Paralelo [pasajeros #4]

Capítulo 8

Bill aterrizó con un golpe seco en lo que parecía ser un patio abandonado, sin vida, y rodeado de muros que no pasaban los cinco metros de altura. Sólo había un par de árboles, secos, y con el césped negro por debajo de ellos. Atrás de él había una alberca, vacía, y con bastantes grietas por donde algunas plantas, igual de quemadas, habían emergido.

—Demonios, ¿en qué estaba pensando?

Bill recordaba con exactitud qué sentía. Más bien, qué había sentido años atrás, cuando todo lo que quería era destruir la Isla y liberar a las dimensiones. Haber pasado tanto tiempo encerrado en la Pirámide le abrió los ojos, le hizo entender, le dio un nuevo propósito. Tenía asco de sí mismo. Estaba decepcionado de sus decisiones al grado de no saber qué pasaría con él después de aquella aventura. Si el chico decidía encerrarlo de nuevo en la Pirámide, lo aceptaría. Se lo merecía. Merecía más que eso. Merecía el sufrimiento, el rechazo, la muerte… entendía ahora porque Owen ya no quería verlo.

La última vez que se vieron, sin intentar matarse el uno al otro, fue en aquél extraño viaje al pasado, dentro de la Isla, donde pudieron conocer a Pandora mucho antes de perder la cordura. 

En aquél viaje, él y su hermano, junto con Dylan… que era su hermano por así decirlo, llegaron a los tiempos de oro de la Ciudadela. La Isla era pacífica. Era el Triángulo en sí. Y no había ningún mal. ¿Por qué habían acudido ahí en primer lugar? Porque Bill buscaba una reliquia en el pasado para destruir la Isla para siempre. Pero todo salió mal después. 

Antes de destruir la Ciudadela en aquella disputa, Owen y Bill se vieron cara a cara, y convivió el uno con el otro en paz durante un momento, antes de que pelearan nuevamente hasta la muerte, destruyendo todo, y haciendo que Pandora perdiera a su último y restante hijo, y a la cordura misma. 

Muy en el fondo, Bill disfrutó esos días. Sí, tenía la intención de liquidar a Owen, dejar vivo a Dylan para así controlar la Isla desde antes, e incluso buscar el modo de destruirla sin dañar a las dimensiones que dependían de ella. Pero aquellos pensamientos de mal, de oscuridad, de odio, de rencor e incluso de envidia desaparecieron cuando tenía a su hermano de frente. Era muy extraño sentir eso, y más si provenía de él.

Bill se levantó y echó un vistazo a su alrededor. Aquellos edificios pertenecían al Condominio de las Olas. Donde él había vivido muchos, muchos años atrás. Había estado ahí un par de días antes, con Dylan y los Pasajeros. ¿Por qué razón Aurora lo había llevado hasta allá?

Después de una hora de estar dando vueltas, intentando encontrar a la causante de ello, Bill se dio por vencido. ¿Dónde demonios estaría? 

—¿Necesitas ayuda?

La voz de una mujer no mayor a los treinta años lo llamó desde las alturas. Aurora se encontraba en el balcón de su mismo departamento, mirándolo con atención. ¿Qué rayos?

Bill no tardó en llegar a él. Abrió la puerta, casi de una patada, y se preparó para cualquier ataque que aquella mujer pudiera hacer. Sin embargo, Aurora se quedó quieta, mirándolo con atención, y fingiendo sorpresa al momento de verlo cara a cara, en medio de la sala de estar, o lo que quedaba de ella.

—¿Qué quieres?

—Sabes bien lo que quiero —terció Aurora—. Detener a Ben. De una vez por todas.

—¿Qué? —se rió Bill, haciendo caso omiso a las palabras de la mujer—. Si tu madre…

—Mi madre se traicionó a sí misma —le espetó Aurora—. ¿Quieres por favor bajar las manos? Siento que me vas a matar de un segundo a otro.

—Eso planeo.

—¡No soy tu enemigo! —clamó Aurora, bajando las manos con fuerza y provocando una ráfaga de energía y aire que obligaron a Bill retroceder un poco—. Tienes que entenderme. Fui su títere. 

Bill, poco a poco, fue bajando su guardia. Había algo en ella que lo estaba convenciendo. ¿Estaría diciendo la verdad? 

—Te escucho.

—Hace tiempo, bastante en verdad, fui traicionada por mi madre —le explicó Aurora—. Ella era la líder de la Isla. Tenía todo bajo control. Todo era perfecto, el Triángulo estaba en paz. Pero el tiempo que uno está al mando no es para siempre; todo tiene su tiempo. Tiempo de reír, tiempo de llorar. 

—¿A qué quieres llegar?

—Mi madre, Pandora, tuvo un amigo que debió heredar el liderazgo de la Isla —le explicó Aurora—, pero decidió irse de la Isla a causa de una mujer. En última instancia, fue Pandora quién se quedó al mando de la Isla. Y no fue del todo mal, antes de volverse loca de remate, hacía las cosas bien.

»Hasta ahí todo marchaba bien. Mi madre sabía que tarde o temprano ella tendría que ceder el puesto… ideó una mentira para exiliarme del Triángulo, enterrándome en lo más profundo de la Pirámide de Keops, en el interior de…

—La Pirámide Invertida —terminó Bill—, conozco su historia. Creada por Pandora para mantener el orden en las dimensiones en caso de que todo terminara en un desastre. Un botón de auto destrucción. Ben quiere usarla, las Tinieblas que…

—Colocó un collar en mi cuello —lo interrumpió Aurora—, para que… al momento en el que ella perdiera la vida, tomaría el control de mi cuerpo para volver al Triángulo, tarde o temprano. 

»Sólo yo sabía la verdad, pero no pude decirle a nadie. Para cuando lo intenté, fue demasiado tarde. Mi madre ya me había exiliado. 

Después de lo que le había contado, Bill se percató que ya se encontraba en el suelo, sentado, y poniéndole atención a Aurora. Ella también descansaba, con la espalda recargada sobre la pared. 

Podían llegar a ser aliados, por así decirlo, en aquella carrera contra Ben y Pandora. 

—Tenemos que detenerla —dijo Aurora—, y a Ben también. No podemos arriesgar la existencia.

—¿Por qué me tomaste a mí? Pudiste haber salvado a los demás —terció Bill, señalando hacia el este con el brazo—. ¡Estábamos rodeados de bestias! 

—Necesitaba hablarlo contigo.




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