El sol ya se había ocultado, y a las lejanías se podía apreciar con bastante asombro una increíble nube de Tinieblas donde se apreciaban varios relámpagos en su interior. Avanzaba lento, pero avanzaba, y eso implicaba un gran peligro para la ciudad de San Francisco.
El tiempo se estaba agotando.
James y Dianne, tomados del brazo, caminaban con lentitud a lo largo de una plaza que a esas horas ya estaba vacía. La noche ya había caído sobre la ciudad. Eso, más el hecho de que había una especie de toque de queda debido a los acontecimientos sucedidos en la ciudad de Los Ángeles, convertía el entorno en un sitio totalmente abandonado.
—Así que el presidente se encuentra ahí —murmuró James, viendo la gran estructura del edificio.
En casa, o sea, la Dimensión Uno, recordaba que aquél edificio era un gran hotel, conocido como Courtyard by Marriot San Francisco Downtown. Ahora, en la Dimensión Dos, se trataba de las oficinas de las Naciones Unidas, o algo parecido.
—Tendremos que ser rápidos si queremos evitar un disparo —indicó Owen, mirando hacia el frente—. Las columnas que están en el arco techo, al lado de las escaleras. Me colocaré ahí para noquear a los guardias.
—¿Qué haremos nosotros? —preguntó Dianne.
—¿Ser señuelos? —preguntó James.
—Pensaba en que distrajeran a los que intenten sacarnos del mapa —dijo Owen—. No sé qué opinen ustedes.
—Opino que deberían ponerse a trabajar —terció Allori, por medio de la radio que traían. Por suerte, usaban un audífono cada uno, y así evitaron que su voz se escuchara por toda la plaza—. Intentamos salvar al mundo, ¿recuerdan?
—No sé cuánto ha pasado desde la última vez que tuve una computadora en mis manos, pero estoy amando por completo este momento —ahora era Max quien hablaba—. ¡Youtube en Cuatro K, como te extrañé! ¡Twitter! ¡Instagram!
James se rió por lo bajo. Max y Allori se encontraban en una camioneta, a unas cuantas cuadras de ahí, y vigilaban todos sus movimientos mediante las cámaras de tránsito, y todo aparato electrónico que hubiera dentro de las instalaciones del lugar.
—Oh, eso es un problema —musitó Owen.
Luna había aparecido caminando desde la otra esquina de la plaza. James, inmediatamente, soltó a Dianne, y con el ceño fruncido, se dirigió hacia ella.
—¿Qué crees que estás haciendo aquí?
—Tal vez pueda ayudar —dijo Luna—. Puede que…
—¡Puede que nos maten y tú te atreves a venir para…!
—¡Hay Salvadores dentro, James! —terció Luna, alzando su voz—. No nos va a pasar nada.
Salvadores.
Tanto tiempo sin ver alguno. ¿Dónde se habían metido? ¿Qué habían estado haciendo? ¿Qué…?
—Las puertas se están abriendo —Owen se hincó en el suelo y comenzó a correr, de modo agachado, hacia las columnas de las escaleras que daban entrada al edificio—. ¿Me escuchan?
—Fuerte y claro —dijo James, aún con un tono más serio. ¿Cómo podía dejar que su hermana se encontrara ahí ante el peligro? —. Te pedí que la vigilaras, Max.
—Cuando te dan un comic de Batman, y un beso en la mejilla, con la excusa de que saldrá por un poco de café, cualquiera puede caer, viejo —se excusó él.
Dianne, sonriéndole a James para que no se molestara, volvió a tomarlo del brazo. Al instante, los dos comenzaron a pasearse por la plaza hasta la entrada del edificio, como si se tratara de dos turistas, con Luna a sus espaldas.
—¿Pueden fingir hablar en otro idioma? —les pidió Owen por el audífono.
—¿Hablar en otro… qué? —farfulló James.
—¡Fueron creados por el Triángulo! Tal vez puedan hablar en otro idioma.
—No creo que eso sea posible —terció James, mirando a Dianne—. ¿Acaso tú…?
—Lo único que sé de francés fue en la escuela, hace más de diez…
—Los dos están hablando en italiano —les cortó Luna, detrás de ellos, mirándolos con mucha atención, sin sentir temor alguno.
—¿No era mandarín? —farfulló Owen.
—¿Italiano? —James frunció el ceño.
No entendía qué estaba pasando. ¿Hablando en italiano? Ni siquiera sabía palabra alguna…
—No podemos estar hablando en otro idioma —dijo Dianne, en el mismo lenguaje.
—No entiendo nada de lo que dicen pero diré que sí —terció Luna.
Tanto James como Dianne se quedaron en silencio. Ninguno de los dos entendía que estaba sucediendo. ¿De qué modo habían aprendido a hablar otro idioma? Era obvio, pero aceptarlo resultó mucho más difícil de lo que habían pensado.
—¡HEY!
Un oficial de seguridad bajó corriendo los escalones del edificio y alzando uno de sus bastones para llamarles la atención.
—¿Qué demonios están haciendo aquí?
—Lo siento, señor, yo… —James comenzó a titubear, ahora hablando en francés. ¿Por qué el francés? ¿Qué…?—. Estoy con mi esposa, y mi hermana, estamos buscando nuestro hotel. Creo que nos perdimos.
—Estamos aterrados —añadió Dianne.
—¡NO ENTIENDO NADA DE LO QUE ESTÁN HABLANDO! —les espetó el oficial—. ¡PERO SI NO SE RETIRAN, TENDRÉ QUE…!
James dio un paso al frente, y con el puño cerrado, calló al oficial mientras éste caía de espaldas y perdía el conocimiento.
—Les apuesto cien billetes a que James lo acaba de noquear.
—No tuve opción —dijo James, ya en su idioma. Era como si su cabeza supiera en qué hablar, y cómo comunicarse.
Owen dio un brinco a través de los pilares, en los costados de las escaleras, para enfrentarse al oficial recién caído. En cuanto lo vio en el suelo, hizo una mueca.
—¡Yo tenía que…! —se quejó.
—¡Llegaste tarde! —respondió James.
—¡Uy! ¡Perdone usted!
—¿Podrían pelear en otro momento y seguir? —Dianne tomó a Luna del hombro y juntas emprendieron el camino hacia la entrada del edificio.
James y Owen les siguieron el paso con rapidez. Abrieron lentamente la puerta para internarse a continuación en un lobby totalmente vacío. Al fondo, detrás del escritorio, había alguien que le dio tranquilidad a James.