Paraíso Podrido

Décimo Octavo intento: Arrebato

Alexis, quien se encontraba cerca de donde fue el combate de Joseph y Albert, corrió hacia el lugar no sin antes avisar a sus oficiales sobre lo que sucedía.

–Alerta azul. Hay miembros de la Elite de fuego peleando en la zona Oceanía cercana a la niebla. Joseph y Albert, para ser exactos –decía el joven por medio de su dispositivo móvil.

Conserva el perímetro a dos kilómetros del lugar. Enviaremos refuerzos para allá. No los pierdas de vista, pero no te entrometas. ¿Queda claro?

–¡Enterado! –Alexis colgó e iba a guardar su T-pad, pero entonces escuchó un gran estruendo y oyó la voz de Joseph molesto, por lo que decidió llamar de nuevo a alguien más–. ¿Emmitt? Deberías de venir. Joseph nos necesita –dijo el chico, respondido por un Emmitt que estaba viendo desde la lejanía la enorme nube de tierra que levantó el grito de su amigo, recargado en el marco de su ventana, triste.

Trataré de ir, pero no aseguro nada –contestó con una voz apagada, sin ganas.

–Emmitt, es nuestro amigo. Nosotros…

Es peligroso, lo sabes. Aun así, veré qué puedo hacer. Tu sigue ordenes y espera lo mejor –interrumpió el hombre a su amigo, para luego colgar Alexis.

–Maldita sea… –emitió el joven con algo de rabia, pues deseaba ayudar a Joseph, mas Emmitt tenía razón.

Por su parte, el chico solitario lloraba en su habitación, sujeto entre sus manos una vieja pulsera, para luego limpiarse las lágrimas, ponerse de pie y salir de su hogar, decidido a hacer algo que tal vez cambiaría el curso de las cosas.

Los eventos de la desgracia sucedieron. Gregory fue arrestado, Mangekyōmaru desapareció con él y Albert escapó. Sólo quedó Joseph hincado en medio del desastre, llorando y deseando poder hacer algo para detener lo que estaba ocurriendo.

Al notar que todo se había calmado, la PR intervino, acercados a Joseph un par de clérigos para sanarlo, aunque aquel los vio molesto, al final, dejó que usarán su magia sobre él.

El hombre fue llevado hasta un lugar más seguro. Se le dio un té caliente y una frazada para tranquilizarlo, mas no decía nada, no respondía las preguntas del arrendajo que estaba a cargo de la cuadrilla. Parecía como si estuviera en un trance, con la espada de Gregory bien sujeta, algo que preocupaba a todos.

–¿Joseph? ¿Dónde está Joseph? –dijo una voz familiar, encontrado por la mirada del moreno que se trataba de Kyle, mismo que iba hacia él para abrazarlo–. Gracias a Arctoicheio. Estás bien, Joseph. Me preocupé por unos momentos cuando dijeron que habías peleado a muerte contra Albert. ¿Qué pasó? –El de gorra había abrazado al patrullero tan pronto estuvo junto a él, pero al escuchar su pregunta, lo soltó y comenzó a llorar, sujeta con ambas manos el arma de su amigo.

–Albert nos traicionó. Guio hasta acá a Mangekyōmaru para que hiciera el trabajo sucio de arrestar a nuestro amigo y cobrar el 3az que ofrecían por capturar a Gregory –explicó Joseph con una voz lastimosa, sin poder detener su llanto.

–¿Por qué tienes la Widerstreit?

–Gregory me la regaló para que no la confiscaran. Mangekyōmaru no tuvo de otra más que dejarla a mi cuidado.

–¿Fue él quien los lastimó?

–Sólo peleó contra Gregory. No vi el combate porque luché contra Albert. Él no quería que interviniera. Me molesté y perdí un poco el control. Lo siento, pero Albert me sacó de mis casillas y entonces, cuando iba a hacerle más daño, Gregory regresó de las afueras de la ciudad, lastimado, para pedirme que me detuviera. Mangekyōmaru vino tras él y no tenía siquiera un sólo rasguño encima. Con su espada perfectamente envainada…

–Los mitos son cierto, entonces. No puedo creer que Mangekyōmaru estuvo aquí –comentó Kyle, mortificado.

–¿Mangekyōmaru? ¿La bestia kitsune?

–No hay otro, Federik. Avisa al cuartel general que Mangekyōmaru estuvo aquí y todo lo que dijo Joseph. Necesitamos informar sobre esto a Catopolis.

–No, Kyle –emitió Joseph al ponerse de pie con la espada en manos, puesta tras su espalda gracias a su funda que el hombre pudo invocar en el acto–. Todos saben que el sujeto ese trabaja por su cuenta. Podrá pertenecer al reino de las bestias gato, pero dudo que Toledo tenga que ver con esto. Creo que es Nicolás el del problema, pero hablar con ese imbécil es una perdida de tiempo. No hay nada qué hacer, Gregory se entregó voluntariamente. Es caso perdido –explicó el de gorra, acercado a Kyle para abrazarlo, regresado el afecto–. Es mejor que vaya a descansar. Mañana reportaré todo con detalle en la estación que quieran. Lo prometo. –Joseph se separó de su amigo y éste lo dejó ir, entregó el vaso vació y la frazada y comenzó a separarse del grupo con un rostro que miraba al suelo, cansado.

Los fríos y oscuros pasillos de la metrópolis era lo único que acompañaron a Joseph camino a casa, hasta que, a penas a unas cuadras de su casa, escuchó una voz.

–Joseph, espera. –La voz era inconfundible, por lo que el hombre volteó y vio lo que temía. Desde uno de los callejones cercanos, Letanía estaba hablándole, el mismo hombre que había visto con anterioridad, aunque ahora no se notaba alegre, sino serio, o tal vez triste.

–Tú… Yo no quiero hablar ahora. Lo siento… –mencionó con una voz apagada, seguido su camino.

–¿Podemos ir a un lugar mejor? Prometo que no es un truco, ni nada parecido –explicó el sujeto, a lo que hizo llorar a Joseph.

–¿Eres tú, Damián? ¿De verdad eres tú? –preguntó el de gorra, pero al ver el rostro del sujeto, se dio cuenta que se equivocaba.

–No sé quien sea, pero ojalá lo fuera. Ven, hablemos. Por favor –pidió el hombre al sumergirse en las sombras de aquel callejón, temeroso Joseph de lo que pudiera enfrentar, mas tomó valor y se introdujo en la oscuridad, donde lo esperaba quien parecía ser ahora su aliado.

Después de atravesar una espesa capa de oscuridad, una pequeña luz se hizo presente, hasta que ambos llegaron a lo que parecía ser un viejo departamento de la cercanía, cuyas ventanas mostraban un exterior oscuro, como si fuera un profundo abismo.




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