Paradoja de una Elección

Prólogo

Vi la hora de la computadora mientras aún estaba en la llamada. Faltaba poco para las siete, al igual que faltaba poco para terminar la llamada. Tecleé unas cuantas cosas en el teclado, pedí un momento a la señora al otro lado de la comunicación y silencié mi micrófono. 

— ¿Cuánto voy? — pregunté a mi supervisor que estaba al lado mío. 

— ¿Qué? ¿Ya te quieres ir? — preguntó con una sonrisa pícara. 

Apunté mi audífono para indicar que estaba en llamada, así que vi cómo rápidamente buscaba mi nombre en su pantalla. 

— Clompetaste. Terminas la llamada y te desconectas — una vez más no borraba su sonrisa cómo si fuera gracioso que yo le pidiera algo. 

— Gracias — atiné a decir con una sonrisa para volver a mi llamada. 

Por suerte esta llamada no se veía que iba a conducir a un diálogo tedioso. Era solo un problema técnico con su router. Ya lo había reiniciado, así que solo quedaba esperar mientras registraba la llamada. 

De repente me siento observada. Miró a mi lado izquierdo por un momento y es mi supervisor, está completamente recostado en su asiento, con los brazos cruzados y viéndome. Decido ignorarlo, pero aún así me incomoda que me vea trabajando, porque tiene siempre esa mirada burlona que me hace desconfiar de mi trabajo. 

Una vez le dije que no me gustaba con una sonrisa cortés, pero a él simplemente no le importa. 

A veces pienso que él cree que soy condescendiente por eso. 

Yo sé que solo me observa a mí de esa forma, como si fuera algo entretenido molestarme con la incomodidad. Yo lo he visto, lo he visto ver a los demás, pero solo segundos para luego venir a mi y apoyarse en mi respaldo. 

Me gustaría saber si él hace sus acciones obvias o solo es tonto. Si no fuera así los demás no dirían que tengo un favoritismo que no quiero, al igual que tampoco recibiría sus chistes de que coqueteo con él cuando solo soy alguien amable y diligente. ¿Debería ser rebelde como los demás? Me gustaría decirle todo lo que pienso en la cara, pero tengo miedo de que pueda traer consecuencias en mi trabajo. 

— Terminé. — dije con un suspiro mientras me frotaba el cuello. 

Una vez lo ignoré y solo alisté mis cosas para irme. 

Lo despedí como siempre con un beso en el cachete, como hago con todos mis compañeros y aunque estaría bueno no hacerlo con él, aún así no serviría porque ya una vez lo intenté. Ese día me sostuvo la mano, reclamandolo, me quise negar, pero una vez más mi personalidad diligente me negó hacerlo. 

Me alejé un poco de él y sin esperarlo me agarró de la mano como ese día. 

— ¿Tienes planes? — suavizó su mirada.

— No — no me gustaba mentir aunque supiera la intención de esa pregunta. 

— ¿No? ¿Qué tal si vienes a una fiesta que está haciendo Marcelo por su cumpleaños? 

— Oh, no, no. Mi familia me espera en casa. — negué con la cabeza y sin querer puse una mirada desesperada

— ¿Segura? — preguntó pícaro.

— Sí, además, ya tenía planeado irme con Manuel — indiqué a mi compañero que se veía en una llamada. 

Mi supervisor ahora giró para mirarlo. Lo llamó haciendo que pidiera un momento, para luego confirmar lo que le había dicho. Manuel me miró y asentí rápido con desesperación. Él lo confirmó. 

Un suspiro escapó de mi supervisor. Luego me miró triste.

— Bueno, para la próxima será — acarició mi mano para luego dejarla.

No hice más, solo esperar al lado de Manuel para irnos. El tiempo pasó rápido y una vez más nos despedimos de nuestro supervisor. Salimos del edificio y caminamos con dirección al paradero de nuestro autobús. 

— Me siento salvada. Muchas gracias — le dije a Manuel mientras le daba palmadas en el brazo. 

— No entiendo, ¿que pasó de repente para que hoy me esperaras? Siempre dices que te da flojera esperar. 

— Es que Jaime me sostuvo de la mano y me invitó a una fiesta — comenté como si fuera algo secreto. Y es que a la única persona con la que podía decir varias cosas era a Manuel. Me sentía segura con él porque no se veía como alguien que tiene segundas intenciones, además de que me trata como a una hermana menor. 

— ¿Qué le dijiste? — pareció curioso. 

— Obvio que no. ¿No ves que hasta te preguntó si era verdad sobre irnos juntos? Si decías que no, era capaz de rogarme como un niño — me exalté. 

— Muy bien. Quién sabe qué hubiera pasado y peor aún con lo que me dijo — chasqueo la lengua en modo de queja.

— ¿Qué te dijo? — le di un golpe suave en el brazo. 

— No, es muy fuerte para ti — negó con una sonrisa. 

— Hey, no soy una niña, solo dime. 

Él se vio en una disyuntiva por unos segundos. 

— Ya, pero yo no te dije nada.

Asentí. Podía esperar mucho de lo que me diría. Sentí que no sería algo fuerte como él decía, pero sabía que sería algo pervertido.

— Le pregunté hoy cuáles eran sus intenciones contigo porque es muy obvio. Y él me dijo que quería comerte.

Asqueroso fue mi primer pensamiento. No esperaba nada menos, pero aún me resulta asqueroso que me vea como una comida y más porque alardea ser alguien respetuoso con las chicas.

Suspiré mientras nos detuvimos en un cruce peatonal y susurré:

— Si esto fuera una simulación, ya le habría dicho todas sus verdades en la cara y que me importe un carajo lo que piense o que me importe un carajo si me botan del trabajo — dije mientras vi cómo el semáforo se ponía en verde.

Estaba delante de todo el grupo que esperaba para cruzar, así que sin dudar di el primer paso, pero me vi interrumpida de continuar cuando escuché el sonido de un claxon aproximándose a mi derecha. Escuché que gritaban mi nombre, pero al querer voltear…

 




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