Paraíso Podrido

Undécimo intento: Asalto

Toda la mañana y parte de la tarde Joseph, Declan y Emmitt estuvieron ideando una manera de encontrar y atrapar a alguno de los mencionados inquisidores rojos. El mayor explicó a los pequeños que en la época antes del tercer juicio, incluso mucho antes que él naciera, existía la santa inquisición.

Ésta era una organización eclesiástica encargada de hacer el trabajo más horrido e inhumano de la iglesia, conseguido asesinar, torturar y masacrar a tanto «hereje» como fuera posible. El sistema era tan corrupto y aberrante, tanto que los registros de los procesos de juicio, las torturas y todo lo hecho por ellos era no sólo nauseabundo, sino alarmante. ¿Cómo la humanidad podría llegar a esa bajeza?

Joseph temía que dichas personas hicieran cosas similares, pues la palabra «inquisición» o «inquisidor» debió haberse perdido hace milenios, ya que no es de uso común y tampoco es algo que los miembros de la Elite de fuego o las Shadow layers hayan dicho o contado. Son cosas que, por obvias razones, prefirieron hacer desaparecer del mapa de la historia. Que regresen, es símbolo de que MoA sabe y trae algo entre manos, algo turbio y preocupante.

Por unos instantes, cuando Emmitt dijo el nombre del grupo, Joseph pensó en dejar todo e ir directo con Annastasia, mas quería pruebas fuertes, estar seguro que la mujer se pondría de pie y haría algo sin la menor cavidad para la duda. Por eso tenía que hacer esto con la ayuda de Emmitt y Declan, en quienes confiaba por completo.

–«El plan es simple. Nos reuniremos a las dos de la madrugada encima del edificio que está frente a la plaza de la Catedral de los salvos. Una vez ahí, esperaremos a que den las tres de la mañana para ver por dónde salen esos desgraciados. Una vez que los localicemos, acudiremos a un plan para secuestrar sólo a uno. Éste debe poder decirnos todo lo que necesitemos saber sobre los inquisidores. ¿Está claro?». –Ambos chicos asintieron ante el plan del anfitrión, cosa que lo puso muy alegre.

–«Perfecto, entonces paso a retirarme. Sería bueno que hicieras lo mismo, Declan. Sé que nadie te espera en casa, pero es mejor llegar al punto de encuentro cada quien por su lado».

–«Emmitt tiene razón. De todas maneras, nos veremos pronto» –secundó Joseph al de anteojos, conseguido convencer al castaño.

–«Bien. Qué así sea. ¿Alexis no va a extrañarse que salgas tan tarde?» –preguntó Declan a Emmitt, cosa que contestó de inmediato.

–«No, para nada. Es normal que ambos salgamos en la noche por separado, mucho más él que se hizo de muchos amigos en Le faux y D’vine –explicó sin pena, algo que sorprendió a los presentes.

–«Ya quedamos, entonces. Cuídense y los veo luego». –Ya una vez despedido de ambos, Joseph pasó a darse una ducha, tocado su vientre con algo de tristeza, dirigida su mirada a éste.

La razón por la nostalgia en esa zona era porque ahí se hallaba su sello de la Elite de fuego. El símbolo que no sólo lo exponía como miembro de la elite, sino también que el daba la oportunidad de no envejecer y le otorgaba el poder de la sanación inmediata tras cualquier herida. La magia que vuelve tan temibles a los piromantes azules.

Sin el sello, Joseph seguía siendo un humano poderosísimo. El nuxon es una habilidad que sólo algunos dragones comprenden. Y, hasta donde se sabe en la actualidad, sólo Joseph y un dragón puede usar dicha magia. Los magos han tratado de replicarla, pero sin éxito, al igual que la misma familia de Pridh, pues la oscuridad no es algo que procuren.

El único problema es que, a pesar de tener tres mil años con vida, Joseph jamás se ha puesto a entrenar dichas capacidades únicas. En todo el tiempo que lleva activo después de los eventos del Tercer juicio, el Armagedón del mundo humano, el hombre se ha dedicado a hacer cualquier cosa menos practicar sus habilidades.

La noche llegó, la oscuridad cubrió la ciudad de Terra Nova, y con un sigilo monstruoso, tanto Declan como Emmitt, llegaron hasta el lugar acordado, donde ya estaba Joseph esperando. El hombre, a diferencia de otros días, llegó caminando desde hace varias horas. No obstante, fingió que entró a la habitación de un viejo conocido para quedarse con él, pero la realidad es que se escabulló hasta el techo.

–«¿Listos?» –preguntó Emmitt.

–Aquí podemos hablar.

–¡Menos mal! Extrañaba dirigirles la palabra –confesó Declan al escuchar a Joseph decir eso.

–Bueno, todavía falta una hora para que esos sujetos se muevan. Pero, ¿cómo estaremos seguros que saldrán por aquí? ¿En serio no crees que puedan tener algún escondite secreto o pasadizo? –teorizó Emmitt, preocupado, cosa que mortificó un poco a Joseph.

–Se les llaman inquisidores rojos. Las ropas de la santa inquisición, en su mayoría, eran rojas. Serán muy notables si visten como creo. Además, como te lo dije en casa, por eso estamos aquí. Las salidas deben estar cerca. Si hay una forma de avistarlos, será desde aquí.

–Tienes razón. Sólo espero que podamos distinguirlos. Estamos muy alto.

–No te preocupes, Emmitt. –Los ojos de Joseph se cubrieron con el nuxon blanco, como su tuviera una mancha alrededor de ellos. –Yo los veré.

Los tres estuvieron ocultos y expectantes a cualquier cosa rara que pudieran presenciar en la guarida de MoA, hasta que, por fin, notaron movimiento en el lugar. Parecía que los guardias estaban cambiando de turno, por lo que las entradas quedaron descubiertas.

–¡Wow! No hay nadie que vigile. ¿Crees que sería prudente tratar de entrar?

–No, Declan. Sigue siendo peligroso. Es mejor esperar a los inquisidores. –En ese momento Joseph consiguió ver que, detrás de una ventana de Notre Dame, tres sujetos con ropas de la santa inquisición de color rojo estaban hablando con alguien, separados los tres de aquel sujeto y reunidos con más de sus iguales, vueltos invisibles al momento–. ¡Hijos de puta! Usan un hechizo de invisibilidad. Estamos jodidos.




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