Esperé que sus nudillos hicieran contacto con la puerta para abrir, no lo pensó dos veces y entró.
—¿Está muerto?
—Sí. Y me vas a ayudar a esconder el cuerpo —palidece por un momento.
—¡Te dije que no le dieras todas! —susurra, o intento de eso.
—Está vivo —mencionó con aburrimiento—. Sólo está inconsciente, Ringo.
Se lleva una mano al pecho y exhala.
—El que casi se muere soy yo. No me digas eso.
—Y tú no hagas preguntas tontas.
Camina por el lugar hasta dar con la cama y lo mira.
—¿Segura que está dormido?
Ruedo los ojos exasperada. Me acerco al cuerpo inconsciente de Rubén; levanto su mano a una altura y lo dejo caer. Ringo no parece convencido. Entonces, hago lo que he deseado desde que supe que me engañó; cachetearlo.
Lo abofeteó tan duro que el sonido logra que Ringo respingue en su lugar.
—¿Ya?
—No hacía falta golpearlo estando inconsciente, Edén.
—Cállate —camino de nuevo hasta él—. Tú revisa la habitación, yo revisaré el librero que tiene en la sala.
—Está bien.
Cada uno toma distintas direcciones.
Es probable que en este momento esté haciendo cosas que rozarían o traspasan el límite de confianza y privacidad. Lo aceptaba. Lo estaba haciendo y me valían tres hectáreas de estiércol.
Busqué en cada uno de los libros que tiene, verificando que en ninguno guardara algo. Revisé detrás y por arriba. Al no encontrar nada; seguí con el sofá, los cojines y dentro de la estructura. En fin, examiné cada centímetro del lugar de la sala y no hallé nada.
Fui a la habitación para encontrar a Ringo sentado en el suelo con papeles en las manos, hojeando con detenimiento.
—¿Hay algo? —pregunto, yendo al mueble donde guarda sus playeras.
—No, sólo son tareas y proyectos de semestres pasados. Nada que mencioné a una amante. Por cierto, ya revisé ese lado. No hay nada.
Detengo mi búsqueda y me giro a él, rascándome la cabeza en un acto de desespero.
—¿Nada?
—Nada, Edén. No sé si lo que viste fue algo tan equis que pudo ser cualquier cosa, o el cabrón es demasiado precavido.
—No, Ringo, debe haber algo. Yo vi esa estúpida nota.
—Tal vez, era una nota de uno de sus amigos y él la tomó. No sé, Edén, hay tantas cosas que pudieron pasar. La vida a veces nos juega sucio, es probable que sea una de esas.
—¿Me estás diciendo que acabo de dormir a mi novio y violar de muchas maneras su privacidad por algo que no es de él?
—¿Sí?
Miro el cuerpo tendido en la cama y me siento mal. ¿En verdad si me equivoqué?
—¿Por qué no intentaste hablarlo con él como una persona humanamente bien de sus capacidades mentales?
Lo miro con hastío.
—Me lo hubiera negado.
—¿Y sí no?
Ringo deja los papeles sobre la mesa, cuidando que todo esté como estaba. En mi campo de visión se asoma ese pequeño cofre lleno de tesoros; el móvil.
Voy hasta el otro extremo para tomarlo. No recuerdo su contraseña porque nunca me la aprendí, no me vi en la necesidad de revisar sus cosas porque son de él, ahora me maldecía por ello. Lo bueno, es que tenía la posibilidad de hacerlo por reconocimiento de huella digital, así que no fue tan difícil desbloquearlo.
—¿Por qué no pensamos en eso? —cuestiona, acercándose. Mira por encima de mi hombro.
Reviso mensajes y no hay nada que lo involucre con una mujer, ni siquiera con sus amigos, ya que hablan puras babosadas y se mandan memes. En su galería hay fotos de nosotros, su familia, más memes, paisajes y del pizarrón de la universidad, nada de otra mujer.
No hay nada que lo involucre.
Para este momento estaba dispuesta a dejarlo pasar y fingir que no sucedió nada; como que lo dormí y esculqué sus cosas, además de eso mi amigo me había ayudado. En serio, estaba dispuesta, pero no es hasta que recordé algo, ese algo que hizo la diferencia en todo esto.
El baño.
Cuando lo conocí hacíamos preguntas fuera de lo común, recuerdo que yo le dije, “¿Cuál sería un buen lugar para esconder algo?”. Contestó que el baño ya que nadie buscaría ahí.
«Gracias por el dato… amor».
Corrí a su baño, quité la tapa de la cisterna y ahí estaba lo que tanto busqué.
—Mierda —lo escuché maldecir a Ringo.
Sí, esto era una mierda.
Saco la bolsa de plástico que contiene lo que me podría decir que tanto esconde el hombre con el que he convivido un noviazgo durante tres años.
Tomo la toalla de manos para secar antes de colocarla en el lavabo.
—Sí había una nota y no estaba equivocada al pensar que es un grandísimo cabrón —digo, en un tono ausente.
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Editado: 28.04.2025