Paraíso Venenoso

3.- REINAS

—Le puedo patear las bolas. Mejor lo atropello con mi auto.

—Eso no va a quitar la decepción.

Ringo me miró afligido y se acercó a mí hasta rodearme en un abrazo.

Los dos estábamos en mi pequeño cuarto de renta. Le pedí que llegara antes para poderle contar lo sucedido. Y la primera impresión fue abrir los ojos a la par y mirarme como si acabara de ver un fantasma.

Dijo que siempre creyó que Rubén y yo éramos la pareja modelo; nada de peleas, ni discusiones sinsentido, ya sea por celos o amigos. Y saber esto era pensar que era broma.

Ahora está en un estado de hermano protector, quiere irle a partir todo lo que constituye el rostro de Rubén.

—¿Al menos puedo lanzarle una piedra?

—No, Ringo.

—¿Qué harás entonces? —abrió de nuevo los ojos y su boca en una gran “o” que llegó a lo exagerado—. ¡¿Por favor no me digas que lo vas a perdonar?!

—¡No! ¡No haré eso! —me defendí—. De hecho ni siquiera sabe él que yo lo sé.

—¿Qué?

—No lo enfrenté —estuvo a punto de decir algo, lo silencié—. Porque primero necesito conocer todo. Quiero saber quién es “M”. Desde cuándo se ha estado viendo con ella.

—¿Vas a seguir con él mientras lo averiguas? ¿Estás estúpida?

—¡Oye, deja de insultarme!

—Es qué no hay más palabras para describir las estupideces que dices —tocó su oído al ritmo de sus palabras—. Ni creas que voy a dejarte hacer eso.

Resoplé.

—No pienso dejarlo así de simple.

—¿Qué es lo que planeas? ¿Acostarte con alguien?

Curvé los labios hacía abajo mientras le resté importancia.

No voy a mentir, eso fue lo primero que se me vino a la mente en el momento en que salí de su apartamento. Quería pagarle con la misma moneda. Algo cómo:

—¿Adivina qué, Rubén?

Yo le preguntaría el lunes a primera hora. Y el como el novio hipócrita, diría:

—¿Qué preciosa?

Y con la sonrisa que adornaría mi rostro, la iría formando a una diabólica hasta soltarle:

—Me acosté con alguien.

Por supuesto que pegaría el grito en el cielo. Hasta me haría el drama de la villana que han descubierto sus planes, entonces yo como la protagonista, lo abofetearía y le diría:

—Hipócrita, mentiroso —claro, con una voz gruesa e inyectada de veneno—. Sí estás a punto de revelar el sexo de tu bebé y me haces un drama. Pendejo.

Entonces me iría contoneando las caderas.

¡Pero claro! No era una telenovela y yo no era dramática. Era más siniestra. Así que planearía algo para cagarle la vida.

—No me voy a acostar con alguien, Ringo. Al menos no por vengarme de él —aclaré.

Me miró fijo por unos segundos al comprender que mi mente maquilaba algo, achicó los ojos y comenzó a analizarme más al fondo. Cruzó los brazos y cambió el peso a su otro pie.

—Me estás dando miedo —comenzó a decir. Tenía la cabeza ladeada como un cachorro encontrando sentido a algo—. Ni siquiera estás llorando como Magdalena por los cuernos de alce que te han puesto. No estás gritando, ni haciendo drama. No hay alcohol, ni siquiera estás pidiéndome que me acueste contigo —lo miré incrédula por lo último—. No me mires así, llegas a hacer demasiado imprudente y una mujer despechada siempre hace cosas raras.

—Jamás me acostaría contigo, Ringo.

—Nunca digas nunca, Edén.

—Estoy segura que no.

—Bueno como sea. ¿Cómo es que no estás hecha un mar de lágrimas?

Abrí la boca para decirle algo, la cerré como llanta sin amortiguador.

En verdad no me sentía mal. Claro, la sensación de asco, engaño y que me vieron la cara de estúpida, sigue. No como pensé que sería.

Hace mucho tiempo creí que yo me quedaría con Rubén. Lo quería y era la persona que estaba para mí. Con todo esto, me abrió los ojos de que nunca estuve enamorada de él. Ahora ni siquiera sé que era lo que realmente sentía.

Siendo sincera, ahora que estoy escribiendo esto, ya les puedo dar una respuesta a aquello que me rondó en la mente y es qué me atrapó alguien que usaba una máscara, un Rubén que jamás existió. Y cuando descubrí la verdadera cara de él; mentiroso, hipócrita, infame y asquerosamente inteligente al enredarme en toda está fantasía. Entendí que no era mi culpa por haber creído en él.

—No lo amas —dedujo—. Creo que jamás lo amaste.

—A lo mejor sólo estoy en shock —me defendí.

Dio unos pasos hasta estar frente a frente. Me obligó a alzar la cabeza ya que es mucho más alto.

—Tú no estás en shock —acunó mis mejillas y se tomó el tiempo de analizarme.

—¿Y qué crees tú, que tengo?

—Ya lo dije. No lo amas y creo que jamás lo amaste —rectifica—. Así sea un cabrón, una emoción debió aparecer en ti y lo único que veo es serenidad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.