El evento quedó atrás en un terrible parpadeo. Los hechos fueron culpados a la luna carmesí por MoA, cosa que nadie dudó ni un momento. Los orbes, cada uno de ellos, fueron recuperados por los inquisidores rojos, desparecida toda evidencia que con tanto esfuerzo obtuvo Joseph.
Por otra parte, Emmitt terminó solo en el departamento, con la esperanza de volver a ver a Alexis algún día. Declan continuó trabajando para la Parvada roja a pesar del incidente, pero con un rango menor y con tiempo extra como castigo. Albert se recuperó de sus heridas y continuó vigilando la ciudad y manchándose el nombre para que nadie sospechara que, en realidad, cuida a la poca familia que le queda. Y Joseph, se llevó la peor parte.
El fracaso de los eventos lo metió en una terrible depresión. Tanto así que decidió continuar con la relación que, de alguna manera, inició con César.
Las cosas fueron de mal en peor entre ambos. El hombre de lentes se fue a vivir con el moreno sin siquiera preguntar. Con el paso del tiempo se volvió más cascarrabias y quisquilloso, además que limitaba a Joseph a salir, a ver a sus amigos y lo celaba por el simple hecho de mirar a algún lado donde hubiera un hombre.
Lo gracioso es que el mayor, por buena o mala suerte, descubrió que César le era infiel, por lo que decidió hacer lo mismo con cuanto hombre pudiera, lo que llevó su unión a un declive de odio. Eso terminó por detonar no sólo la paciencia de Joseph, sino también su departamento y el edificio donde vivía.
La explosión de nuxon mató a 72 personas y hubo 1594 heridos, algunos de gravedad. Aquellos perdieron partes de sus cuerpos o quedaron con daños irreparables. Esto provocó la ira de las facciones, revocado el permiso de Joseph de vivir en Terra Nova.
Revlla, el hombre que insistió a Joseph en quedarse luego de su fracaso en MoA, le ofreció un juicio justo, pero Joseph lo rechazó. El perderlo todo, incluso lo que había construido con Damián, le hizo tomar la decisión de abandonar la metrópolis, prometido que iría pronto con Kantry, Ken y Annastasia.
Antes de salir de la ciudad, Albert lo estaba esperando, apenado el desterrado de siquiera verlo.
–¿Qué? ¿Vas a entregarme a Grimhergard? –preguntó con lágrimas el moreno, acercado su amigo con algo en mano.
–Toma, es la foto que me regalaste de tu boda. Fue buena idea que me la quedara –mencionó el hombre al entregarla, roto el corazón de Joseph al verla.
–Lo arruiné todo. Siempre lo hecho a perder todo. No sólo la ciudad está podrida, yo también lo estoy –dijo Joseph al sostener la foto, lleno de dolor.
–Eso no es cierto. Ese sujeto… Debí obligarte a dejarlo. Yo… Lo siento.
–No es tu culpa. Es sólo mía. Ten, guárdala tú –Joseph regresó la foto, impresionado Albert por ello–. Tú la cuidarás mejor que yo.
–¿A dónde vas? –preguntó Albert al ver que Joseph se iba sin mirar atrás.
–Quiero ver Vitanovus una última vez antes de encerrarme en Astral o Grimhergard. Nos veremos luego, tatara tatara suegro. –Lo dicho tranquilizó un poco al hombre de negro, aunque le preocupó ver que su amigo no llevaba la espada de Gregory con él, lo que lo intrigó mucho.
Durante su viaje, Joseph vio que estaban construyendo un coliseo cerca de la unión de la pradera y el desierto, por lo que se sentó bajo la sombra de un roble y suspiró pensando en que no merecía ya vivir por sus errores, contemplada la labor.
–¿Es eso lo que quieres? –expresó la voz misteriosa de una majestuosa criatura multicolor que se colocó al lado de Joseph, cuya forma era la de un dragón con alas emplumadas y largos bigotes–. Veo que sigues estando a la espera de un evento desastroso. Me gusta que no bajes la guardia, Joseph. –La criatura, confiada, se sentó al lado del asustado humano, con la mirada puesta en el coliseo.
–G-gran amo Pridhreghdi… –balbuceó el moreno, pero luego se dio cuenta que se equivocaba–. No, no lo eres. Sólo se trata de una de sus auraformas.
–¿Sólo? Supongo que no soy tan importante como me gustaría serlo –mencionó en un tono burlón el ser de luz, ofendido.
–¿Qué es lo que quiere la familia Pridh de mí? No creo que el Gran amo Pridhreghdi te haya enviado a buscarme –emitió Joseph, decepcionado, pero expectante.
–Es cierto. El Gran amo Pridhreghdi no te ha convocado, ni ha pedido exclusivamente algo de ti. Esto es algo más personal –aclaró el ser, algo que no le llamó tanto la atención al humano.
—¿Ah, sí? ¿Y de qué se trata?
—De darte un propósito –explicó la auraforma, captada la atención de Joseph–. Si lo haces, no sólo ganarás el perdón de Terra Nova, la protección de mi familia y un verdadero significado digno y pleno que llenará de orgullo a todos, sino que también regresará tu vida eterna y demostrará de lo que eres capaz, mi querido Joseph. Si aceptas, tu vida cambiará para siempre. –Sus palabras hicieron que Joseph dudará un momento de lo que deseaba hacer. Aunque sonaba bien, pues igual pensaba ir a Astral. Por otra parte, temía por algo.
–¿Y si ella regresa? –preguntó al ser de aura, dolido.
–¿Y si no? –contestó la auraforma, con una voz más calmada, suave–. Hay veces en las que uno debe ser egoísta y tomar decisiones que tal vez dañen a los demás. A lo que deseaban de nosotros, lo que veían que podría ser mejor para uno. No obstante, la destrucción de expectativas es algo que nadie puede realmente adjudicar ser perpetuador. Ellos se hacen ideas sobre lo que tú deberías de ser, el que no quieras serlo no debería lastimarlos. Si te hace feliz…
—Debería hacerlos felices a ellos también.
–¿Vienes? –preguntó la auraforma, sin escuchar respuesta de Joseph–. Estar aquí no sólo te conectará con los Pridh, sino con los D’Arc. El coliseo es la celebración de que los siete reinos han convivido en paz, entendido el regalo del Gran Amo Pridhreghdi y el padre de las bestias sagradas Arctoicheio. Eso significa que verás a Xeneilky más seguido y para siempre. –Esto llamó mucho la atención del hombre, casi convencido. –Además, tendrás lujos en el sitio, vacaciones cada cierto tiempo para que veas a tus amigos y un montón de entretenimiento. Necesitamos un presentador que se fusione con la conciencia del coliseo. Tú eres el indicado, Joseph.