Paralelo [pasajeros #4]

Capítulo 25

En cuanto Dianne recogió la mochila donde traía sus pertenencias, se apartó de la línea del equipaje, y esperó junto con Luna detrás de un par de guardias de seguridad. 

San Francisco estaba a tan solo unas horas de Los Ángeles, y las medidas de cuidado y advertencia se habían tensado demasiado. Había oficiales de policía por doquier, e incluso del FBI. Se revisaba a los pasajeros, a los turistas e incluso a las personas que trabajaban ahí. El mundo ignoraba por completo que el responsable de todo lo que estaba sucediendo no era un hombre común y corriente. 

—Mira.

Luna señaló hacia uno de los ventanales donde podían apreciar las zonas de aterrizaje, algunos aviones y a los encargados de transportar el equipaje desde el avión hasta el recinto. Al fondo, pasando de largo parte de la ciudad, las montañas y el horizonte que separaba el cielo del suelo, había una gran nube de Tinieblas. Oscuridad, caos, tormenta, perdición. Se trataba de la capa que envolvía la ciudad de Los Ángeles. 

—Está horrible —murmuró Dianne.

—Y está por ponerse peor —Owen cargaba dos valijas que traía recargadas sobre su espalda—. Si no apresuramos el paso, esa capa de Tinieblas llegará hasta acá.

—Tenemos reservación en un hotel no muy lejos de aquí —indicó Chase, llegando detrás de él—. ¿Dónde está James?

—Fue a conseguir un medio de transporte —respondió Dianne—. Sólo espero que no golpee a nadie para lograrlo. Conociendo cómo es, no sería sorpresa.

Pero James no requirió de violencia para conseguir el traslado al hotel La Quinta, que estaba muy cerca del Aeropuerto Internacional de San Francisco. Dicho hotel contaba con el servicio gratuito de traslado. 

En cuanto llegaron al hotel, Chase tardó poco más de una hora con los trámites de reservación. Mientras discutía con los gerentes, James y Dianne se quedaron con el resto del grupo en los sillones de espera, mirando las televisiones que tenían contenido de información con respecto a los ataques recientes.

—Esto es una locura —murmuró Han—. Una completa locura.

—¿Cómo vamos a detener a Ben? —preguntó Cooper—. Creo que esa pregunta lleva en nosotros bastantes días, pero viendo nuestra posición, es mejor hacerla ya.

James no supo qué responder, ni Dianne. La cruzada se estaba volviendo mucho más  sombría, difícil, complicada, compleja. Había peligro por doquier, y ahora no sólo enfrentaban a un muchacho de diecisiete años. Estaban enfrentando a las Tinieblas, a Pandora y sus discípulas, y por si fuera poco, a Patrick junto con sus múltiples mercenarios. 

—¿Alguien gusta papitas? —Owen traía una bolsa en su mano, y se llevaba una de ellas a la boca al mismo tiempo en el que caminaba en torno al grupo—. La máquina expendedora está allá atrás.

—No, gracias —musitó Dianne.

—Listo —Chase regresaba con tres tarjetas en la mano, y con un par de botones a sus espaldas para cargar su equipaje—. Tercer piso.

El grupo accedió con mucho entusiasmo, y al momento de llegar, se encontraron con la mejor vista que podían tener en esos momentos. James, Max, Cooper y Han se quedaron en la primer habitación, mientras que Dianne, Allori y Luna tomaban la segunda. Owen y Chase compartieron la tercera, y el agente de la MI6 aprovechó el espacio que tenían para instalar sus computadoras, establecer una zona de comunicación con el cuartel general en Londres, y finalmente, una mesa de grandes dimensiones para echar a andar el armamento dimensional que había estado creando en los últimos días. 

—Charlaremos en el pasillo —dijo Owen—, tenemos que comenzar a hacer las cosas ya. Sólo Dios sabe en qué parte del mundo está la Pirámide Invertida junto con Pandora y sus horribles fans.

Han y Cooper estaban sentados, recargados sobre la pared, y Max se encontraba de pie, al lado de ellos, con Luna recargada sobre su hombro. Estaban cansados, y como bien había dicho Owen antes, necesitaban descansar. Pero no podían darse esos lujos, al menos no en aquél momento. 

—Chase va a estar fabricando armamento con base a la membrana de Aurora —dijo Owen en cuanto salió al pasillo—. Estará encerrado durante varias horas; nosotros nos encargaremos de lo demás. 

—La plática con el presidente —dijo James.

—¿Y qué será? —preguntó Dianne—. ¿Entramos y platicamos con él? ¿Así de sencillo?

—Vamos a tener que entrar a la fuerza, dudo mucho que nos quieran dar cita —respondió Chase.

—¿Y piensas que será Owen quién lidere aquél ataque? —preguntó Luna.

—Momento —jadeó él—. Cuando dije que nos consiguieran una plática con el presidente en algún restaurante bonito con vista al puente… ¡no lo decía en broma! 

—¡Eres demasiado sarcástico que no sé cuando hablas de verdad o no! —le espetó Allori.

—Aquí lo importante —intervino James— es llevar el plan a cabo. ¿Qué vamos a hacer? ¿Iremos todos? 

—La verdadera pregunta no es esa —añadió Owen—, sino cómo vamos a entrar. ¿A la fuerza? ¿Mediante mis bíceps o qué? 

—Nos van a matar si entramos a la fuerza —exclamó Han, en un tono mucho más serio. No era un reclamo. Era tristeza—. No somos inmortales. Creo que todos ya nos dimos cuenta de eso. 

Max bajó un poco la mirada, sintiendo el dolor en su interior. 

Miranda había muerto en sus brazos. No directamente, pero fue la última persona a quién le dirigió la mirada. Lo mismo había sucedido con Scott, varios días atrás. Y habían muerto creyendo que lograrían detener a Ben. Tenían que hacer algo a la voz de ya.

—Tal vez sí podamos —murmuró Luna.

Todos la miraron, y aunque la chica estaba recargada en Max, no necesitó de dar un paso al frente para darse a entender.

—¿Entrar? —preguntó Cooper.

—Sin necesidad de que nos vuelen la cabeza —dijo la chica—. No somos inmortales, pero… creo que no podemos morir.

—¿A qué te refieres? —preguntó Owen—. ¿Nos armamos de chalecos antibalas y ocultamos el rostro para que no nos lo arruinen?




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