Paraíso Podrido

Décimo Sexto intento: Abierto

Joseph y Gregory, ya más tranquilos, regresaron a la ciudad, donde estuvieron paseando toda la tarde, presentadas algunas personas al forastero, gente amable que el moreno consideraba eran personas cercanas a él, la mayoría de ellos gente mayor, pues los había conocido a todos desde que eran niños, aunque ese tipo de cosas estaban por cambiar.

Ambos fueron a comer a un restaurante en la zona Asia. Disfrutaron de la comida, contaron viejas anécdotas a las personas que estaban alimentándose con ellos y pasaron un muy buen rato, llegado el crepúsculo a la ciudad y el tiempo de retirarse.

Gregory estaba listo para un asalto a MoA, pero Joseph se notaba cansado. No había dormido nada desde el día anterior, por lo que el caballero decidió mejor llevar a su amigo a su hogar y dormir un poco.

En el camino hacia allá pasaron un poco cerca de donde ocurrió el ataque, encontrado un conocido del hombre de gorra en el sitio, mismo que parecía estar buscándole desde hace rato.

–¡Oh! Joseph, por fin te veo –dijo Alexis al acercarse a ambos, puesta su bandana en la cabeza, indicado que estaba patrullando.

–Mira. Él es Alexis, tiene diecinueve y es todo un prodigio. Sus habilidades con el aura son impresionantes. Tenía mucho tiempo que no veía a alguien con semejante talento –enalteció Joseph al chico, lo que provocó que se sonrojara.

–¡Ya basta! No es para tanto. Señor Gregory. Es un honor conocer a una leyenda de su talla.

–El gusto es mío, joven. Y no seas modesto. Si tienes talento, debes mostrarlo, no ocultarlo o negarlo. Tampoco presumas, es molesto –enunció el del piel oscura con gran sabiduría, emitida una risa nerviosa por Alexis.

–Lo sé –dijo el joven, retomada la conversación por él hacia Joseph–. Oye, hay un sujeto que ha estado preguntando por ti.

–¿Eh? ¿Y eso?

–No lo sé, pero parece es algo importante, porque parecía desesperado –comentó el chico, alarmado el dúo, tanto que se vieron el uno al otro.

–¿Dónde está?

–Los llevaré con él. Dudo que se haya movido de su casa a esta hora. Tiene muy mala vista –condenó el patrullero, guiado el par hasta un lugar más al centro de donde se hallaban, en unos departamentos un tanto conocidos por estar en su mayoría deshabitados.

Ahí, cuando estaban a punto de llegar, se escuchó como una familia discutía dentro de casa. Las palabras sonaban fuertes y se escuchaban hasta llantos de una mujer, así como insultos y cosas rompiéndose.

Los mayores ni se inmutaron, conocían peores familias en sus tiempos, incluso Joseph fue parte de una, por lo que se les hizo algo normal. Alexis, por su parte, se veía preocupado. Tanto así que el chico pensaba intervenir, pero Gregory lo detuvo al sostener su mano.

–¿A dónde, vaquero?

–¿No piensan hacer algo? ¡Alguien podría salir lastimado!

–Bueno, Alexis. Eres huérfano, y no quiero sonar fatalista, pero esto es normal en las familias. Es posible que no pase a que se separen luego de unos gritos y ya. –Justo al decir eso, se escuchó un último insulto, un par de regaños y todos vieron cómo un chico alto, de anteojos, piel blanca y de cabello ondulado salió molesto. El sujeto en cuestión parecía un poco torpe, además que tenía un rostro con grandes mejillas a pesar de ser muy delgado.

–Es él –mencionó Alexis al verlo, cosa que alarmó al sujeto, dirigido a los presentes con un rostro molesto–. Se llama César Edgardo, tiene 29 años. Aquí está Joseph, como lo pediste –dijo el joven, cosa que sonrojó al hombre de piel clara, molesto con quien lo acababa de presentar.

–Hola… –dijo tímido el sujeto. Eso le pareció algo tierno a los presentes, más a Gregory, porque se dio cuenta que, al parecer, a César le gustaba Joseph.

–¡Hey! ¿Sucedió algo? ¿Por qué me buscabas tanto?

–Bueno, no es que haya sucedido algo malo. Es sólo que quería darte las gracias –mencionó el hombre, sorprendidos los presentes, intercambiadas miradas entre Alexis y Gregory tras la espalda de Joseph.

–¿Y eso por qué?

–En la madrugada peleé con mi papá. Salí muy enojado, aunque tengo pésima vista, tanto así que me perdí en las orillas del lugar. Fue entonces que escuché a la Parvada roja gritar que me hiciera hacia atrás y el monstruo se fue en mi contra. Creí que ya se había acabado para mí, mis piernas se paralizaron y cuando la bestia gritó, el patrullero que estaba conmigo salió huyendo. Debo admitir que me vi muerto, ya no tenía esperanzas, mas luego noté que la combatiste, peleaste con toda tu fuerza contra ella y seguro la venciste. No supe qué pasó, porque salí corriendo, pero escuché el canto y junto con los demás ciudadanos, aplaudimos y gritamos animándolos desde nuestras casas, hasta que se terminó –contó el de anteojos, impresionados los presentes por la anécdota.

–Bueno, en realidad Gre… –Pero antes de continuar, Gregory interrumpió a Joseph e hizo una declaración con su mano sobre su hombro.

–En realidad fue un trabajo en equipo, pero Joseph dio un gran último golpe, lo que venció al juggernaut –mintió Gregory, extrañado Joseph por ello y volteado hacia su amigo con un rostro de confusión.

–¡Sí! Justo cuando el monstruo parecía que lo tenía acorralado usó su arma y lo partió a la mitad. ¡Fue impresionante! –secundó Alexis, muy emocionado, lo que puso muy feliz al hombre.

–¡Lo sabía! Si lo derrotaste tú. Me alegro mucho de que sigas aquí con nosotros en Terra Nova. Yo… quiero decirte gracias y espero puedas aceptarme un día que te invite a comer como agradecimiento –explicó el sujeto, emocionados todos de ello, menos Joseph, que se veía incomodo.

–Gracias, pero…

–Por ahora está ocupado. No obstante, el día que no lo esté, te buscará. ¿Ok? –mencionó Gregory al interrumpir de nuevo a Joseph antes que se negara.

–Sí, está bien. Aquí está mi número, para agregarte.

–Sí, claro. Nos vemos, entonces.

–Anda. ¡Adiós! –Los tres pronto se fueron de ahí, un tanto molesto Joseph por lo ocurrido.




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