Estaba en el octavo piso, mirando por la ventana aquel desastre sangriento.
El ruido se filtraba por las grietas del edificio. Los gritos, gruñidos y jadeos de desesperación, yo no hacía nada más que ver lo que sucedía abajo.
Pude distinguir ciertos rostros en el mar de cuerpos.
Sentí la presencia de alguien a mi espalda y me giré enseguida mientras me llevaba una mano al cinturón de armas. Pero era Jesse, Jesse nunca me haría daño.
O al menos eso pensaba, nunca había sentido miedo hacia él pero ahora, viendo sus manos cubiertas de sangre mientras esta goteaba en el sucio suelo me hizo estremecer.
-Viniste.- Dice él.
-Por supuesto, tú dijiste que debía venir aquí y esperarte.- Le contesto de manera suave.
-¿Hiciste lo que te pedí?- Pregunta y yo asiento mientras lo veo acercarse. Pero a pesar de que asentí, no sé lo que él quiere decir con eso. ¿Qué fue lo que hice por él? ¿Qué me había pedido hacer?
Jesse, ahora parado frente a mí, estira su mano en mi dirección para que la tome y yo, sin vacilar, estiro la mía en su dirección. Pero lo que veo me asusta, me hiela la sangre. Mis manos también están pintadas de rojo carmesí, la sangre brilla en mi piel, no es mía, me doy cuenta al instante. ¿Qué he hecho?
-No eres diferente a mi.- Musita Jesse mientras entrelaza nuestras manos juntas, nuestras manos ensangrentadas.- No te atrevas a juzgarme cuando tú has hecho lo mismo, has matado, robado vidas. Pero claro, la muerte de ella te importó porque la conocías. ¿Pero qué me dices del resto? ¿De tus víctimas?- Trago duro mientras intento alejarme, pero él no me deja, me mantiene unida a él, mi corazón empieza a doler.- Yo lo hice por mi padre, tú... Tú por tú familia. ¿Cuál es la diferencia, amor mío?- Una lágrima se escapa y resbala por mi mejilla. Él suelta mi mano un instante y la lleva a mi rostro para limpiar la lágrima, pero hace lo contrario a limpiar, mi cara queda manchada de rojo ahí donde su dedo tocó. Podría alejarme pero no puedo moverme, sólo puedo verlo y escucharlo.
-No soy como tú.- Le digo negando con la cabeza.- Jamás lo seré.- Sonríe de lado y mi pecho duele, no es la misma sonrisa que me daba a mí, esa dulce y sincera sonrisa. Ésta es macabra, fría y vacía. Acerca su boca a mi odio y susurra:
-Ya lo eres, ahora vive con eso... El tiempo que te queda de vida.- Lo próximo que siento es algo que me atraviesa el pecho. Mi boca se abre en un grito silencioso mientras se aleja lentamente. Lo miro y luego a mi pecho donde hay una daga enterrada, justo en medio de mi pecho. La sangre mancha el uniforme de combate, el dolor me da dificultad al tratar de respirar. Lo miro, lo miro y no lo reconozco.
-Jesse.- Susurro.-¿Qué has hecho?
-Lo necesario.- Dice sin moverse mientras yo me atraganto con mi saliva y mi sangre.- Te lo dije desde el principio, mi prioridad es mi familia.- Y entonces caigo al suelo, siento como la hoja afilada se mueve dentro de mi pecho, más lágrimas caen antes de que mis ojos se cierren y mi respiración se vuelva inexistente.
Entonces despierto y miro hacia el techo tomando una enorme bocanada de aire.
Me incorporo lentamente sintiendo el peso de mi pesadilla. Una pesadilla que se repetía una y otra vez. ¿Dèjá vu? ¿Dónde?
Quizá ya debería estar acostumbrada pero no es así, el dolor mañanero me acompaña con cada despertar. Las palabras del Jesse del sueño me acompañan por horas, el recuerdo de mis manos teñidas de rojo empañan mi visión de vez en cuando y lo peor es que la pesadilla no es del todo mentira.
Él me lo advirtió desde el principio. Su familia siempre iba primero y eso es lo que hizo, escoger a su padre, a su familia.
Han pasado seis meses desde que todo sucedió, desde que me mudé con mi familia a Canadá.
La guerra entre los Orígenes y los cazadores ha terminado, ahora somos una misma raza, los Orígenes y los Medio Orígenes. Cuando la guerra terminó, la noticia se propagó mundialmente, claro que no a oídos humanos y las cosas realmente cambiaron.
Me mudé con mi familia a Canadá para buscar su protección, dejamos todo atrás, todo lo que teníamos, incluyendo recuerdos dolorosos.
Las primeras semanas, fueron las peores porque de una forma y otra, estaba en negación con lo de Jesse.
Jesse, mi primer y único amor, aquel chico al que le entregué mi corazón y alma, aquel chico que cuando tuvo la oportunidad, me abandonó de la peor manera.
Los recuerdos de ese último momento con él, me hacen querer gritar a los cuatro vientos lo que siento. Sabía que lo correcto habría sido odiarlo por lo que hizo, por haberla asesinado, por haberme traicionado y abandonado. Pero ahí estaba ese vuelco en el pecho cuando pensaba en él. Mi corazón estaba roto en miles de pedazos pero cada uno de esos pedazos lo siguen amando. Y eso es patético, demasiado patético, tanto que me avergüenzo de aún quererlo.
A veces me encuentro pensando en cómo estará él en estos momentos, si había seguido adelante con su vida, si era feliz con su padre en donde sea que se encuentren, también me pregunto si recuerda quien era yo, si recuerda lo que sentía al estar conmigo. No, me recuerdo. Si él hubiese sentido cosas como las que yo sentía a su lado, nunca hubiese hecho lo que hizo.