Los desayunos en un hotel eran de lo que más le gustaba a James de estar de viaje. En algunas ocasiones presumían de tener un desayuno buffet de cinco estrellas. Tanto él, como sus acompañantes lo disfrutaron, a pesar der muy temprano. El único inconveniente eran las razones por las cuales estaban desayunando tan temprano. Aquél no era un viaje de vacaciones, o de negocios. Aquél era un movimiento más en la mesa de ajedrez, para intentar detener a Ben y salvar al mundo. Salvar a los mundos.
El traslado al aeropuerto fue rápido, y no hubo inconvenientes para llegar directamente a Fort Lauderdale. El mundo entero era un caos total. Muchos de los vuelos se estaban cancelando, y la gente iba de un lado a otro, reclamando aquí, gritando allá, y varios de los miembros de seguridad se encargaban de sacar a algunos de las instalaciones para luego regresar y volver a hacer su trabajo. Incluso hubo un par de peleas.
—Sólo tóquenme y me meto a romperles la… —soltó Han, de mal humor, mientras recogía su equipaje.
—¿Dónde veremos a Owen? —preguntó Luna, a un lado de su hermano.
—Él nos iba a encontrar a nosotros —dijo James.
El tiempo de vuelo desde Madrid hasta Fort Lauderdale fue de nueve horas. Al partir a las once de la mañana, desde territorio español, llegaron a suelo americano exactamente entre las dos y tres de la tarde por los diferentes horarios. A James ya no le costaba tanto asimilar todo ello. Había entendido, poco a poco, los diferentes tiempos desde el Triángulo. Aquello era pan comido.
—Es sencillo —dijo Chase, con su valija ya sobre el hombro—. Busquemos a un hombre musculoso, con cabello rizado y una pancarta con nuestros nombres.
—Eso es imposible que suceda —le espetó Allori.
—¡Ahí está!
Luna señaló al frente. Detrás de grandes tumultos de gente, Owen alzaba una pancarta. Lo extraño fue que no tenía los nombres de James, Luna, Chase, Han o Allori. En cambio, traía un mensaje un tanto chistoso y tonto que sólo Owen sería capaz de anotar en una pancarta como esa.
«Max ya quiere ver a Luna, ¿quieren apurarse?»
James pudo notar como su hermana, a su lado, se sonrojaba, conforme avanzaban entre toda la multitud. No se veían desde el ataque en Times Square, y ninguno de los dos sabía si el otro seguía con vida. De hecho… en aquella ocasión, Luna estaba bajo el control de Pandora. Si lo ponía de ese modo, no se habían visto desde que estaban a bordo del Holandés Errante.
—Ya era hora de que llegaran —Owen le estrechó la mano a James, seguido de un abrazo—. ¿Cómo les fue?
—Ya sabes —dijo James, sonriendo—. Arena, locas seguidoras de Pandora, una Pirámide Invertida… nada nuevo.
Aquél encuentro fue una especie de suspiro para el grupo. Cooper se abalanzó sobre Han y Allori, sorprendiéndose de que ésta última siguiese con vida después de lo vivido en las salidas de Fort Lauderdale. Max, en cambio, jamás se había sentido tan alivianado. Abrazó a Luna y la envolvió con sus brazos fuertemente, mientras ella hacía lo mismo. Ni Owen y James se molestaron en separarlos, necesitaban ponerse al día entre ellos.
Pero de repente a James no le importó su entorno. Dianne apareció detrás de Owen y de Max. Todo se detuvo, no escuchó a su alrededor. Alzó las brazos para sujetarla fuertemente hacia él, y ambos se perdieron en un abrazo. La había extrañado, le había hecho falta.
—¿Cada cuánto vas a desaparecerte así? —preguntó Dianne en su oído—. No puedes estarte yendo a cada rato.
—Intentaré dejar una nota la próxima vez —se rió James.
—¿CÓMO QUE OWEN TE DISPARÓ CON UNA ESCOPETA PARA SACAR A LA VIEJA LOCA DE TU CUERPO? —el grito de Max no pudo haber sido más fuerte—. ¿Cuándo pensaban… decirme? ¿Qué rayos?
—¿Dónde está Miranda? —preguntó Han.
El grupo de Owen se quedó en silencio. La mirada de Max, bajando hasta el suelo, mientras se separaba del abrazo que le dio Luna fue la respuesta directa a la pregunta.
—Johnson —dijo Owen.
—Oh… —Han no supo qué decir.
James no soltó a Dianne, pero sintió el golpe de su comentario. Le dolió. Claro que le dolió. Miranda había sido parte esencial del grupo de Pasajeros desde el momento en el que atravesaron el Triángulo, aquél tan lejano 21 de enero. Aunque fue la última en unírseles, sin contar a Han, la detective fue de gran ayuda, tanto en Londres como en El Cairo. Su muerte era tan dolorosa como la de Scott. No había perdido a dos compañeros. Había perdido a dos amigos.
—¡Ese maldito…! —bramó Chase—. Traidor inútil.
—Este no es el mejor lugar para discutirlo —indicó Owen—. Necesitamos movernos lo más rápido posible.
—El triángulo oscuro está del otro lado del continente —dijo James—. Chase ya dispone de un jet privado, cortesía de la MI6.
—Primero quieren matarnos y luego esto —se bufó Max.
—Pero si no nos apresuramos —tercio Chase—, la solicitud caducará.
—¿Qué estamos esperando? —Owen dio un aplauso—. ¡Andando!
Tanto él, como James, lideraron el grupo camino a uno de los hangares privados que tenía el aeropuerto de Fort Lauderdale.
Aunque la situación era grave, el grupo se sentía alegre. Max y Luna iban justo detrás de James y Owen, y los dos se ponían al día. Luna le contaba al muchacho lo que habían vivido en Egipto, así como su traslado desde Nueva York hasta la base petrolera en el Atlántico, para luego escuchar las aventuras de Max (así le llamaba él), en la dimensión oscura. Incluyó a los insectos gigantes, el Baptidzo abandonado, la historia de que Dylan y Owen eran la misma persona, el asesinato de Miranda y cómo derrotaron a Johnson, para terminar su anécdota con los tornados inmensos que lograron sacarlos de ahí.
—¿Cómo es posible que Aurora sea de nuestro bando? —preguntó Luna—. ¿Y cómo pudo abrir portales en la Isla Opuesta?
—La materia no ejerce sobre ella —dijo Owen—. Al haber nacido en la Isla, el magnetismo y la energía del mismo no afectan su físico. Al igual que… a mí, a Dylan, o a Bill.