Paraíso Venenoso

5.-DORMIR

—Deberías decírselo a las chicas.

Mordí la dona de chocolate sin cuidado alguno. Al pasarme el bocado hablé:

—No se los diré. Las voy a mantener así. No les afecta en nada.

—Son nuestras amigas.

—Sí, Ringo, pero necesito que menos personas lo sepan.

Bebí agua de mi envase que llevé para mi día.

Por fin era lunes y esperábamos la primera clase. Nuestros compañeros comenzaban a llegar, Elizabeth y Azucena aun no entraban al salón.

—Entonces, ¿qué vas a hacer?

Todo ese fin de semana pensé lo mismo; ¿qué iba a hacer? Sabía que mi propósito era hacerlo mierda, o al menos demostrarle que lo era. Pero como iba a hacerlo sin que mi enojo me ganara y terminara rompiéndole la nariz. Esto iba a ser una prueba de la magnitud de mi tolerancia, hasta dónde puede llegar.

—Necesito saber quién es la tal “M”, después iré viendo que hacer.

—Creo que Víctor tiene razón; no deberías hacer nada y sólo terminarlo.

—¿Hablaron sobre mí?

Volví a morder mi dona. Ringo arrugó el rostro al verme comer. Me imagino que no me comportaba como una dama refinada.

—Sí. Dustin comentó el tema. Él sigue empeñado en que quiere darle un escarmiento.

Golpear a Rubén no era lo mejor. Sin embargo, no quería que otros hicieran mi trabajo sucio.

—No lo harán. Deberían mantenerse a raya. Al igual que ese remplazo chismoso.

—Dale una oportunidad a Serni.

—No tengo problemas. Sabes que mi inicio con Dustin no fue lo mejor, y aun así es mi amigo. Así que no pienso cerrarle mi amistad a Serni, pero si se vuelve a comportar como un cabrón conmigo, lo mandaré a volar.

—Es un buen camarada —asintió con la cabeza, intentando que sus palabras colaran en mí—. Sabes que si necesitas algo, dímelo, sea…

Las palabras se quedaron a mitad ya qué la sombra de un cuerpo se interpuso en medio de los dos. Alcé la mirada y los ojos chispeantes de Rubén me observaron como si me anhelara. ¿Quién diría que el cabrón fuera un tremendo actor?

—Hola, amor —saludó. Hizo su mano puño y le indicó a Ringo que las chocara en un saludo—. ¿Cómo la pasaste el fin de semana?

«De maravilla, maquilando un plan maestro para saber tu secreto».

—Nada. Ir a casa, lavar mi ropa y hacer tarea. Ya sabes, lo normal.

Su vista se desvió a mi amigo, ya que este lo miró de forma intensa y una nube negra comenzó a formarse. Es claro que Ringo no podría con esto.

—Vamos afuera —dije, metiéndome el último pedazo de dona que quedaba.

Mis mejillas se ensancharon ya que el trozo era más grande de lo normal.

Rubén se adelantó y con señas le indiqué a Ringo que se comporte.

—¿Acaso tu amigo me estaba aniquilando con la mirada? —inquirió una vez que llegamos al pasillo.

Recosté mi espalda en la pared y agaché la cabeza ya qué me estaba ahogando al intentar pasarme la dona. «Ni comer puedo, sin necesidad de atentar contra mi vida». Que tonta.

Le indiqué con la mano que me espere, hasta que pude pasarme la masa y poder hablar.

—No, sólo juega. Así de imbécil es.

Levantó los hombros al momento de curvar los labios hacia abajo. En segundos, la volvió una sonrisa ladina con un toque de coquetería.

—Te extrañé mucho el fin de semana.

Se inclinó a besarme, giré mi rostro. Él aun así no dudó, se trasladó hasta llegar a mi oreja y acariciar con su nariz mi piel. Sí hubiera hecho eso hace unos días, mi instinto carnal hubiera salido a la luz. Ya no me producía nada, más que asco.

—¿Me extrañaste mucho? —indagué, llevando mis brazos a su cuello.

Sus manos fueron a mi cadera, apretujando en esa zona.

—No fui el único que te extrañó, amor.

Juntó nuestras frentes y su respiración golpeó mi nariz.

—¿Harás algo hoy? —pregunté, abrazándolo. Ya que no deseaba que me besara.

Rodé su cintura.

—¿Acaso eso es una propuesta?

—Creo que no fui clara. ¿Estás libre en la tarde? Quiero sexo.

Un ronroneo sexual invadió su garganta.

—Para ti estoy disponible las veinticuatro horas.

—Entonces te veo en la salida.

Lo empujé levemente. Tomé su mandíbula y lo acerqué a mis labios para darle un sonoro y para nada agradable beso.

Di la vuelta para ir al salón, pero me sujetó de la muñeca para atraerme de nuevo a él. Su lengua inundó mi boca. Sin más que hacer, le seguí.

—Que tengas un excelente inicio, amor —susurró sobre mis labios. El oscuro de su mirada inundó la mía.

No le contesté, sólo sonreí como una tontuela. Lo vi alejarse por el pasillo para ingresar en su salón. Borré la estúpida sonrisa fingida, volviendo adentro.




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