Aquellos aires le habían hecho falta a Dylan, que en cuanto pisó las suaves arenas de una de las bahías de la Isla, se detuvo unos cuantos segundos, cerró los ojos, e inhaló profundamente. Estaba de nuevo en su hogar, y se dio cuenta de que en verdad lo había añorado.
—Si te apresuraras, podríamos hacer esto mucho más rápido —clamó Bill, a unos metros de él, casi internándose en la jungla.
—Dame un momento.
La primera vez que había llegado a la Isla, después del hundimiento del Baptidzo, fue a través de aquellas mismas aguas. Llegó a la playa, con un gran grupo de sobrevivientes, y aquella misma noche fueron atacados por sombras. Cabe mencionar que en aquellos tiempos, la Isla no contaba con un líder. Había un caos interno en el Triángulo, y por eso era tan importante que alguien tomara las riendas del lugar. Dylan terminó siendo ese alguien.
—Y pensar que cuando llegué por primera vez, no sabía que conocería a Pandora—musitó para sí—. Sigue con vida.
—Ella nos ha hecho daño a todos, Dylan —la voz de Aurora sonó a sus espaldas. Era obvio que lo estaba escuchando—. Sólo juntos podremos detenerla.
—Andando, entonces.
Finalmente, la última vez que llegó a la Isla, tres años atrás en su memoria, fue un momento único. Pisó sus playas con tanto sentimiento, que al momento de ver a Selina saliendo de la jungla para recibirlo, sintió que estaba completo. Porque así era. Lo estaba.
—¿Qué vamos a hacer, jefe? —murmuró Bill cuando el muchacho y Aurora llegaron a la entrada de la selva a sus espaldas. Aún traía el cuerpo de Miranda entre sus brazos, y lo correcto era darle un buen sitio para descansar—. ¿Dónde?
—Tú sólo sígueme —indicó Dylan.
El muchacho inició la marcha por un sendero poco viable, a través de un mar de plantas, arbustos, árboles, troncos caídos e incluso riachuelos que se atravesaban en el camino. El clima era bastante húmedo, y de vez en cuando, Bill pisaba alguna rama seca que, al quebrarse, espantaba a varios insectos voladores que emprendían el vuelo en cuanto pasaban de largo.
Aurora era la que caminaba más lento, y por fortuna, Dylan la traía casi a su lado. Estaba maravillada por lo que había a su alrededor, y el muchacho entendió al momento las razones. ¿Cuántos años debió estar fuera? Ella había nacido ahí, al igual que Bill. Claro, él no lo recordaba, puesto que su padre lo sacó de la Isla a temprana edad; pero Aurora tenía aún la edad que tuvo en cuanto fue exiliada por Pandora. Regresar a casa siglos después debía ser impactante. Apreciar cada río, cada arroyo, cada murmullo en las lejanías.
Si el Triángulo había hecho un reflejo de Owen y Bill, o sea, Dylan y Bradley, el reflejo de Aurora debía estar en su dimensión. En algún lugar. ¿Tendría que encontrarla? Era ese su trabajo al liderar la Isla, ¿no? Buscar gente que necesitaba un poco de eternidad en sus vidas. Algo fuera de sus mundos habituales. Al menos, Dylan sabía dónde estaba su hermano Bradley. Pero… ¿Aurora?
—Hemos llegado —suspiró.
Se detuvieron ante una pequeña ladera, que al bajar, llevaba directamente a un pequeño risco. A su lado había una cascada, y un puente de madera que cruzaba al otro lado de la montaña.
—Bájala con cuidado —indicó Aurora, mientras Bill se inclinaba para dejar el cuerpo de Miranda en el suelo.
Frente a ellos había una pequeña explanada de tierra, donde había varios tumultos alargados hechos con varias piedras. Tumbas improvisadas. Sobre cada una había una cruz hecha con ramas, y delante de ésta, un tronco con inscripciones. Nombres, fechas estimadas, e incluso algún símbolo.
—Muchos murieron —observó Aurora.
—El arquitecto de tal obra lo tienes a tu lado —Bill no alzó la mirada, pero echarse la culpa de todo ello significaba que aceptaba el mal que había causado, mucho tiempo atrás—. No leas los nombres.
—Ahí está Scott —Dylan señaló una de las tumbas improvisadas más recientes.
Dylan tuvo el placer de conocerlo. Llegó junto con los demás Pasajeros a la Isla, y los encontró en la bahía. Horas después, Scott había sido atacado por un raptor, rasguñándolo y dejando una herida lo bastante grave en su torso. Sin embargo, sanó y siguió a sus compañeros y amigos hasta el momento en el que dio la vida por ellos. Un acto increíble.
¿Cómo había llegado ahí?
El Capitán Willem van der Decken había hecho bien su trabajo. Llegar a la Isla, establecer contacto con Selina, o Liam, y acudir a aquella zona para realizar el entierro. La Isla era el único lugar donde Willem podía pisar tierra.
Bill comenzó a cavar un agujero para el cuerpo de Mirada, y aunque Dylan y Aurora se dispusieron a ayudarlo, se negó por completo. No dejó que lo apoyaran.
—Todos estos de aquí —señaló a las tumbas, omitiendo la de Scott— fueron por lo que hice. Si hay un modo de pagar mi deuda, es haciendo lo correcto y sirviendo a los demás.
—No necesitas hacerlo todo solo —dijo Aurora.
—Sí, sí lo necesito —suspiró Bill, dándoles la espalda.
Mientras él trabajaba, Dylan se sentó en el borde del risco, a unos cuantos metros de la cascada.
Tenía la cabeza llena de tantas cosas. Muchas de ellas eran preocupaciones solamente, pero por lo general, si unía la preocupación con el miedo, cosas malas sucedían.
—¿Estás pensándolo? —Aurora estaba a su lado, casi tomando asiento.
—¿Pandora?
—Es difícil de aceptar —dijo su hermana—. Una madre malvada. ¿Sabes cómo funciona?
Dylan negó con la cabeza. En los tres años que llevaba como líder de la Isla había aprendido muchas cosas, pero aquello… ¿aceptarlo?
—Cuando una persona reconoce el Triángulo como su hogar, su vida tiende a cambiar.
—Eso lo sé, se crea un tatuaje en forma de triángulo en alguna parte de su cuerpo. Tengo el mío en el brazo derecho. Tal como Owen —dijo el muchacho, alzando la mano para que Aurora lo viera.