Impaciente, Joseph se arregló para verse presentable ante Annastasia, pues ésta lo había convocado hasta su hogar, el lugar que él había abandonado antes, donde también vivían en ese momento Ken y Kantry.
El hombre se echó un último vistazo en el espejo que está al lado de la entrada de su casa, cerciorado de verse bien, para luego suspirar al notar su cansado rostro, su inevitable madurez y sus cambios que tanto odiaba. Joseph se levantó la playera y bajó un poco el pantalón, revelado su vientre, en donde no había nada más que piel, aunque aquel observaba el lugar como si esperara encontrar algo más.
Joseph denegó con la cabeza, se dio unos golpecitos en las mejillas con ambas manos y se preparó para salir.
–Sólo unos momentos, Joseph. No te va a matar verlos unos momentos. –Se dijo a sí mismo, pasó a la puerta y la abrió, encontrado a Declan del otro lado, a punto de tocar la puerta.
–¡Ey! Menos mal todavía no sales –expresó el joven de cabello castaño claro y sonrisa radiante.
–Hola, Declan. ¿Qué haces tan temprano y por qué presiento que ibas a tocar la puerta? –preguntó Joseph al ver el puño del joven arriba.
–¡No! No lo iba a hacer. ¡En serio! –respondió apenado, con ambas manos tras su espalda, ocultas–. Oye, vine porque me enteré que ayer te visitaron «los K». ¿Pasó algo?
–No, en realidad. Al parecer «su real majestad» desea verme. Supongo me va a sermonear y me va a repetir lo mismo que ayer me dijeron los K.
–¿Qué te dijeron? –Al preguntar eso, Joseph cerró la puerta detrás y ambos comenzaron a caminar fuera del edificio.
–Lo de siempre: que deje de ser un vago. ¡Pff! ¿Cómo pueden decir eso si ni siquiera están aquí? Supongo tendrán sus putos informantes, pero no es lo mismo. Me lo dicen como si me la pasara acostado sin hacer nada –dijo molesto el moreno con un tono que denotaba el desacuerdo en esos pensamientos de sus amigos.
–Oye, ¿qué estuviste haciendo todas estas semanas? Apenas y respondías mis mensajes.
–Eh… Bueno, estuve ocupado revisando archivos de la época de antes del tercer juicio –mintió de cierta manera, un tanto apenado.
–¡En serio! Tienes documentos o libros de esa época.
–Para ser honesto, es material multimedia. Son videos y música, en su mayoría…
–¡Wow! ¡Qué increíble! ¿Es algo clasificado? ¿Podría ver, aunque sea uno pequeño? ¡Por favor! –pedía el joven al jalar la manga de Joseph, algo que le pareció bastante tierno al mayor.
–¡Ja, ja, ja! No son clasificados. Puedes ver los que quieras. De hecho, ¿por qué no te quedas en casa el día que descansas y te muestro la saga completa de Harry Potter. Y si alcanzamos, también podríamos ver Shrek –planeó el moreno al salir del edificio, emocionado Declan, aunque algo confundido por los nombres.
–Suenan raros, pero interesantes. Descanso en dos días, así que me prepararé con la botana, o ¿deseas que lleve mejor comida?
–Lo que sea está bien. Sólo decídete, porque pondré lo restante.
–Muy bien. Bueno, supongo te veré hasta entonces. ¡Contéstame los mensajes que te envío!
–Sí, lo siento. Cuídate mucho, nos vemos luego. –Dicho eso, ambos se dieron un abrazo y se alejaron unos pasos. Declan observó al hombre, estoico, parado con sus piernas separadas y los puños cerrados, dada su espalda a su amigo.
Al igual que la energía oscura, el cuerpo de Joseph fue rodeado por un poder que le hizo volverse de color blanco por completo, cuya aura oscura le rodeaba por encima. Un inverso completo del poder que había usado antes.
–¡Adiós! –gritó Declan, respondido por Joseph con una sonrisa, para luego aquel saltar tan alto que en unos segundos se perdió en el horizonte de la vista del joven.
Joseph saltaba a una velocidad impresionante entre los edificios, usados como plataformas para transitar la ciudad sin problemas, observado por el hombre el final de aquella, el borde de la metrópolis y el comienzo del gigantesco desierto, además de su objetivo, el lugar a donde debía ir: el monte Fuchenest.
Una vez fuera de Terra Nova, Joseph no tuvo ya construcciones para impulsarse, por lo que corrió a toda velocidad, saltado sin problemas el Abismo del sueño: el gran cañón que separa gran parte del desierto de la ciudad.
Sin muchos problemas, y a lo largo de casi dos horas, aquel consiguió llegar a las faldas de la gran montaña mística, rodeada hasta su zona oeste, en donde se encontraba el hogar de sus camaradas de la Elite de fuego.
La casa de aquellos era bastante pintoresca. Hecha de madera, pintada a mano, con un hermoso jardín, grandes ventanas, bellas cortinas y preciosas puertas talladas a mano. Se notaba como la morada de ensueño de cualquiera, en medio de la nada, rodeada de un largo y sereno pastizal, al pie de la montaña más imponente de todo el mundo.
Al tenerla enfrente, Joseph retiró la energía luminosa de su cuerpo, regresado a la normalidad. Contemplada la casa por unos segundos, el moreno suspiró profundo, arregló su compostura y caminó nervioso hasta el hogar, a donde estuvo a punto de abrir la puerta y darse paso, detenido al momento por un recuerdo. Por ello, pasó a tocar la madera con su puño un par de veces, escuchada la voz de Kantry desde el otro lado.
–¿Quién es?
–Soy yo. ¿Quién más?
–¡Un momento, Joseph! –Luego de un par de segundos, Kantry abrió la puerta, vestida con ropa un poco más casual, notado por el joven que tenía cerca un trapeador.
–¿Estás limpiando? ¿Llegué muy temprano? –En eso, el invitado percibió un aroma a comida. Al asomarse, notó que Ken estaba en la cocina vistiendo un delantal, preparando alimentos–. Ni siquiera han desayunado.
–Temíamos que llegaras luego de las nueve. Ya sabes que desayunamos a las ocho de la mañana. Apenas son las siete y media. ¡Pero está increíble! Podrías acompañarnos si tienes hambre. Ken podría preparar más.