La situación estaba demasiado tensa. James, seguía sin moverse, y lo peor es que no necesitaba hacerlo. Su mirada estaba fija en Ben, quién seguía sonriendo. Atrás de él, Owen y Dianne, con la misma mirada de incomprensión y confusión que James hizo en cuanto vio al muchacho en el lugar del Presidente.
—¿Buscabas a alguien? —preguntó Ben.
Era claro que el muchacho tenía a todos los hombres de la sala bajo su control. ¿Qué clase de presidente tendría diecisiete años? La pregunta ahora radicaba en cómo salir de ahí sin recibir cien disparos a la vez.
—Señor —dijo uno de los miembros de Seguridad Nacional—. ¿Conoce a estos hombres?
—Intentaron poner en peligro mi vida muchas veces —dijo Ben, aún con la sonrisa en el rostro—. Menos mal que envíe un chivo expiatorio a sus cómplices para que ambos grupos perezcan.
El Ben que estaba, supuestamente, en la Isla era un fraude. Eso ya lo tenía claro James. Pero…
—Cal, ¿qué está pasando?
Uno de los hombres de la mesa del Presidente abrió y cerró varias veces los ojos, como si no entendiera dónde estaba, o qué sucedía. A su lado, un hombre gordo, de traje gris, hacía lo mismo.
—¿Quiénes son ustedes? —preguntó al ver a James, Owen y a Dianne.
—Owen, ¿qué estás haciendo? —musitó Dianne, sin apartar la mirada de Ben, que al igual que ellos, se mostraba un poco asombrado por el hecho de que algunos hombres estuvieran saliendo de su control.
El enojo y la ira se encendieron dentro de él.
—¿SEGUROS QUE NO HABÍA NADIE MÁS? —bramó.
—Estoy seguro, señor, yo…
—Salvadores… —musitó Ben.
Apartó casi de un golpe a uno de los hombres que estaba sus espaldas, y comenzó a caminar hasta el grupo de invitados no deseados. Los hombres de Seguridad Nacional seguían apuntándoles con las armas, y sólo retrocedieron un par de pasos en cuanto Ben llegó con ellos.
—James, James, James… —era la primera vez que se veían frente a frente desde la batalla colosal en el Puerto, justo antes de que James muriera… ¿había muerto en verdad? —. ¿Cómo puedes estar aquí?
—Respóndele, James —terció Owen, chistoso—. Dile antes de que le rompa el cuello. Ya quiero ver la cara del vicepresidente en cuanto eso suceda.
—¿Quieren aceptar de una maldita vez que ya perdieron? —graznó Ben, intentando sonreír—. ¡PERDIERON DESDE EL MOMENTO EN EL QUE PISÉ LA ISLA!
—¡Aún no has ganado! —le respondió James, levantándose sin importarle el hecho de que tres rifles apuntaban a su cabeza. Para su asombro, Ben retrocedió un par de pasos, sintiendo miedo—. ¿Sabes por qué? ¡PORQUE YO SIGO AQUÍ! ¡MORÍ PERO SIGO AQUÍ!
Nunca había alzado tanto la voz. Nunca había aceptado el hecho de que en verdad había perecido. Lo más extraño era que James se sentía bien. Aquél era su propósito, ¿no? Enfrentar a Ben. Podía sentir el momento. Podía acabar con él.
—¿Señor? —dijo uno de los presentes.
—¡DISPÁRENLE!
Una serie de disparos se llevó a cabo, pero ninguno tocó a James, a Owen o a Dianne. El tiroteo se efectuó entre los mismos miembros de Seguridad Nacional, así como con los hombres del Presidente.
Owen se levantó de golpe, y usando sus brazos, se quitó de encima a dos de sus tres opresores. El tercero se descuidó, y fue Dianne quien lo tiró al piso con una patada al rostro. James tomó a Ben del cuello de su saco, y con la cabeza lo embistió para que el muchacho cayera de espaldas, sin saber qué estaba ocurriendo.
—¡JAMES, VÁMONOS!
Luna había aparecido por la puerta que, minutos antes, su hermano había abierto a la fuerza. Owen aprovechó el momento, y la tomó en sus brazos para desaparecer por el mismo camino por el cual ella había llegado. James y Dianne los siguieron con rapidez. No era el momento para llevar a cabo la pelea final.
—¿Qué demonios acaba de pasar ahí atrás? —exclamó Dianne, mientras corría sin regresar la mirada—. ¿Un enfrentamiento civil?
—¿Dónde demonios estaba el presidente? —soltó James—. ¿Y por qué…?
—¿Eso les asombra? —se bufó Owen, tomando uno de los rifles que tenía un guardia de seguridad caído—. ¡Yo quiero saber cómo es que dejaron de estar poseídos por el chico ese!
Alguien disparó a sus espaldas, a varios metros de distancia.
—¡Mejor salgamos de aquí antes de que nos maten!
James no supo exactamente qué camino estaban tomando. Antes de llegar a la sala donde supuestamente estaba el presidente, se agarró a golpes con muchos miembros de seguridad que perdió la noción del tiempo, y de la ubicación. Por fortuna, Owen y Luna los estaban guiando.
—¿Alguien me quiere explicar qué demonios…? —dijo el Pasajero al momento en el que llegaron al lobby del edificio y redujeron la velocidad de sus pasos. En cuanto salieran a la plaza, buscarían la camioneta donde Max y Allori los esperaban para salir de ahí—. ¿Cómo pudieron quitarse el dominio de Ben?
—Yo lo hice —musitó Luna.
—Debieron haberse sumergido en una especie de… auto control mental —supuso Owen.
—Yo lo hice —repitió Luna.
—¿Qué tal si aquello fue una trampa? —preguntó Dianne.
—Yo lo hice —Luna comenzó a alzar su voz.
—¿Los Salvadores tuvieron algo que…?
—¡YO LO HICE!
Otra ráfaga de disparos golpearon las columnas de mármol y Owen se dio la vuelta para responder al fuego. Inmediatamente, James tomó a Dianne y a Luna de las manos y tiró de ellas para salir de una vez de ahí.
—¡Max! —exclamó—. ¿Me copias?
—¡Hay mucha estática! ¿Qué está…?
—¡NECESITO QUE VENGAN POR NOSOTROS! —bramó James—. ¡NO IMPORTA QUÉ TENGAN QUE HACER!
—¡JAMES, AL SUELO!
Dianne lo empujó, y los tres cayeron por detrás de un escritorio, donde sus papeles comenzaron a volar por los aires debido a la gran cantidad de balas que comenzaron a disparar en su contra.
—¡No dejen que escapen! —ordenó uno de los hombres de Seguridad Nacional.