Paralelo [pasajeros #4]

Capítulo 19

Patrick no tenía ni la más mínima idea de qué era lo que estaba haciendo. Ya no sabía cómo sentirse. En aquellos momentos, después de pasar dos días en suelo americano y reclutar a más de cien hombres que ahora obedecerían cualquier cosa que él les mandara, ya nada tenía mucha importancia. Estaba haciendo todo como Ben se lo decía. Pero un pequeño relámpago de duda había despertado en su interior.

—Porque la Pirámide sigue teniendo el control de la Isla. Y se lo voy a arrebatar —dijo Ben, antes de comenzar a caminar hacia el centro de la Isla Opuesta. 

Patrick lo siguió de buena gana después de aquél comentario. Ben rasgó el aire, tal como si Pandora, o Aurora, lo hubiera hecho, y un as de luz radiante alumbró el valle. Un portal se había abierto. ¿A donde llevaría? 

Los dos aparecieron en las orillas de un lago de aguas grises, que al irse adentrando más en sus profundidades, se tornaban azules.

—La Isla está allá —indicó Ben.

—¿Vamos a ir en este momento?

—No arriesgaré todo de un segundo a otro —terció Ben—. La Isla Opuesta no puede controlar al Triángulo por completo; al menos no hasta que el líder haya muerto, y le quite el control a la Pirámide.

—Sólo podrás lograr eso en cuanto ambas pirámides se conecten —le indicó Patrick, observando con atención a sus alrededores—. Pero… ¿qué pasaría si…?

—Las habilidades que poseo no funcionarían —dijo Ben—. La Isla ha entrado en una especie de cuarentena. Perdería todo. Al menos, hasta que la manipulemos.

—Por eso necesitas abrirte paso —indicó Patrick, asintiendo con la cabeza—. Reuniendo hombres para que podamos abrirte paso. 

—Así es.

—Hay que movernos entonces a suelo americano —dijo Patrick, tallando sus manos entre sí—. No tengo cobertura en este momento. Las Tinieblas cortan cualquier tipo de comunicación.

Ben sonrió mientras le daba una palmada a su aliado. Así sería entonces.

Después de ello, ambos llegaron a tierra firme. Patrick tomó un camino diferente que Ben. A decir verdad, no supo a dónde fue, o qué intenciones tenía, pero por su cuenta, Patrick se comunicó con viejos contactos que disponía desde hacía ya bastante tiempo. Uno de ellos había sido un infiltrado de la MI6. Un hombre de apellido Johnson. ¿Les estaba ayudando?

Ben le dejó un plan importante. Le pidió, de la manera más atenta, que siguiera los pasos de Dylan dentro del caos que se armaría en Times Square. Eso lo mandaría directamente a la dimensión oscura, destruida, olvidada a la que pertenecía Owen. Así jamás volvería. Al menos no en los parámetros del muchacho. No había una salida viable. 

Ben le había prometido a Johnson que no le haría daño si cumplía con sus órdenes. Pero justo en ese momento, mientras esperaba confirmación de todos sus contactos, llegó la primer pizca de duda. Si se suponía que nadie podía salir de aquella dimensión, ¿cómo lo haría Johnson? ¿O cómo lo haría Ben? ¿Cómo lo sacaría de ahí? ¿Acaso… Ben sólo lo había utilizado en una red de mentiras para así conseguir lo que quería? ¿Y si estaba haciendo lo mismo con él?

—Estamos listos.

Twigg estaba presente, el mercenario que contaba con toda la confianza de Patrick. Se encontraban en un pequeño aeropuerto, clandestino, en medio de un pequeño valle abandonado. El avión estaba encendiendo sus motores, y algunas docenas de hombres y mujeres, con mochilas y valijas, entraban a su interior. Eran todos los hombres que Patrick había conseguido en doce horas.

—Espero que haya un buen fajo de billete para todo esto —murmuraba uno.

—Inútiles —susurró Patrick, cruzado de brazos—. No saben qué les espera. Las recompensas que hay en juego.

—Yo no lo pondría así —musitó Twigg, respondiendo a su comentario,

—¿Por qué lo dices?

—Ninguno de nosotros sabía cuál era el trabajo que nos estabas encomendando —respondió Twigg, con un tono un tanto gruñón—. Nos pediste buscar personas que emergieran del mar. Nada relacionado con el mítico Triángulo de las Bermudas. Nada  relacionado con naves de hace varios siglos, con un capitán que no puede pisar tierra.

Ya no eran comentarios hechos al azar. Twigg estaba quejándose. Estaba reclamándole a Patrick por lo que estaba viviendo, o mejor dicho, por lo que había vivido.

—¿Cómo sabes todo eso?

—Me puse a investigar —le espetó Twigg, aún cruzado de brazos—. Perder a mis hombres ameritaba un poco de eso. ¿El Triángulo? ¿Naves que desaparecen sin dejar rastro? ¿Qué es todo esto, Patrick? 

Sí. Twigg ya había descubierto parte de todo lo que se estaba llevando entre manos. Desde que había conocido a Ben, aquella noche, en su pent-house, sabía que su vida no volvería a ser la misma, y confiaba que así fuera. Después de contratar a algunos hombres, y asentarlos en el Triángulo, y en el Mar del Diablo, nunca pasó por su mente el hecho de contarles el plan completo. No lo necesitaban. Sin embargo, Twigg había ido más allá de la cuenta, y ahora sabía más de lo que debería. ¿Aquello era una desventaja?

—¿Para quién estamos trabajando realmente? —lo cuestionó Twigg.

—Hay una isla —murmuró Patrick— dentro del Triángulo de las Bermudas. Una Isla que se mueve por todas las dimensiones, por cualquier época. Una Isla donde nace toda la creación. Una isla que no debería existir. 

—¿De qué…?

—Y hay un hombre que planea volar toda la creación. Eliminarla. Darle un reset para volver a iniciar —eran las mejores palabras que Patrick podía encontrar para explicar el verdadero propósito de sus acciones—. En cuanto lo lleve a cabo, la Isla será el único lugar existente donde se pueda vivir. A partir de ahí, Ben creará el cosmos a su gusto. Me prometió un lugar a su diestra, para verlo todo.

Twigg no respondió al momento. Sin duda era lo más estúpido que había escuchado en su vida, pero tampoco dudó que fuera verdad. Veía las noticias, se mantenía informado, y sabía que en los días recientes ocurrió una serie de ataques terroristas de extrañas magnitudes a las ciudades más grandes del mundo. Londres, Nueva York, y al mismo tiempo, Tokio y Los Ángeles. Sin mencionar, claro estaba, que una anomalía estaba sucediendo en ese mismo instante a unos kilómetros de la Costa Oeste. Una cortina, o pared, de un humo negro que no permitía la visibilidad ni el paso de los transportes, ya fueran aéreos o marítimos. 




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