Paralelo [pasajeros #4]

Capítulo 24

Dylan supo que el momento de defender la Isla había llegado. Justo después de que Liam insultara a Bill por sus comentarios, tomó a Selina de la mano y comenzó a correr hacía el puente que los llevaría al otro extremo del risco. Si se apresuraban, quizá llegarían rápido a alguna línea transversal que los llevaría directamente al sur, por donde estaban llegando Ben y sus hombres. Liam debía conocer de memoria en qué puntos de la Isla estaban ubicados.

Antes de que pudiera reaccionar, un portal se abrió frente a él, y un par de segundos después, aterrizó en un suelo cubierto de musgo, aún con Selina a su lado, y con Bill, Liam y Aurora a sus espaldas.

—¡Demonios! —soltó Liam—. ¿Qué demonios acaba de ocurrir?

—Nos acabo de ahorrar tres horas de camino —indicó la mujer, peinando su cabello hacia atrás.

—Puede abrir portales —le explicó Bill, levantándose.

Dylan soltó a Selina para sacudir su cabeza varias veces. Estaba mareado, de nuevo. Cómo odiaba los portales.

—¿Cómo puedes…?

—Ahora no es tiempo para preguntas —terció Dylan, levantándose y comenzando a ver a su alrededor. ¿A qué zona los había llevado Aurora? 

—La costa está hacia allá.

La mujer señaló a las espaldas de Dylan, y el muchacho asintió agradecido, tomando nuevamente a Selina de la mano y comenzando a internarse en los arbustos que los rodeaban. 

Poco a poco, el olor a agua salada y el golpeteo de las olas contra la bahía le fueron indicando que se encontraban cerca. Al pasar unos minutos, fue Selina quien detuvo al muchacho, para luego agacharse por debajo de los arbustos que dividían la meseta. Por debajo de ellos se encontraba ya la playa, y como había dicho Liam una hora atrás, había dos botes con varias docenas de hombres con ellos. La mayoría comenzaba a desembarcar cajas, armamento, mochilas y municiones.

—Vienen más botes —señaló Selina al fondo—. Miren.

Dylan alzó un poco la mirada y alcanzó a ver lo que la chica señalaba. Tenía razón. Otros seis botes de gran tamaño se aproximaban. 

—Traigo binoculares —Liam se sentó al lado de Dylan, se quitó la mochila de la espalda, y al sacarlos se los tendió a su amigo.

En cuanto enfocó la mirada en el objetivo, supo que aquella sería una batalla ruda y difícil. En los botes que se aproximaban a la Isla tenían vehículos pesados. Un par de camionetas blindadas, e incluso motocicletas para cargamento militar.

—¿De donde salen estos tipos? —soltó Dylan y le pasó los binoculares a Selina.

—¿Abrir un portal en el mar para que desaparezcan es mala idea? —preguntó Bill, sabiendo que la respuesta era negativa.

—Sería algo riesgoso para mí también —respondió Aurora.

—¿Para qué tienes esa habilidad si no vas a…?

—¡Perdóname, pero yo no elegí nacer con…!

—¿Quién está juzgando algo como eso?

—¡Podría hacerte aparecer en uno de esos botes para que…!

—¿Podrían callarse? —les espetó Dylan, alzando un poco la voz—. No dejan que me concentre.

—¿Concentrarte en qué? —preguntó Liam.

Pero ninguno volvió a alzar la voz, ni a comentar cosa alguna. 

Del otro lado de la meseta, más allá de la orilla de la playa, algo se movió por debajo de las aguas. Algo increíblemente grande que, en un abrir y cerrar de ojos, emergió de las profundidades, y con las enormes fauces que disponía, desapareció tres de los seis botes que se aproximaban. El megalodonte se sumergió de golpe, provocando un oleaje terrible para el resto de los botes.

En la playa, todos los mercenarios de Patrick comenzaron a soltar graznidos, quejas, bramidos e incluso miedo.

—¿Qué demonios fue eso?

—¿Viste su tamaño?

—¡Esa cosa debería estar extinta!

—¿Dónde demonios estamos?

—¿Estabas controlando a la bestia de los mares? —preguntó Liam, con tal asombro que incluso parecía estar fuera de sí.

—No controlándolo —dijo Dylan, sin apartar la mirada de su objetivo—. Sólo le di un aviso.

—Cosas del líder de la Isla —se bufó Bill—. ¿Puedes pedirle a los animales que hagan el aseo?

—¿Puedes estar en comunicación con las criaturas de la Isla? —preguntó Aurora, tan asombrada como Liam.

—¿Acaso mami nunca hizo eso? —Bill seguía bufándose.

—No había necesidad, el equilibrio dentro del Triángulo era absoluto.

El megalodonte volvió a emerger del agua, abriendo de nueva cuenta sus fauces para triturar el cuarto bote. Los hombres que estaban cerca comenzaban a disparar a la criatura, pero era inútil. Aquella bestia era más que suficiente para hundirlos a todos para siempre. No podrían pasar.

—Las criaturas me entienden, y yo a ellas —murmuró Dylan—. Tuve que conocerlas, ganarme su respeto, incluso nadar con ellas. 

Recordaba a la perfección ese día, un año atrás, o dos, donde Selina lo acompañó a las orillas de la Bahía Negra, se sumergió en el agua, y un grupo de tiburones lo llevó hasta el corazón del mar que rodeaba la Isla, donde el majestuoso megalodonte habitaba. Claro, el muchacho estaba más nervioso que nunca, y la bestia lo notó. La relación entre el hombre y el animal, dentro del Triángulo, era única. Aquél día, el megalodonte nadó a un costado de Dylan, y le permitió que se agarrara de una de las múltiples cadenas que atravesaban su rasposa piel. Se había vuelto su amigo.

—Recuerdo cuando lo liberamos —tosió Liam—. Jamás había sentido tanto pánico.

—Yo sigo sintiéndolo —dijo Selina.

El megalodonte era uno de los guardianes de la Isla. Nadaba a su alrededor con la misión de protegerla de visitantes no requeridos. Algo como lo que estaba sucediendo.

—Terminó —Dylan se levantó.

Los seis botes que aún no habían llegado a la playa habían desaparecido. Sus restos flotaban sobre las aguas agitadas, al igual que uno que otro cuerpo de los mercenarios que no habían logrado ser devorados.

—Bueno, ahora que…




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