Paraíso Venenoso

2.- ENCANTO

—Hemos ganado tiempo. ¿Qué se supone que vamos a hacer?

Eso era una buena pregunta. ¿Qué vamos a hacer?

Todo rondaba con el qué haríamos ahora para la exposición. Teníamos al menos un fin de semana para averiguarlo, ya sea para traer del mismísimo infierno a Joselyn o tener que buscar una doble porque no había de otra. También era mi plan decir que se había intoxicado, incluso de que había muerto seguía en mi mente, cada vez que pensaba en ello se veía más irreal y no creíble.

—Le debemos las gracias a Rubén por habernos salvado el pellejo —dijo, Ringo, mordiendo la torta de pierna de pavo que tenía en manos.

Mi vista por un momento se perdió en cómo sus blanquecinos y bien alineados dientes se hundieron en la contextura del pan, el cómo su lengua repasó su labio en quitar borona de esta.

Por favor, no crean que estoy enamorada de mi amigo. Ese animal es como mi hermano y el único sentimiento que me provoca es patearle las bolas por ser un cabronazo de los buenos.

—Realmente ni siquiera sabemos si se acuerda de que pasamos todos. El profesor huyó del salón en el momento en que la alarma sonó y creo que aún sigue recuperándose del susto que le provocó.

Comentó Elizabeth, la menudita del grupo. Está chica me parecía de lo más tierno, era como una niña pequeña de cabello lacio a la altura de los hombros, dejando sus mechones rebeldes detrás de su oreja, usando sudaderas grandes de grupos musicales o simplemente de colores. De hecho, siendo sincera, no recuerdo haberla visto con una blusa. A pesar de ello, no se dejen engañar, era tremenda cuando se lo proponía.

Después del caos en el edificio sobre la alarma de incendios, hicieron alguna inspección de protocolo para ver que todo estuviera en orden. Al darse cuenta que era una falsa alarma de inmediato dedujeron que era broma de algún estudiante. Incluso dijeron que revisarían las cámaras para dar con el culpable. En ese momento había volteado a ver a Rubén, él sólo negó y se limitó a encoger los hombros. La seguridad de sus palabras me hicieron creerle.

Las autoridades de la escuela habían dicho aquello para provocar pánico al estudiante que se había atrevido a tocarla a juego. Lo que no sabían es que ese estudiante ya sabía que ni servían.

Y una vez que regresamos al salón, estábamos esperando al profesor. Aún quedaban unos minutos antes de que terminara la clase. Llegó un jefe de materia diciendo que el maestro había tenido un ataque de pánico así que se tuvo que tomar el día.

Puede que se pregunten si está bien.

La verdad, me importa un reverendo y santo pepino su salud.

—Y porque no le decimos eso —opina, Azucena. Se inclina a la altura de la mesa para beber de la pajita de su jugo. Los tres la miramos con curiosidad e incitándola a que deje en claro, exactamente qué—. Qué expusimos todos. Qué Joselyn vino y expuso. El profesor no pasó lista así que no habrá problema.

—¿Crees que nos crea? —inquirió, Ringo, metiéndose lo último de su torta, o lo que quedaba de ello.

—Podríamos intentarlo —opiné—. No perdemos nada.

Los cuatro en la mesa de la cafetería nos miramos y sabíamos que perdíamos nada. Así que con eso concluimos.

El resto del día fue igual que todos los días. Nueva tarea, apuntes que estudiar y proyectos que pensar.

Lo que me gustaba de la universidad es que era un lugar que odiabas pero a la vez amabas. Ya sabes, esa aura de juventud y a la vez de compromiso, de que tu futuro está en tus manos aunque también la sensación de quererse comer el mundo.

Debía admitir que de todo esto lo que más me gustaba es qué podía convivir con mis amigos y en las reuniones conocer a nuevas personas, es probable que ya no hablaras con ellas. Algo bien loco.

—¿Vas a acompañarme esta noche?

Giré a ver a Ringo. Su pose de modelo de revista y el sol brillando por arriba de su cabeza lo hacía ver radiante.

Miren, a pesar de que es un tonto, es mi amigo, más allá de eso; el hombre está guapo y atractivo, de esos que se consideran hasta para un buen polvo que te harán llegar al cielo de ida y vuelto con todo pagado y, si deseas hasta tu artista favorito puede ir cantando. Pero él… era todo lo contrario; alguien noble, inteligente, aunque a veces sus comentarios babosos sobresalían más que su sensatez.

Debía confesarles algo: el cuerpo que se cargaba, esos brazos que quisieras tener apretujando cada parte de ti, era para su trabajo. Sí, así como leyeron. Trabajo. Los fines de semana laboran en un club nocturno haciendo un show para mujeres junto con otros chicos.

La primera vez que me dijo que era un stripper, fue como: “¿quiero ver tus herramientas de trabajo?” Sí, así de descarada soy. Así que el muy amable me invitó a su lugar de trabajo. “¡Dios tenga en la gloria las camas y sábanas en donde fueron procreados estos hombres!” Fue lo que pensé en el momento en que cinco chicos en calzoncillos salieron al escenario bailando una canción.

Esa noche, terminé más acalorada que el sol de verano.

Por ello me preguntaba si lo acompañaría hoy, porque eso hacía. Cada viernes iba con él a darme un buen taco de ojo y también a visitar a los muchachos, porque al estar de chismosa terminé conociéndolos.




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