Paraíso Podrido

Duodécimo intento: Auxilio

–Jarm, maldito bastardo. ¡Me mentiste en la cara! ¡Sabes lo que está pasando! –enunció Joseph al colocarse sobre el cuerpo el nuxon negro, listo para combatir con el pistolero.

–No tienes que saber todo sobre MoA como para sepas que no seamos malos. Te lo dije, tenemos secretos –dijo Jarm, quien parecía estar al pendiente de cualquier movimiento de ambos oponentes.

–¡Tú sabes a la perfección de lo que estoy hablando! ¡Estás encubriendo pedófilos! –Esto hizo que el pistolero frunciera el ceño, extrañado.

–¿De qué demonios hablas? Los inquisidores son justicieros. Salen a las calles a detener maleantes, calman con su magia a las personas que sufren en silencio. No son pedófilos.

–¡Imbécil! Ellos no hacen eso. Buscan personas que han sido abusadas por tus sacerdotes y les borran la memoria. Si es lo que dices: ¿por qué mataste al inquisidor que tenía en manos?

–Fueron órdenes. Los inquisidores saben secretos importantes de MoA y no podemos permitir que se sepan.

–¡Cómo que son una bola de pedófilos! –En eso, Joseph hizo una pausa, decepcionado. –Tú también lo eres, ¿cierto? –Sin pensarlo, Jarm disparó una bala que rosó el rostro del moreno, notada la expresión de ira en la cara del pistolero.

–¡Eres hombre muerto si me vuelves a acusar de ser un enfermo! ¡Por supuesto que no lo soy!

–¡Dilo dentro de un círculo de la verdad! –Exclamó Joseph, molesto.

–¡Bien! –Rápido, Jarm disparó al suelo a su alrededor cinco balas, conectados los orificios en una línea de luz mágica que formó el hechizo de círculo de la verdad alrededor del pistolero, listo para hablar–. Yo no soy un pedófilo. En mi vida he tocado a un niño y no fantaseo con actos tan aberrantes como abusar de ellos –enunció sin problemas, notado por los ojos de Emmitt que no se trataba de una ilusión.

–Es verdad. Ese círculo de la verdad es legítimo. Jarm no ha de saber sobre esto.

–¿Los inquisidores rojos no cubren pedófilos dentro de las filas de MoA?

–¡Por supuesto que no, Joseph! Ya te dije que se encargan de traer paz a las calles. Debo admitir que se me hizo extremo que me pidieran asesinar a éste, pero yo sólo sigo órdenes. Confío en que es por un bien mayor. –Todo lo dicho por Jarm hacia sentido a Joseph, pues él también siguió de manera ciega a su antigua líder y jamás le cuestionó actos atroces en el pasado.

–Déjame entrar en el círculo para que veas que lo que te digo es verdad. –Jarm aceptó la propuesta de Joseph, éste se retiró el nuxon negro y caminó hacia su conocido, quien bajó las pistolas, pero no las soltó por si algo ocurría.

Justo en el momento que Joseph iba a poner un pie sobre el hechizo, un estruendo titánico se escuchó. Todos voltearon hacia donde provenía dicho ruido y notaron que, en la orilla de la ciudad más cercana, un edificio comenzó a derrumbarse, seguido de una especie de rugido.

–¿Qué diablos está pasando? –Se preguntó Jarm, perdida su concentración por ello y desaparecido el círculo mágico.

A pesar de ello, Joseph tampoco se dio cuenta de que la magia había cedido, estaba más preocupado por ver qué sucedía, así que activó el nuxon blanco en sus ojos para ver más lejos. Fue en ese momento que, sin querer, notó que encima de un edificio estaba Declan hincado con Letanía frente a él a punto de matar a la mujer que estaban tratando de salvar.

–¡No! Maldición –Joseph se cubrió del nuxon blanco y corrió hacia el lugar, apuntado por Jarm para dispararle y detenerlo, llamado al momento por sus superiores por medio de un audífono que siempre tenía en su oreja derecha.

–Entiendo. Voy en seguida. Tan pronto termine con… –Al decir eso, Jarm volteó sus armas hacia Emmitt, sólo para notar que ya no estaba ahí. –Voy en seguida.

Joseph corrió tan pronto pudo, pero no consiguió evitar la muerte de la pobre mujer que se veía feliz de poder ser liberada, atacado Letanía por la alabarda del de gorra tan pronto estuvo cerca y evadido el golpe por el del antifaz, dado un salto hacia atrás para tener distancia de su oponente.

–¡Declan! ¿Estás bien? –preguntaba Joseph al tener su amigo en sus brazos, el cual parecía estar ido, con sus pupilas dilatadas y sin poder responder a una sola pregunta.

–Regresará en sí en unos momentos. Sólo lo aparté de mi camino.

–¡Ella sufrió! –gritó Joseph, molesto–. ¡Fue abusada por Joshua, necesitaba ayuda y tú la mataste!

–Ustedes la salvaron de los inquisidores rojos –expuso el sujeto, impresionado Joseph de esto.

–Así que también los conoces.

–Por supuesto. Es una secta dedicada a hacer las cosas más oscuras y viles que puedes imaginar. Borrarle la mente a las víctimas que comienzan a recordar es sólo la punta del iceberg. –Una vez más, un estruendo es escuchado en la lejanía, lo que despierta a Declan de la ilusión.

–¡Qué rayos! ¿Qué pasó? –reaccionó el joven, aprovechado esto por Letanía para dejarse caer del edificio y escapar.

–¡Declan! ¿Cómo te sientes? ¿Estás bien?

–¿Estoy muerto?

–¿Cómo vas a estar muerto? ¡Tonto!

–Es que estoy viendo a un ángel aquí a mi lado. –Joseph rio y lloró al recordar que, alguna vez, ese chiste se lo hizo Anne a Marcia, historia que el moreno le contaba a Declan cada vez que podía porque le pareció muy graciosa. Fue por eso que entendió que el pequeño estaba fuera de peligro.

–¡Eres un tonto! ¡Perdona por ponerte en riesgo! –exclamó Joseph al abrazar fuerte al menor, quien le regresó el afecto, tranquilo. Mas el momento sería interrumpido por un tercer ruido y otro edificio en picada.

–¿Qué demonios? –La radio de Declan que todos los patrulleros de la PR poseen, sonó con una orden.

¡Alerta a todas las unidades! ¡Estamos bajo ataque en la zona África del sur! ¡Todas las unidades a dicha zona para la protección de la ciudad! –sonaba por medio de la radio, a lo que Joseph y Declan corrieron de inmediato para ver de qué se trataba.




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