Owen abrió los ojos.
La oscuridad se cernía sobre él, y el frío que sintió a lo largo de su cuerpo fue suficiente para darle a entender que ya no se encontraba en el Océano Atlántico, junto con James y Luna, intentando detener a Ben de crear un tercer punto de Tinieblas para así traer la Isla Opuesta a aquella dimensión. No. Había desaparecido tras una enorme capa de humo, transportándolo a otro lugar. Pero… ¿a cuál?
Se levantó con lentitud, temiendo que alguna parte de su cuerpo estuviera lastimada. En cuanto se mantuvo erguido, observó con atención a su alrededor. Parecía ser un desierto bastante abandonado, rodeado de nubes que amenazaban con soltar una lluvia torrencial; el viento levantaba grandes capas de polvo, y no le permitían ver más allá de los restos de algunos barcos que, seguramente en antaño, habían sido joyas de alguna línea de cruceros.
—Oh no…
Ya sabía dónde estaba. Reconocía aquél lugar… justo en aquellas condiciones.
Muchos años antes de conocer a Dylan, de sobrevivir a los peligros de la Isla a su lado, instruirlo en todo lo que sabía para hacer de él un gran líder y alguien que pudiera hacer lo que Owen no pudo, había mantenido una lucha mortal con su hermano.
Después del caos que causaron en la Isla, así como la muerte de muchos amigos suyos, regresaron al mundo real para proseguir con su contienda en un intento por matarse el uno al otro. Bill buscaba liquidar la Isla de una vez por todas, mientras que Owen buscaba vengarse por la pérdida de su esposa y de su hija. Desafortunadamente para ambos, y para el resto del mundo, su batalla devastó por completo la línea temporal, causando el consumo de la dimensión por sí misma, destruyendo todo por completo y dando comienzo a una dimensión oscura. Una dimensión consumida, devastada, perdida, reducida a cenizas. Un futuro que no existía a excepción de los recuerdos.
Y ahí se encontraba Owen en esos momentos.
En su propio mundo, hecho Tinieblas. En su propio tiempo.
—El que busque venganza, que recuerde cavar dos tumbas —dijo Owen mientras se levantaba, sintiendo todas sus extremidades en perfecto estado, y echando un vistazo a sus alrededores, añadiendo un chiflido—. No hay lugar como el hogar.
¿Cómo no recordar aquellas tierras profanadas y convertidas en oscuridad, ceniza, desierto y destrucción? Si él mismo había sido, casi, causa de todo aquello. Owen era el responsable de la pérdida de su hogar. De su tiempo.
Al verificar que se encontraba en perfectas condiciones, Owen comenzó a caminar por las arenas negras que, en antaño debió ser el fondo de aquella parte del mar.
Fort Lauderdale debía estar a unos cuantos kilómetros de donde Owen se encontraba. Por unos instantes, pensó en dirigirse hacia allá, pero las ruinas de la ciudad, así como las criaturas que habitaban debajo de sus suelos devastados, eran señal de peligro. No podía arriesgarse. Necesitaba un modo de volver al mundo real, por imposible que sonara.
El tiempo no avanzaba en aquella dimensión hecha pedazos. Sí, podía caer la noche, y al cabo de unas horas el sol volvía a salir, pero ya no quedaba vida. Era una especie de limbo. Los relojes, o calendarios, seguirían marcando el mismo día sin importar cuanto tiempo transcurriera. Owen estaba atrapado, y lo sabía.
Al cabo de unos minutos, logró ver algo entre la arena, por lo menos a unos cuantos cientos de metros de él. Debido a la distancia, al principio, creyó que serían manchas que sobresalían de las arenas, pero conforme se fue acercando, aquellas extrañas manchas se movían. Tenían vida.
—¿Qué tenemos aquí?
Según sabía, no quedaba nada vivo en aquella dimensión. Al menos no un ser humano, ya que todas las criaturas que Bill había llevado para desatar la batalla que pondría fin a aquél mundo pasaban los números que Owen había pensado en un principio.
¿Serían seres humanos aquellas manchas?
Por suerte, Owen llevaba enfundada una pistola. Desde que había desaparecido debido a las Tinieblas, no recordaba haber sujetado con firmeza sus armas.
Caminó con lentitud hacia las manchas que se veían a lo lejos. Eran, por lo menos, unas cien. Pero conforme Owen se acercaba más y más, el número de las manchas iba subiendo. ¿Quiénes serían?
En cuanto el numeroso grupo de personas se encontraba a diez o veinte metros de Owen, éste sacó la pistola para defenderse, por si se comportaban hostiles. Uno de los extraños avanzó frente a los demás y corrió hasta ponerse frente a Owen.
—¿Hola? —el sujeto era idéntico al que había visto horas antes, o… tiempo antes, de que cayera por las Tinieblas—. ¿Eres de por aquí? Nosotros…
—Son los Pasajeros del Atlantic —musitó Owen, bajando su arma y observando a espaldas del hombre que se llamaba Kevin Smith—. ¿Son acaso doscientas personas?
—Salimos del avión hace unos días —terció una mujer al lado de Kevin Smith. Algunos de los extraños ya estaban llegando a espaldas del primero—. La oscuridad rodeaba el desierto donde aterrizamos. Comenzamos a movernos hasta que las arenas comenzaron a consumirnos, uno por uno.
—Entonces aparecimos a unos kilómetros de aquí —añadió un tercer Pasajero—. Hacia el este.
—El Triángulo —soltó Owen.
—¿Qué dijiste? —murmuró un joven, cerca del grupo principal de Pasajeros.
Antes de que Owen pudiera responder, e intentar encontrar las palabras para explicarle a todo aquél sin fin de personas acerca de donde estaban, el Triángulo, los viajes entre dimensiones y todo lo que esto pudiera conllevar, un trueno se escuchó por encima de ellos.
Las nubes ya surcaban los cielos, y en pocos segundos comenzaría a llover. Sí, aunque la dimensión estuviera devastada y hecha pedazos, aún llovía. Lo peor de todo era la magnitud de las tormentas cuando ya no se tenía control sobre la dimensión misma.
—Tenemos que ponernos a salvo —terció Kevin Smith.