Luego de leer todo el texto que estaba en la pared, Annastasia bajó su báculo y suspiró profundo. Sabía que las cosas iban a ponerse feas, por lo que debía primero hablar con los presentes sobre la situación.
–Como Joseph dijo: No sólo hay abuso de menores, sino también el uso ilegal de hechizos para borrar la memoria. Esto es muy grave. No entiendo cómo a Chibi se le ha escapado semejantes crímenes bajo sus narices.
–Es por los inquisidores rojos. Es un grupo especializado que ronda invisible por la ciudad. Silencia a los que saben algo sobre lo que sucede en MoA. Además, las Shadow layers ni se hacen presentes. Parece que ni existen. Hace poco nos atacó un juggernaut y ni siquiera supimos algo de ellas –mencionó Joseph, molesto, extrañado Ken de escuchar eso.
–Entiendo. Puede ser que se hallen fuera y nadie lo sepa. Sabes lo misteriosa que es esa mujer, Annastasia.
–Lo sé, Ken. ¿Dijiste que tienen magia de glifos para identificar a las victimas que perdieron el efecto del hechizo de borrar la memoria?
–Sí, Annastasia. Lo ponen en una especie de cruz que lleva cargando el que guía al grupo. Estoy seguro que Letanía me dijo que podía usar su magia de glifos sobre ellas para descifrar el contenido –respondió Joseph al momento.
–No soy experta en ese tipo de arcana, pero conozco magos que sí lo son. Podemos pedir ayuda a alguno de ellos y asunto resuelto. Escarbaremos en MoA hasta encontrar dichas piedras antes que las Shadow layers intervengan –sentenció Annastasia, de acuerdo los demás en esas órdenes, a la par que la mujer revelaba tener una especie de reloj casi invisible bajo su manga derecha, acercado éste a su boca–. Código negro. Posible enfrentamiento en contra de las Shadow layers. Ten preparado el plan B, Herald.
–Respuesta al código. Enterado, mi líder. A su señal será ejecutado el plan B –respondió Herald desde la otra línea, listo todo para proceder.
–Veamos si MoA tiene el descaro de creer que puede en contra de la Elite de fuego –sentenció Annastasia al avanzar hacia la Catedral de los salvos, seguida por sus subordinados.
–¡Por fin! Haremos algo interesante para variar. Tenía muchas ganas de patearle el trasero a esos engreídos desde hace tiempo –confesó Kantry, emocionada.
–Los miembros de MoA son unos imbéciles, pero son de armas tomar. No hay que confiarnos y sugiero usemos todo nuestro poder para abrirnos paso. Aunque signifiquen bajan de inocentes –comentó Ken, lo que puso algo triste a Joseph.
–Debe ser así. No podemos arriesgarnos a que sigan destruyendo la vida de inocentes. Quien sabe cuantas personas alrededor de Terra Nova fueron abusadas. Esto tiene que detenerse ahora, y si ni los D’Arc, ni las Shadow layers tienen la empatía por hacer algo, la Elite de fuego se hará cargo. Para eso fuimos fundada. «Somos flamas» –citó Annastasia, seguida de sus amigos y subordinados.
–«¡Somos la Elite de fuego!» –dijeron todos al unísono, incluso Herald, que escuchaba todo desde la lejanía, preparado para ayudar en caso que las cosas se salieran de control.
Los cuatro miembros de la antigua elite se hicieron presentes frente a la catedral, pero no vieron lo que esperaban. Ellos creían que los guardias y clérigos seguirían atentos a que ellos regresaran o que sucediera algo, resguardada su preciosa iglesia con sus fuerzas, mas no había nadie. Hasta parecía que habían abandonado el edificio.
–Llegamos demasiado tarde –dijo Joseph al creer que se habían llevado todo del lugar para dejarlo a merced de la elite o cualquier otro invasor.
–¿Tarde? ¿Para qué? –dijo una voz desde el interior de la catedral, abiertas las puertas de par en par de la entrada principal, emergida de ahí una figura pequeña de aspecto siniestro, cuyos ropajes ondeaban de manera suave con la fría brisa de la madrugada, dados pasos cortos y precisos, generado un suave sonido con eco uno tras otro.
La mujer de piel aperlada, cabello negro y ojos carmesí se paró frente a la Elite de fuego, con estoicismo y un rostro que denotaba confianza, así como enojo, resaltadas sus prendas negras que cubrían casi por completo su cuerpo, a excepción de su cuello y rostro, con una gran gabardina del mismo color por encima que ondeaba sin cesar.
–Chibi. ¿Qué haces aquí? –preguntó Annastasia, molesta de ver a la mujer, aunque aquella ni siquiera pareció inmutarse.
–¿Qué haces tú aquí junto con lo que queda de la Elite de fuego? No son para nada gratas noticias que ustedes estén en la ciudad. Sólo significa problemas hasta donde sé –explicó la mujer, mostrada su katana que tenía enfundada y amarrada a su cintura.
–Vine por Joseph. Como sabes, ha estado tratando de formar parte de Terra Nova. Me parece que ha sido un buen ciudadano. Ha hecho amistades, ha conseguido ayudar a mantener a salvo el lugar y lucha día a día porque este sitio sea un mejor reino donde los humanos puedan vivir en paz.
–No me digas –enunció Chibi, incrédula.
–¿Por qué les preguntas a tus hombres o a la gente de Terra Nova por él? Joseph no ha hecho otra cosa más que traer bien a este sitio al que ustedes llaman «Paraíso». Lugar que me parece sigue estando lejos de serlo.
–Arctoicheio y Pridhreghdi construyeron esta ciudad para nosotros. Es lo más cercanos de una utopía que tendremos. Claro que lo considero un paraíso, porque personas desquiciadas y malvadas como ustedes ya no son capaces de hacer su voluntad en ella como antes.
–¿Qué hay de ustedes? –habló Kantry, molesta–. ¿Crees que haces la diferencia sentándote en un trono, en medio de la penumbra, sin hacer nada? Demonios vienen aquí a comprar humanos como esclavos. Hay vampiros que rompen los tratos y seducen personas para drenarles hasta la ultima gota de sangre. La seguridad sigue siendo pésima, muchas criaturas malévolas siguen invadiendo la ciudad y ustedes no mueven un dedo. De no ser por la Parvada roja y Joseph, este sitio sería un basurero.