Joseph, una vez en casa, de inmediato le marcó a Pethe. No obstante, entendía que las paredes de su departamento escuchaban, por lo que, al momento de contestarle aquel, tomó una decisión un poco apresurada.
–¿Hola? ¿Todo en orden?
–Voy para allá. ¿Puedes recibirme?
–Reitero: ¿Todo bien?
–Por favor. Hay muchos pájaros circulando en los cielos. –Aunque no era la frase típica que se usaba para indicar que lo estaban escuchando, Pethe pudo entender, por lo que sonrió leve, emocionado, levantado de su cama.
–Aquí te espero. –Una vez preparado, Joseph cerró bien la puerta de su casa y se dispuso a salir sólo con su T-pad. Ya afuera de su departamento, usó el nuxon blanco para moverse. Por desgracia, su destino era demasiado lejano, lo que le tomaría toda la noche, así que, está vez, decidió pedir ayuda a Herald una vez que salió de la ciudad.
–¿Herald? ¿Podrías apoyarme con un viaje al Valle plateado? –pidió el moreno por medio de una pulsera que el ingeniero le regaló, respondido de inmediato por el androide.
–Por supuesto. En diez minutos llega por ti. ¿Necesitas algo más?
–No, sería todo. Muchas gracias. –Colgó Joseph sin pensarlo dos veces, resistida esa decena de minutos hasta que un vehículo volador llegó a por él, impulsado por unas turbinas posteriores y utilizados extraños dispositivos que le permitían flotar sin problemas.
La cabina única de la máquina se abrió, cuya puerta estaba hecha por completo de un material transparente parecido al vidrio, puesto por debajo un asiento en donde Joseph se acomodó, bajado el cuerpo traslucido y cerrado el compartimiento único para los viajeros, elevado el vehículo y disparado en dirección al Valle plateado.
El viaje fue apenas de unos doce minutos, mismos en donde Joseph observó Gaia II desde los cielos, preocupado por la intervención posible de Xeneilky, pues a veces la máquina superaba el terreno disponible para dichos viajes, lo que causaba la ira del peliverde.
Sin problemas, la nave arribó hasta el gran cúmulo de montañas, bosques de pino y montones de nieve, dejado el pasajero justo enfrente de la entrada a una cueva que parecía estar recubierta de hielo. Aunque no entró a ella, sino que, al lado de ésta, oculta tras una pared de nieve falsa, se hallaba un dispositivo de transporte. Mismo que lo desapareció y reintegró en la entrada de un enorme laboratorio que se ocultaba en lo más profundo de la caverna, cuya entrada acababa de presenciar.
Una vez ahí, el hombre marcó la contraseña de invitado y accedió, tembloroso, pues el frío era devastador, aunque ya dentro de la edificación la temperatura era agradable y había unas máquinas especiales que especian una especie de formula en sereno que te regulaba la temperatura corporal al contacto.
Sin muchos problemas, Joseph navegó en el laboratorio. La mayoría de los empleados ya lo conocían, por lo que no fue problema pasar entre los numerosos trabajadores del turno nocturno. Fue así hasta que llegó a la parte trasera del lugar y arribado al final de la cueva, en donde estaba otra puerta que conducía a una guarida aledaña a la anterior.
Dentro de la primera habitación se encontraba un montón de servidores. Una sala site como se le conocía en los tiempos antes del tercer juicio. Al final de ella, había una entrada que conducía a un largo pasillo, sitio donde también había más servidores y algunos lugares de trabajo que parecían abandonados, a excepción de uno.
Luego de eso, de nuevo, un gran cuarto fue abordado, gigantesco e inundado de cientos de servidores, todos repletos de numerosos cables y luces que parecían no tener fin. Nada de esto impresionó mucho al invitado, aunque sí se dio cuenta que había más de esos aparatos que la última vez que fue.
Una puerta más al final fue abierta y, detrás de ésta, se hallaba una habitación recamara con una cama, un buró al lado de ésta, un escritorio y, sobre aquel, una computadora, una laptop y varios monitores conectados a estos. Frente a este mueble se encontraba Pethe, a media penumbra y sin sus clásicos lentes oscuros.
–Tenes una fuerza de voluntad sin precedentes, pibe. Creo yo que es lo que siempre me gustó de vos –enunció el hombre con un marcado acento, alegrados ambos de verse el uno al otro, levantado de su silla para abrazar a su amigo.
–Perdona que venga así tan de repente. Me da muchísimo gusto verte, aunque sea con una excusa así –mencionó apenado el visitante, cosa que no le quitó la alegría al otro.
–¿Pero qué decís? Vos sos bienvenido cuando querés. Sé que no venís seguido porque estamos lejos, pero no me disgusta que tus necesidades nos junte. Al contrario, me alegra que las tengas para que pueda verte. –Esa declaración casi hace llorar a Joseph, separados ya ambos e invitado el moreno a sentarse en la cama de Pethe, cosa que hizo de inmediato.
–Tienes razón. Lo importante es que estamos juntos, reunidos, al fin y al cabo, por la razón que sea. Bueno, antes de bombardearte de mis problemas, ¿por qué no me cuentas de cómo ha ido todo acá? ¿Qué planes tienes o en qué has trabajado? –Ambos comenzaron una plática bastante amena, en donde se contaron las cosas más importantes que habían estado haciendo en los últimos años.
Los amigos nunca habían dejado de comunicarse, pero no hablaban de sus vidas, sólo se saludaban y pedían favores el uno al otro, aunque eso no significaba que su amistad se hubiera mermado de alguna manera. Más bien, parecía que se había fortalecido de cierto modo.
–Bueno, creo que será mejor que te diga por qué vine –enunció Joseph luego de dar un bostezo, algo cansado.
–Por favor –pidió Pethe, algo preocupado.
–Hace unas horas intenté entrar a la Catedral de los salvos, como ya lo sabes. Y antes que digas que fue una locura, déjame explicarte. Antier me encontré con un miembro de Letanía, y luego de hablar con Declan, éste me consiguió un dato interesante: Todas las víctimas de dicho grupo pertenecieron, en algún punto, y la mayoría en temprana edad, a MoA. Esto es un claro ejemplo de que hay algo raro entre las filas de esos desgraciados, por eso te pedí ayuda para entrar. No obstante, alguien de mi edificio es un informante de esos imbéciles y les advirtió. Jarm me recibió frente a Notre Dame y me amenazó de incriminar a Declan en todo esto si no desistía. –Lo contado fue hecho con coraje y decepción, entendido lo que pasaba de inmediato por el informático.