Tranquilo y sin prisas, Joseph se dio una ducha, se arregló y partió fuera de su departamento, notado un desagradable aroma en el de al lado.
Curioso, llamó a la puerta, mas nadie respondió. Además, sabía a qué pertenecía dicho olor, por lo que se apresuró a llamar a la PR. En menos de una docena de minutos, los oficiales se apersonaron al lugar, tumbada la puerta al no escuchar que hubiera respuesta, encontrado un escenario digno de pesadillas.
Al ver el siniestro, Joseph supo de inmediato que Albert había sido el perpetuador de ello. Además, se dio cuenta que ese vecino era quien pasaba los informes de él a MoA, por lo que entendió el porque ya no estaban tan conscientes de lo que hacía o no.
Por una parte, le alegró que tuviera privacidad, pero ver la atrocidad y saber quién lo hizo, lo ponía de mal humor. Aun así, los patrulleros agradecieron el reporte y Joseph se despidió de ellos, plantada una duda en la mente del hombre: ¿Qué habrá pasado con Albert?
Una vez que salió de su edificio, al caminar unas cuadras, el joven se encontró con César, el cual se notaba un tanto distraído. Vio que no era tan tarde y que tenía un poco de hambre, por lo que decidió acercarse a él para cumplir con su palabra de una vez.
–¡Hola! ¿Qué haces aquí? Falta poco para que oscurezca –dijo el hombre, asustado César, pues no lo había visto, dirigida su mirada a él, enojado, mas al notar que era Joseph, pareció tranquilizarse.
–Hola, Joseph. Pues sólo salí a caminar un poco. Estar todo el día en casa es cansado.
–No quiero sonar grosero, pero ¿no trabajas en algo?
–Sí, trabajo en una tienda de ropa que está en la zona Europa.
–¡Oh! Por eso te vi allá la otra vez. Supongo sales a esta hora.
–Sí, salí hace una hora, aproximadamente.
–¿Y tienes planes? Conozco un restaurante que me gusta mucho aquí cerca. Una pizzería. Podríamos ir a comer allá si gustas –propuso el moreno, emocionado el de lentes por ello. La sonrisa de César y su ánimo le pareció lindo a Joseph, empezó a ver cosas que antes le eran imposibles.
Ambos llegaron a la pizzería, pero ya sólo tenían pedidos para llevar por la hora. Joseph, nada decepcionado, sugirió comprar la pizza y comerla cerca, en algún parque o lugar público, pues a su lado, César no tendría nada qué temer. Estaría seguro.
El hombre aceptó, y luego de caminar un rato, el de lentes se desesperó por ir andando casi a ciegas gracias a su condición. A pesar que Joseph lo guiaba, no le gustaba estar así, y menos cuando se golpeó con un poste por estar distraído. Se notaba frustrado y berrinchado.
Joseph, para tranquilizarlo, lo llevó a un edificio que tenía las escaleras de incendios cerca del callejón por donde estaban, limpias y nuevas a como las pudo reconocer. Ahí ambos se sentaron y comenzaron a ingerir los alimentos.
En los inicios, César no hablaba mucho. Continuaba con un rostro molesto, algo que incomodó un poco a Joseph, pero al comer se fue alegrando, por lo que el moreno concluyó que sólo era el hambre lo que lo tenía de ese genio.
Ambos hablaron durante un tiempo, rieron y compartieron más el uno del otro, hasta que las cosas llegaron a un punto bastante personal y profundo.
–Yo estoy harto de vivir en casa –dijo César, molesto–. Mi sueño es comprarme un hogar grande, para mí solo. De esos que hay en la zona Europa al centro. Casas grandes con jardín, lejos de los malditos sucios edificios donde todo mundo vive apretados. Yo no sé como no se hartan. ¿Tú viviste en una casa cuando eras joven?
–No, papá y yo rentábamos un departamento en el centro de la ciudad. Los llamaban «condominios Constitución» porque estaban pegados a una avenida muy famosa del mismo nombre –explicó el chico, cosa que hizo fruncir el ceño al de lentes.
–¿No te gustaría entonces vivir en una casa así?
–Claro que sí. Ya lo hice. Ken y Kantry viven en una. Yo viví ahí un largo tiempo.
–¿Y por qué ya no estás ahí?
–Bueno, quise independizarme –mintió, pues no deseaba hablar de viejas relaciones al tratar de formar una nueva.
–Ya veo. Suena a que lo lograste.
–Vamos a decir que sí.
–¿Y tú de qué trabajas?
–¿Yo? Bueno, como ayudo a deshacerme de criaturas peligrosas, CES me deposita un sueldo mensual para mis necesidades. No es la gran cosa, pero no necesito más. Además, tengo una pensión que tampoco es gigantesca, pero entre ambas ya es algo decente –explicó Joseph, impresionado César de ello.
–¡Wow! Entonces tienes mucho tiempo libre.
–Pues sí, pero cuando no arriesgo mi vida.
–No es cierto. Tienes ese sello que te hace inmortal. Todo mundo sabe eso.
–Bueno, lo perdí hace unos años. Así que no, ya no es tan seguro para mí luchar.
–¿Y aun así peleaste contra esa cosa monstruosa?
–Así es –Joseph vio la cara de impresión de César, así que decidió dar un paso un poco adelantado–. ¿Quieres venir a casa? –El sujeto de anteojos aceptó, y ya en el hogar de Joseph, solos, sucedió lo obvio.
A la mañana siguiente, el moreno se levantó y despertó a su invitado. Ambos se vistieron y el anfitrión preparó alimento que pronto sirvió en la mesa. Desayunaron y entonces Joseph se alistó para salir.
–Bien, ¿quieres que te acompañe a tu casa o trabajo?
–No, está bien. Aquí te espero –dijo el hombre, lo que extrañó a Joseph.
–Emm… No voy a regresar pronto. Hasta en la noche. ¿No trabajas hoy?
–No, descanso. No importa que tardes, ya veré qué hacer. –Lo propuesto extrañó un poco a Joseph, pero decidió dejarlo pasar y aceptar.
–Bueno, regresaré luego. No rompas nada –dijo en tono de broma, fruncido el ceño de César.
–¿Cómo voy a romper algo? No estoy tan ciego –emitió molesto el hombre, a lo que respondió el anfitrión apenado.
–No quise decir eso. Yo… Regreso al rato. –Una vez dicho eso, Joseph cerró la puerta y sintió que algo malo había sucedido, por lo que sólo salió y dejó pasar el rato extraño detrás.