No se escuchaba nada, y aquello podía ser o muy bueno, o muy malo, o quizás no tenía importancia. ¿Qué lo tenía? Si en las últimas semanas, no sólo su vida, sino también la de todos los que habían formado parte de aquella travesía habían cambiado para siempre. Todo había cambiado para siempre. Y no lo pensaba sólo porque el mundo estuviera convirtiéndose en una dimensión oscura, o porque la Isla Opuesta había creado un triángulo de oscuridad y Tinieblas en el Océano Pacífico, o porque las ciudades de Londres, Nueva York, Tokio y Los Ángeles fueran un caos total, sino por lo que el mundo sabría al finalizar el viaje, en caso de que lograran salvar todas las dimensiones. ¿Cómo dormiría la gente ahora, sabiendo que su universo no es el único que existía, y que el mítico Triángulo de las Bermudas era el puente entre la creación y la Isla? Habría grandes cantidades de personas que querrían usarlo para el mal. Querrían aprovechar sus propiedades para causar iniquidad.
Todo eso pasaba por la mente de Luna, mientras la chica abrazaba sus piernas y secaba sus lágrimas con la manga de su blusa. El baño estaba totalmente a oscuras, ya que no se había tomado la molestia de levantarse y encender la luz. Aquello le sentaba bien. Bastante bien, de hecho; le permitía pensar, reflexionar e incluso descansar de todo lo que había vivido recientemente.
Los disparos que habían impactado en su cuerpo ya no le dolían, ni siquiera parecía como si en algún punto de la vida hubiesen estado ahí. Había sucedido lo mismo con el zarpazo de la discípula de Pandora, mientras estaban en Egipto. Y aunque todos reaccionaban con miedo, sorpresa y espanto, Luna simplemente lo aceptaba. No tenía miedo. Sabía su propósito.
Venció a Ben en el American Sea con un golpe empujando un bote salvavidas, ¿no era así?
Luna era un arma. Un arma que debía usarse para enfrentar a la oscuridad y vencer a las Tinieblas. Vencer a Ben. Sólo ella podía hacerlo. Entonces, ¿por qué estaba encerrada en el baño?
Hacía mucho que James, Dianne, Allori, Max y Han se habían retirado, y en la habitación se escuchaba el aire acondicionado que, sin duda alguna, Chase había dejado encendido por error. Sin embargo, Luna seguía ahí, sabiendo que si abría la puerta, se encontraría con algo, o alguien, que le recordaría el trabajo que se tenía entre manos.
Aún podía salir y seguir la pista de James.
—Tienes que ir a ayudarlo —era la voz que había estado escuchando durante los últimos días, o semanas. No eran susurros, como si fuera Gabriel, o algún otro Salvador. No, esta voz era diferente. Profunda, amable. Elías—. Es tu hermano.
Elías estaba llamándola a hacer lo correcto. El Hombre de la Isla, aquél que existió desde siempre, aquél que creó la Pirámide, estaba llamándola a hacer lo que tenía que hacer.
Luna se levantó de golpe, se secó sus lágrimas de nueva cuenta, abrió la puerta del baño y se topó con Cooper. El Pasajero estaba sentado, con un par de latas de pudín de chocolate, y al momento de ver a la chica, intentó ocultar la cuchara, llena del líquido café, en su boca.
—¿El hotel ya está vacío? —preguntó Luna, esbozando una sonrisa tímida.
—Sí, Chase tiene más de éstas. ¿Quieres?
—No, gracias.
Luna salió de la habitación, dejando a Cooper a sus espaldas, y entró al cuarto donde, como bien había dicho Owen el día anterior, Chase tenía todos los artefactos para el ataque. Y no se equivocaba. Al abrir la puerta, encontró al novato con varias mochilas llenas de granadas de portales, pistolas y rifles con cartuchos al tope con balas de color azul y rojo, y algunos anteojos con el lente del ojo derecho del mismo color.
—Esto da miedo —musitó la chica.
—¡Luna, pensé que jamás saldrías de ahí! Ya sabes… una chica llorando siempre es mala señal.
—¿Qué es todo eso? —Luna señaló las mochilas—. ¿Iremos a la guerra?
—Las granadas de portal las diseñé cuando estábamos en Londres —le explicó Chase—. No quiero gastar ninguna ahorita. Démosle las gracias a Aurora y su mano, que en realidad era Pandora, ya que su ADN sirvió bastante para diseñar estas cosas.
—¿Las balas azules?
—Con las propiedades con las que Owen sacó a la vieja loca de tu cuerpo. Podremos enfrentar a los Pasajeros de Tinieblas y a Pandora en persona con un par de disparos.
—¿Y los lentes?
—Pensé que se vería bastante cool, combinando todo esto con nuestro atuendo —sonrió el novato, guardando otro par de granadas en una quinta mochila—. No, no es eso. Sino que… bueno, James mencionó que mataron, o eso creyeron, a un Pasajero de Tinieblas, en el Market Diecisiete, allá en Fort Lauderdale.
—Así es.
—Bueno, y luego reapareció, como si nada hubiese pasado.
—Sí.
—Supongo que… su cuerpo de Tinieblas logra escapar. Verás… si rompes una escultura de arena, en plena ráfaga de viento, en realidad la escultura sólo pierde su forma, y sus arenas se esparcen por el aire. ¡Puede volverse a formar! ¿Qué si sucede lo mismo con estos hombres?
—Entonces con estos lentes, ¿podremos ver las Tinieblas al momento en el que se deshagan?
—Eso quiero pensar —dijo Chase—. Las he usado para armar las balas, y deja muchas partículas de extraños componentes en el aire. Será sencillo usar todo esto en el campo de batalla.
Era inminente. El final estaba próximo, y sin duda alguna, sería algo garrafal. Algo de grandes proporciones. Ellos eran los refuerzos de James, Dylan y el resto de los Pasajeros en la Isla.
—¿Qué hay de los materiales que nos solicitó James? Para armar la bomba… y esas cosas.
—Ya están en la mochila —terció Chase—. La MI6 pudo conseguir todo, a distancia, y mandarlo al hotel hace un par de horas. Seguramente será un asalto mortal, así que si conseguimos sobrevivir… creo que el retiro me vendría bien.
—¡Sólo tienes como treinta años!
—¡Y tú ni veinte! —le espetó Chase—. ¡Ni creas que voy a dejar que vengas con nosotros!