Kevin Smith, Bill y Aurora iban al frente del grupo, a unos escasos doscientos metros de donde iniciaba el campo desértico donde los tornados de inmenso tamaño se movían con vientos internos mayores a los 300 kilómetros por hora. Por detrás de ellos avanzaba el grupo de Pasajeros, junto con Max, Cooper, Dylan y Owen. Dianne, en cambio, se mantenía entre ellos.
—¿Alguno vio la película de Tornado? —Max comenzaba a volver en sí—. Esto es fenomenal.
—¿Qué sucederá en cuanto entremos? —Kevin Smith alzó la voz—. ¿Vamos a desaparecer?
Bill se detuvo en seco, colocando una de sus manos de hueso negro sobre su frente para poder visualizar los tornados de mejor manera.
—No —respondió—. Sus enormes ráfagas de aire nos succionarán y volaremos con sus vientos, dando vueltas sin parar. Nos sofocará en unos segundos, dejaremos de pensar.
—¿Qué demonios? —soltó Aurora.
—Después no veremos absolutamente nada. Nos perderemos. No sabremos si estamos vivos o no… hasta que sintamos un golpe repentino en nuestro cuerpo. Después de eso, habremos llegado.
—¿Y quieres que doscientas personas pasemos por eso? —le reclamó Kevin Smith.
—Es el único modo. Es ahora, junto con el muchacho, o nunca.
Dylan caminó a través de todos los presentes, mirándolos con sumo afecto. Aquél momento era crucial. Los Pasajeros dependían de él.
—¿Qué tengo que hacer? —el muchacho se detuvo frente al numeroso grupo de seguidores que saldrían con él de aquella dimensión.
—Todos los tornados son portales —explicó Bill—. En aquella ocasión no pude salir solo porque no era el heredero del Triángulo. Necesitaba de mi hermano. Claro, eso no lo sabía hasta que el mismo Owen logró alcanzarme y ambos salimos de esta época.
—Entonces, ¿qué? —preguntó Dylan—. ¿Me quedo en tierra mientras todos entran a los tornados y al final me uno a la excursión?
—Eso es exactamente lo que tenía en mente —respondió Owen, tronando los dedos.
—¿QUÉ? —exclamó el chico—. ¿Cómo voy a…?
—Está muy joven, Owen —le dijo Bill—. No lo soportará.
—Lo ayudaré —dijo Owen de mala gana ante su hermano—. Me quedaré con Dylan en tierra. Así podremos cruzar todos.
Estaba decidido.
Bill, con el cuerpo de Miranda entre sus brazos, Aurora y Dianne avanzaron al frente del grupo, por detrás de Dylan y Owen. A espaldas de ellos, Max y Cooper encabezaban el enorme grupo de Pasajeros. Muchos de ellos caminaban decididos, y Kevin Smith se encargaba de hablar con todos con respecto a lo que iba a suceder. Los convencía de que nada saldría mal. Que todo iba a estar bien, y que al final del día se reirían y disfrutarían de aquél alocado viaje.
—Qué bueno que todos los Pasajeros son… ya sabes, Pasajeros —murmuró Owen.
—¿Por qué lo dices?
—¿Nunca has visto en juegos mecánicos anuncios como… “Si sufre problemas del corazón absténgase de subir” o cosas así?
—Sí.
—Bueno… para subir al avión comercial más grande del mundo usan casi los mismos filtros. Es bueno saber que todos los Pasajeros… no sufren de algo que pueda matarlos por un poco de adrenalina.
—Owen, me estás asustando…
Owen se rió.
—Tranquilo chico, que yo soy el maestro.
Mientras más avanzaban, los vientos se hicieron mucho más fuertes y violentos. Muchos de los Pasajeros se sujetaban entre ellos para seguir avanzando. Algunos gritaban, otros, incluso, chillaban por la conmoción del momento.
Era la primera vez que Dylan sentía algo así.
Finalmente, el grupo se detuvo. Los tornados no los succionaban, a pesar de estar a unos kilómetros del enorme grupo de Pasajeros. Los fuertes vientos golpeaban a cada uno de ellos, pero la fuerza de sus cuerpos aún se mantenía adherida al suelo.
—¿Qué está pasando? —gritó Kevin Smith.
—El líder todavía no ha decidido —exclamó Bill, gritando por encima de los bramidos de los demás, así como del polvo, tierra, restos de algas y barcos—. Tiene que moverse. ¡Owen!
—¡EN ESO ESTAMOS! —bramó su hermano, caminando hacia el muchacho—. Bien, esto es lo que haremos. En cuanto coloques tus manos sobre el suelo, los tornados quedarán a merced tuya.
—¿Merced de qué?
—Los controlarás —dijo Owen—. Podremos movernos a través de ellos. A partir de ahí, ellos harán su trabajo.
—¿Y CÓMO DEMONIOS VOY A…?
—¡TRANQUILO! —gritó Owen, apenas haciéndose escuchar—. Vamos a hacerlo juntos.
El muchacho lo miró al instante. Era el momento.
Dylan jamás había hecho algo como aquello. Incluso, antes de toda aquella aventura, ni siquiera se había atrevido a entrar en el Torbellino. Pero tener a Owen ahí le daba la confianza que le faltaba. Le daba la tranquilidad que necesitaba.
Tanto Owen como Dylan, se inclinaron hacia el suelo, y los dos colocaron las manos sobre la arena negra. En cuanto tocaron los primeros granos, una gran ráfaga de energía se esparció a su alrededor, como si hubiese estallado una especie de bomba.
—¡AHÍ VIENE! —señaló Owen con la mirada.
Los múltiples tornados soltaron ráfagas de aire mucho más fuertes, y por lo menos dos docenas de Pasajeros se vieron succionados por la fuerza de ellos. Otra docena más, y otra.
—¡Sujétense! —se alcanzó a escuchar a Bill gritando.
—¡ESTO ES GENIAL! —sin duda había sido la voz de Max.
Dylan cerró los ojos con fuerza. Los tornados estaban arrasando con la zona en la que se encontraban. Muchos de los Pasajeros se dejaban llevar por la fuerza de éstos, mientras que otros gritaban, esperando así buscar un modo de salvarse. Incluso Kevin Smith bramó cuando el mismo viento lo desapareció.
—¡…alta… enos…!
Ni siquiera podía escuchar bien a Owen, aunque él estuviera a dos metros de él. Estaban justo a unos cuantos metros de los tornados. Dylan podía sentirlos. Podía sentir la fuerza, la magnificencia, la gloria de cada uno de ellos rozándole la piel, empujándolo hacia atrás, despeinando su cabello ya despeinado.