Paraíso Podrido

Séptimo Intento: Atrevimiento

Declan, feliz de haber pasado su día libre con su mejor amigo, salió de casa de éste en la madrugada con una sonrisa gigantesca, pues debía ir a trabajar a la zona Oceanía en esta ocasión desde temprano. Por suerte se llevó cambio de ropa y se bañó como es costumbre en casa de Joseph, por lo que ir a sus labores desde ahí no significaba ningún problema, sólo la despedida.

–Me divertí muchísimo, como siempre, contigo. No quisiera irme, de verdad, pero debo trabajar. –expresó Declan un poco triste al estar en el pórtico del edificio de Joseph, notado que el anfitrión le miraba con un rostro de preocupación más que de otra cosa.

–Lo sé. Yo también me la paso increíble cuando vienes, pero sé que debes ser responsable y eso es lo que más me agrada de ti –confesó el mayor, sonrojado Declan por ello.

–¡Je, je, je! Hago mi luchita. Créeme que, si por mi fuera, no me paraba de la cama y seguía abrazado de ti hasta que nos diera hambre.

–Pero si esa fue la razón por la que al final sí te pusiste de pie.

–Mala mía –bromeó el chico, dado un fuerte abrazo a su amigo y regresado el afecto con la misma intensidad–. Vendré mañana, si quieres. Necesito seguir viendo esas películas y todavía no me pones una serie.

–Puedes venir y quedarte cuanto quieras, Declan. No vienes porque no quieres.

–¡Oye, Jasper debe comer y salir a pasear! Ayer me ayudó la señora Mayers, pero no siempre hay quien se encargue de mi perrito.

–Entonces tráelo. Puede quedarse en la alcoba. Sólo que tú le limpias sus desastres.

–¡Ya dijiste! ¡Nos vemos! –enunció el joven al separarse de Joseph y comenzar a irse, pero de pronto se detuvo y regresó la mirada a Joseph, serio–. Por favor, no hagas nada de lo que nos podamos arrepentir –pidió Declan, sorprendido el moreno por ello. Era como si le pudiera leer la mente.

–Lo prometo. –Sin más el joven se retiró casi saltando de la alegría, a la par que Joseph regresaba a su casa y se disponía a idear un plan para entrar en la catedral principal de MoA por la noche.

El edificio principal de la facción de MoA, la Catedral de los salvos, era una edificación constituida por varios templos que Joseph recordaba de la época antes del tercer juicio, de las cuales destacaban Notre Dame, La sagrada familia y Santa Sofia. Tres enormes arquitecturas de épocas antiguas que fueron puestas una al lado de la otra para crear gran parte de lo que es la zona exterior y dos de las entradas principales a la mazmorra de MoA.

Joseph sabía que durante el día la seguridad de la catedral era mínima e infiltrarse era mucho más fácil, pero él carecía de hechizos que le disfrazaran, era malo actuando y todo mundo le reconocía de a leguas. Por lo que no le quedaba de otra más que ir en la noche y justo el cielo estaba nublado en esa ocasión. Si llovía, el tiempo sería perfecto para usar el nuxon negro y así poder escabullirse sin muchos problemas.

Lo que sea que pudiera encontrar estaba, por obvias razones, en los sótanos de la catedral. De hecho, había rumores sobre catacumbas que se hallaban situadas justo debajo de la edificación, donde cosas terribles ocurrían. Algo que, hasta la fecha, no ha sido comprobado del todo.

Sin pensarlo mucho, Joseph marcó a Pethe. Aquel le respondió casi al instante, sorprendido que lo buscara tan pronto.

Hola, Joseph. ¿Ya te acabaste todo lo que te mandé? Sos un sin vergüenza si es así –comentó el informático, jocoso.

–No, nada qué ver. Incluso tardaré más porque ando viendo cosas que ya me chuté con un amigo.

¿Amigo o palo?

–Amigo, hombre. No me acuesto con todos los hombres a los que les hablo –aseguró el moreno, para luego retomar la conversación al rumbo que necesitaba–. Oye, ¿no tendrás mapas de las catedrales más famosas de nuestra época?

¡Mm! Creo que tengo algunos planos de antiguas iglesias. Te las mando para que las revises.

–Sí, gracias.

¿Planeas hacer travesuras en MoA?

–¡Atrapado! –confesó el hombre, a lo que Pethe le envió los archivos de las catedrales de las que estaba conformada la edificación, además de un extra.

En ese caso necesitarás más que eso. En mis tiempos libres recolecto información de esos bastardos y subieron planos de remodelación que quieren hacer a Notre Dame. Puede ser que te sirvan para infiltrarte. Mucha suerte, pibe. La necesitarás –explicó el informático, lo que alegró a Joseph.

–¡Gracias, guapo! Te debo otra. Ya me dices cómo quieres que te lo pague.

Sí conoces una minita guapa, no me enojaría si me la presentas.

–¡Ya quedó! Nos vemos.

¡Éxito! –Dicho eso, ambos colgaron la llamada y Joseph recibió la información que necesitaba. Aquel la descargó y envió a su televisor, donde examinó las posibles rutas y los alrededores por medio de fotografías que tenía guardadas ya sea de eventos o anteriores investigaciones.

El hombre podría ser un poco desobligado, pero eso no le quitaba los años de experiencia y todo lo que aprendió de sus compañeros de elite. Tanto así que elaboró un plan bastante bueno y una ruta efectiva para entrar sin problemas a la catedral tan pronto dieran las doce de la noche, cuando era raro ver un alma en las calles transitando.

Las horas pasaron, y la lluvia se hizo presente. La suerte parecía sonreírle al hombre, mismo que se cubrió de nuxon y navegó sobre los edificios cercanos a la enorme plaza que rodeaba a la catedral.

Alrededor de ésta se hallaba una gran cerca que la protegía de intrusos, conformada por delgados barrotes en punta, resguardados sus alrededores por numerosos guardias, aunque por el clima, la cantidad de estos era casi nula, así que, desde arriba, Joseph encontró una zona que estaba por completo despejada, bajado del edificio hasta un callejón para entrar por ahí.

No obstante, el de gorra sintió un ataque y se detuvo, pasado por enfrente de él una daga de aura celeste, proveniente de Albert, el cual se hallaba recargado en una escalera para incendios cercana, observando a su antiguo camarada.




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