La oscuridad que se cernía por toda la Isla y sus alrededores no detuvieron a Owen para liderar a los pocos que lo seguían a través de la jungla. Allori estaba herida, y Bill, quien le servía de apoyo, iba al lado de Owen, listo para enfrentarse a cualquier amenaza que saliera de la nada para oponerse en su camino. Patrick, por detrás de ellos, regresaba la mirada continuamente para cerciorarse de que el peligro tampoco estuviera llegándoles por sorpresa.
—Espero que traigan sus armas ya preparadas —jadeó Owen, en cuanto se detuvieron en medio de un riachuelo—. Las locas seguidoras de Pandora no van a esperar a que nos alistemos.
Chase les había dado a cada uno una mochila llena de todo lo que se iba a necesitar. Granadas de portal, cartuchos, munición, y un walkie talkie con baterías extras para poder comunicarse con todos los presentes. No había excusa. Estaban preparados para el verdadero fin del mundo.
Patrick asintió con la cabeza, sujetando un rifle con ambas manos. Estaba demasiado perplejo, mirando con susto a su hermana. Su herida era bastante notoria, no sólo por haber abierto la blusa en su estómago, sino por la cantidad de sangre que aún podía verse.
—Detengámonos aquí —Bill se detuvo y ayudó a Allori a bajar de sus brazos para apoyarse en el suelo—. Es muy grave. Nunca vi una tan profunda.
—¿Qué podemos hacer? —preguntó Patrick, acercándose—. Si lo que Pandora hace tiene efecto en ella, pronto estará a su merced.
—¿Podrían hablar como si estuviera yo aquí? —se quejó Allori—. Eso no va a suceder. Y si sucede, espero que ya hayan matado a esa loca antes de que comience a enloquecer.
—Podríamos matar a la loca, si tuviéramos un modo más rápido de llegar a la Ciudadela —terció Owen, regresando sobre sus pisadas hasta llegar a ellos—. Necesitamos más tiempo.
—Tenemos granadas de portal —le espetó Allori, mirándolo—. Podemos usarlas para lo que fueron diseñadas.
Owen alzó sus cejas, sorprendido por la actitud que tenía la mujer, aún en esos momentos de intensidad.
—¡DETRÁS DE TI!
Bill logró sacar la pistola de su funda y disparar dos veces a una discípula de Pandora que emergió de los arbustos. Detrás de ella le siguieron dos más. Ellas cayeron al suelo, totalmente inertes.
—¿Cómo es posible eso? —quiso saber Allori—. Estamos en la Isla. No pueden morir.
—Las balas de Chase son efectivas —observó Owen—. Andando, tenemos mucho que recorrer antes de llegar a la Ciudadela.
—
Dylan no tenía tanta experiencia volando aviones, pero aquella situación era tan crítica, que ni siquiera se tomó la molestia de pedirse a sí mismo un currículum con sus habilidades para la aviación.
Estaba sentado, al timón, con Liam a su lado derecho, ajustando los controles para nivelar la presión dentro del CHASE YC-122, y los movimientos de sus alas.
—Esto es lo más extraño que he hecho en mi vida —musitó.
—Ya, no me pongas más nervioso de lo que ya estoy —le espetó Dylan.
En la cabina de mando también estaba James, que traía unos audífonos puestos, y a pesar de no saber nada del tema, se mostraba firme y listo por si se requería su ayuda.
Como no había puerta que separara la cabina de control con el área de los pasajeros y el equipamiento, Max y Luna, desde sus horrendos asientos de piel, podían ver todo lo que sucedía. Cooper, al lado de ellos, sujetaba con fuerza sus rodillas, esperando que no pasara nada que pudiese poner en peligro la vida de todos. Dianne era la única, junto con Selina, al parecer, que se mantenía en calma, respirando profundamente y lista para enfrentarse a cualquier amenaza que estuviera esperando por ellos dentro de la Pirámide Invertida. Al fondo del avión, Aurora y Chase trabajaban en el último recurso que llevaban, chalecos capaces de proteger parte de su cuerpo de los zarpazos del enemigo.
La bomba, o mejor dicho, el motor del submarino, estaba siendo custodiado por un par de Salvadores que no se molestaron en saludar, o presentarse. Sabían que aquello era parte fundamental del plan, y que si algo le sucedía, todo estaría perdido. Lo más raro era que no hablaban, no se reían. Parecían simples estatuas que Chase ignoró durante el trayecto.
—Esto se va a poner feo —musitaba mientras colocaba una capa de papel térmico por encima de los chalecos.
—No entiendo cómo demonios es que has hecho todo esto —dijo Aurora.
—Ni yo, créeme. Es imposible, a ciencia cierta.
—¡Todo lo que hemos vivido en los últimos meses es imposible a ciencia cierta! —exclamó Max desde el frente—. Si no me crees, mira por la ventana.
Había miedo y emoción en su voz. ¿Y cómo no? Estaban yendo directamente hacia el fin del mundo.
—En cuanto entremos a la Pirámide Invertida —gritó Dylan desde la cabina de mando—, vamos a tener que abrirnos paso a tiros. ¡No sé qué tanto va a haber en su interior!
—¡Yo te diré lo que hay en su interior! —se escuchó la voz de Selina, un tanto llena de pánico, miedo, nerviosismo, ansiedad, y sobre todo, enfado debido a su modo de pilotear aquél avión.
—Buscaremos el modo de colocar la bomba en su centro —añadió James—. El punto es llevarla hasta su centro, no importa qué o quién se nos cruce en el camino. Todos estamos preparados, armados y listos para esto. ¿Me entendieron? Va a haber todo tipo de cosas allá… Pasajeros de Tinieblas, discípulas dementes… Ben…
James ya estaba de pie, y se quedó entre la cabina de control, y la zona de los pasajeros y cargamento del CHASE YC-122. Miraba con empatía a todos los que estaban con él.
A Cooper, su mejor amigo; a Dianne, la compañera con quien había forjado un sentimiento fuerte y único; Max y Luna, personas que sin duda habían cambiado su vida para siempre; y más al fondo, a Chase y Aurora, quienes llevaban poco en su vida, pero sin duda se habían ganado su confianza.