Paradoja de una Elección

10

𝟏𝟎

𝐏𝐑𝐎𝐅𝐄𝐒𝐎𝐑

ʟᴀꜱ ɪɴᴅɪʀᴇᴄᴛᴀꜱ ɴᴏ ꜱɪʀᴠᴇɴ

 

—Bezny —empezó a decir en un susurro cerca de mi oído izquierdo.

«Claro que este profesor tenía que ser un pervertido», escuché de la voz.

Rápidamente me alejé, deslizándome un poco sobre el asiento; me sentí aliviada cuando su mano ya no tocaba mi espalda, pero eso no evitó que sintiera que fui ruda en mi actuar. Levanté mi cabeza para verlo y él no parecía nada afectado mientras me daba una sonrisa cómplice.

Ladeó la cabeza y miró mi libreta una vez más antes de volver su mirada hacia mí.

—Veo que se te hace difícil, ¿quisieras que te ayude? —preguntó él.

«Sería de gran ayuda si dejara el tono de doble sentido de lado», dijo la voz con tono antipático.

—No, gracias. Yo puedo hacerlo—contesté al profesor mientras fingía una sonrisa.

—Bezny —dijo con suavidad—, me gustaría quedarme todo el tiempo que quisieras, pero hoy no puedo. —Me ahorré una cara de disgusto—. Así que haré una excepción para ti. Te daré cinco minutos y si no terminas en ese tiempo, pues tendré que ayudarte, ¿está bien?

«Yo pienso que deberíamos levantarnos e irnos de aquí para jamás volver, ¿qué dices?», masculló la voz.

Asentí a lo que dijo el profesor y él sólo contestó con un “bien” para volver a su escritorio a revisar papeles.

Pude sentir el tiempo avanzar y el último problema en mi libreta seguía sin tener una solución. Traté de concentrarme cerrando los ojos, pero lo único que se repetía en mi memoria era el momento en que el profesor Shaffer posó su mano en mi espalda. La voz preguntó: ¿Si no fueras una alumna, hubiera sido diferente? Imaginé la situación en un contexto diferente y deduje que de igual forma se me haría incómodo. Alguna vez en mi corta vida me había dejado llevar por un movimiento de coquetería, quería saber cómo se sentía tener la libertad de no pensar en las consecuencias, pero pronto descubrí que la gente sí te empieza a tratar diferente por algo tan pequeño. Tal como había dicho mi padre.

«Concéntrate», escuché de la voz.

De repente mi visión que se había tornado borrosa volvió a ser clara, a la vez que escuché los pasos del profesor Shaffer acercarse. Levanté mi cabeza y lo vi dejarse caer sobre el pupitre delante mío. Me dio una mirada rápida y le dio unos golpecitos a mi libreta como si pidiera permiso. Asentí y él tomó mi libreta para empezar a escribir en ella.

—Creo que te subestimé, Bezny —dijo, aún con la mirada en la libreta.

«Por favor que deje de decir el nombre y vuelva al apellido», rogó la voz.

—¿Qué? —le pregunté al profesor.

—Yo escogí la lista de estas clases. —Cerró mi libreta y me la ofreció—. Pensé que estarías más capacitada —dijo y noté como sus ojos se veían maliciosos otra vez.

No pude evitar pensar que lo acababa de decir no tenía sentido. ¿Él había escogido la lista? Una oportunidad así jamás se la había presentado a él en la historia. ¿Era porque había evitado las clases particulares que tuvo que surgir algo así para interactuar? Si era así, ¿cuál era la razón de escogerme? Solo me lo topé fuera de clases dos veces y no mostré ninguna distinción o interés notable.

—Disculpa, pero, ¿por qué yo? —pregunté y alcé la mirada mientras él se levantaba.

Dio una pequeña risa.

—Tienes potencial es la respuesta deshonesta —contestó con una sonrisa burlona—. La respuesta honesta te la daré cuando vea que eres honesta también.

Cada vez lucía menos como un profesor y aún así di una ligera risa como si fuera un chiste.

Vi en sus ojos que esperaba una respuesta mía, pero al no llegar vi que se acercó un poco más y en un movimiento rápido, su dedo índice tocó mi cuello y lo deslizó hasta mi mentón.

—Hasta mañana, Bezny —susurró con la misma sonrisa de antes y luego se volteó.

«No me importa su cara, lo quiero matar».

 

֍

 

A pesar de haber sido la víctima y la única testigo de su falta de respeto al haber cruzado la línea en varias cosas, aún así había decidido seguir yendo a las clases con el profesor Shaffer.

«No volvamos jamás. Solo faltamos un día y los demás también. Al fin y al cabo no son obligatorias», había dicho la voz en el viaje de regreso en autobús.

«No, pensarán mal de mí», había contestado.

«¿Y eso qué?»

«Pueden decir que soy malagradecida».

La misma conversación se había repetido varias veces luego de esa primera clase, pero seguí sin cambiar mi postura. No me gustaba admitirlo, pero era consciente que me preocupaba por el pensar de los demás sobre mí. Incluso si no conociera a esa persona o ella a mí, me seguiría preocupando en actuar bien para que no tenga algo malo que hablar de mí. Esas personas que no conocía, eran los cuatro alumnos más de la clase del profesor Shaffer.

El segundo día no me apresuré en llegar a tiempo ya que no quería estar a solas con el profesor Shaffer al igual que el primer día. La clase había pasado bastante bien durante las dos horas de duración hasta que llegó el momento del examen. El profesor Shaffer escribió los cuatro problemas en el pizarrón y recorrió el salón de la misma forma que otro profesor lo hubiera hecho, pero eso solo duró unos minutos ya que de repente se sentó en el pupitre delante mío. En ese entonces nadie volteó ante su acto, a excepción de mí. No volteó a verme, pero eso no redujo los nervios que sentí de ser vigilada mientras estaba resolviendo el examen. Las consecuencias de mis nervios se vio reflejado en la lentitud con la que resolví los problemas y así al igual que el primer día, el segundo día me quedé última.

—¿Debería darte clases particulares gratis? —había preguntado el profesor Shaffer, haciendo que levantara rápidamente mi cabeza que estaba gacha por el examen.



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Editado: 24.07.2024

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