso ayudante en semejante estado. Pero en cuanto miró la pantalla, casi saltó él mismo, sintiendo una abrumadora necesidad de actuar. Con gran dificultad, se obligó a permanecer donde estaba y, con sólo entrecerrar los ojos de forma depredadora, avanzó involuntariamente un poco. Pero por mucho que escuchara lo que se decía, tuvo que volver a ver el fragmento de la grabación para creerse de verdad que aquello estaba ocurriendo.

- Por la tarde. Si es amable", comenzó su discurso la esposa de su principal rival en las próximas elecciones, con una tímida sonrisa. - Hoy no hablo en nombre de mi fundación benéfica, ni como hija del tercer presidente, ni como esposa de un conocido diputado. Sólo soy una mujer intimidada, una madre... que tiene que recurrir a la opinión pública para conseguir el divorcio. Créeme, he intentado muchas veces hacerlo de forma civilizada. Sin levantar una tormenta... Pero no me quedó más remedio. Desde hace meses, vivo en el limbo. Me han amenazado. Me han hecho ver que si dejo a mi marido, me quitarán a mi hijo....

Mario se pasó la palma de la mano por la nuca, confuso.

- ¿Y bien? - Álvarez le zumbaba en la oreja. - ¡¿Te das cuenta de lo que esto significa?! ¡¿Te imaginas cómo nos la ha jugado esta mujer?!

- ¡Cállate! Déjame pensar...", gritó Mario. Se levantó de la mesa, se metió las manos en los bolsillos y, ante la mirada perpleja de su seguidor, con el que nunca había hablado así, cruzó la habitación, para detenerse en la ventana.

- ¿Quiere explicarse? - llegó por detrás. La voz de Darío sonó indignada. Aquel estaba que hervía. Y sí, Mario era consciente de que había exagerado. Tal vez... Pero no se disculparia con nadie. Y menos al jefe de personal, que cobraba de su propio bolsillo.

- Alba Celestina es una mujer honorable. No importa de quién sea esposa. ¡Muestre más respeto!

- Alba Casimoro", dijo Álvarez. Normalmente Mario se habría dado por satisfecho con tanta meticulosidad, lo que otros llamaban pedantería y meticulosidad, pero ahora le hacía estremecerse.

- No será por mucho tiempo, ¿verdad? Se va a divorciar.

- Y acusa a su marido de violencia y amenazas. Ahora es un cadáver político.

Álvarez palmeó sus gordos muslos y estiró los labios en una sonrisa de tiburón, y Mario se dio la vuelta. No importaba lo que dijera ahora, Darío reconduciría la conversación como el agua y nunca dejaría que aquélla se desviara, conduciéndola con precisión a su objetivo. Su objetivo es ganar las elecciones. Marío se lo ha propuesto.

- ¡Lo aplastaremos ahora! Vamos a aplastarlo hasta hacerlo añicos. Tendremos que reescribir todos sus discursos, pero--

- Aguantad.

- ¡¿Qué?! ¡Es algo seguro, Mario!
Duarte se dio la vuelta. Un nervio de su mejilla se crispó. Las manos en sus bolsillos se cerraron en puños. Si, el queria ganar. Y la declaración de Albie le daba todas las bazas. Si utilizaba lo que ella decía. Si torcía la situación correctamente... Él sabía cómo. Pero... ¡Pero!

- Creo que tenías prisa por ver a tu mujer. Es tu aniversario de bodas. ¿No es así?

- Lo es.

- Asi que vete. El resto... -Mario señaló con la cabeza la televisión o el ordenador- tendrá que esperar.

Álvarez frunció el ceño, pero tras pensárselo un momento, asintió y se dirigió cojeando a la puerta. Siempre sabía cuándo era mejor hacerse a un lado. Y era flexible como una serpiente. Una valiosa cualidad de la que Mario carecía. Él mismo era bastante inflexible. Sí, eso no le ganaba adeptos, pero ¿a quién le importaba? Si ganas siempre, te sales con la tuya. A la gente le encantan los ganadores. A los ganadores se les perdona casi todo. Tahir podía tomarse algunas libertades. Se permitía ser él mismo.

Cuando la puerta se cerró tras el jefe de gabinete, Mario volvió al ordenador. Movió el ratón y el contorno de la figura de una mujer surgió de la oscuridad que envolvía la pantalla. La película se detuvo. Alba estaba congelada en la pantalla, con las cejas ligeramente levantadas y la boca redondeada.

De niño, él la había llamado Alia....

Mario se tocó la frente con los dedos, notando con sorpresa, rayana en el sobresalto, que le temblaban ligeramente. Exhaló ruidosamente. Luego, aún indeciso sobre qué hacer, volvió a su silla. Y rebobinó mentalmente la película de la memoria veinticinco años atrás.

- Bueno, ya hemos llegado -dijo su padre, apagando el motor.

Tahir, que entonces tenía doce años y se consideraba un chico bastante maduro, asintió. La mudanza no le hacía ninguna gracia. Por otra parte, su padre había encontrado por fin un trabajo, lo cual era una buena noticia, porque llevaba casi seis meses en paro, desde que se había visto obligado a dimitir. 

- La casa es enorme.

- Sí, da mucho trabajo.

Padre debía encargarse de vigilar al dueño de este castillo. Fue una época turbulenta. 

Mario salió del coche con su padre. Las puertas se cerraron de golpe.

- Venga, vámonos.

Aquí nada recordaba a la metrópoli, que estaba a varias decenas de kilómetros. Estaba tranquilo y como desierto. La amargura del ajenjo taponaba la nariz, y había humedad procedente del río, que era una cinta brillante que serpenteaba a lo largo de la carretera y luego parecía desprenderse.




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