Para sorpresa de Max, el área desértica de la Isla Opuesta estaba llena de personas. Pero no eran Pasajeros, ni de la Dimensión Uno ni de la Dos. Sino Salvadores, que bajo el mandato de Jeremías y Gabriel, habían mantenido el orden en el área. y las cuatro mil personas ya estaban a bordo de ambos aviones.
Dos Atlantic 316. Aquello era épico, o al menos para Max.
—¿Qué hacemos? —preguntó.
—Vamos a tener que subir a los aviones. ¡Andando! —gritó Owen—. ¡La Pirámide Invertida está sólo a tres mil pies de altura!
Los dos aviones se encontraban a unos quinientos metros, uno del otro, y Max jamás había visto a tantos Salvadores reunidos. Podía jurar que incluso había más Salvadores que seres humanos en ese momento y en ese lugar.
—¡Rápido, rápido, rápido! —los apuró Owen—; no quiero desaparecer cuando esa cosa explote.
Un trueno llenó los aires de un esplendor magnífico, y al momento de voltearse, Max ya no logró ver la Isla. Lo que sí pudo ver fue ondas en el mar, como si el mismísimo Triángulo hubiese sido absorbido por el agua, levantando un oleaje peligroso.
La Isla estaba a salvo. Había desaparecido. Había vuelto a su eje.
Pero no todo marchaba bien. Al momento en el que la Isla desapareció, varios graznidos se escucharon alrededor del perímetro en el que los dos aviones estaban. Algunas sombras salieron de la nada, como si fuera un ejército bajo la manga. Ben había pensado en todo, en absolutamente todo.
La multitud de sombras comenzaron a moverse en dirección a los aviones, y la gran mayoría de los Salvadores se movieron al instante, para comenzar la defensa. Max juró, dentro de sí, que en serio parecían agentes de la Matrix. Se movían con rapidez, facilidad, agilidad y fuerza sobre humana.
Eso no era todo. La Isla Opuesta comenzaba también a deshacerse. Como no se encontraba la Isla ahí, no podía reflejarla en su totalidad, por lo que su naturaleza estaba decayendo.
El desierto comenzó a temblar, y por un instante, Max y Luna se separaron en cuanto las arenas se distanciaron unos metros.
—¡Como si no tuviéramos ya bastante! ¡Bill, lleva a Max al avión! ¿Dónde están Chase y Luna? —Owen volvió a tirar de la escopeta que tenía, preparado para la acción que se aproximaba—. ¡Tenemos que salir de aquí ahora mismo! ¡Que enciendan los motores! ¡Ya, ya, ya, YA!
Max no supo qué estaba pasando. Uno de los Salvadores lo tomó del brazo y tiró de él hasta que llegó al primer Atlantic 316. A sus espaldas, Bill y Aurora se movían con prisa.
El interior del avión era un caos. Los Pasajeros se movían de un lado a otro, observando lo que sucedía, había varios Salvadores entre los pasillos, calmando a cada uno de los presentes, y en cuanto tocaban su hombro, o cuello, el Pasajero caía dormido en un sueño bastante fuerte.
—¿Me van a dormir así? —preguntó Max.
—Es lo más seguro para un ser humano —terció el Salvador que lo estaba llevando a uno de los asientos—. Entrar al Mar del Diablo por este camino puede ser algo mortal.
En cuanto se sentó, se colocó el cinturón, y comenzó a buscar a Luna con la mirada desesperadamente. No podía irse sin ella.
—Sólo dormirás unos segundos —el Salvador colocó una de sus manos por encima de la frente del muchacho, y Max comenzó a perder el conocimiento.
Lo último que alcanzó a escuchar fue la voz de Owen, por medio de los altavoces, con un tono único. El tono de Owen:
—Damas y caballeros, por favor… no se preocupen por nada, de todos modos van a estar dormidos, así que si morimos, no lo vamos a sentir. ¡Gracias!
—
James y Dianne estaban abrazados el uno al otro, entre las dos mitades del motor de submarino, respirando con tranquilidad. Aquello era increíble, único, y para terminar bien, también el final de sus vidas.
Sólo necesitaban jalar las palancas.
—¿Recuerdas lo que dijo Max de nosotros, aquella noche en la mansión de Jim? —preguntó Dianne a su oído—. Estoy comenzando a pensar que es verdad.
—¿Qué vamos a morir? —preguntó James.
—Morir juntos.
—Vivir juntos, no morir solos —musitó James.
Los dos se separaron un par de metros y se colocaron, respectivamente, junto a la palanca de cada una de las partes de la bomba.
Aquél era el propósito de los dos. Si el Triángulo hubiese querido que solo hubiera sido James, entonces aquella granada no hubiera abierto el portal en la bomba. Pero no. Los dos murieron en la Isla, los dos fueron creados por la Pirámide, y ahora los dos cumplirían su propósito.
Era tiempo. Era el momento.
—James… —Dianne lloraba. ¿Miedo? ¿Felicidad? Ni ella lo sabía, pero estaba asustada.
—Dime…
—¿Puedes decirme, por favor, en qué trabajaban tú y Cooper? Ahora sí quiero escucharlo.
James soltó a reír, también con lágrimas en los ojos. No le asustaba morir. Ya había muerto una vez, ¿no? Pero ahora… moriría con Dianne a su lado.
—Somos agentes de publicidad de varias compañías, y a veces salimos corriendo de algunas conferencias porque la gente quiere golpearnos —dijo, sonriendo.
Dianne soltó a reír también.
—Eres un tonto, ¿lo sabías?
—Toda la vida.
De la nada, varios Salvadores comenzaron a emerger de la nada, formando un círculo alrededor de ellos. Algunos se aproximaron hacia Ben, que seguía sin conocimiento. El momento había llegado.
James alzó su mano, para tomar la de Dianne. Ella hizo lo mismo, y al momento de enlazarlas, se sintieron más juntos que nunca.
—Te amo —dijo ella.
—Lo sé —respondió James—. ¡Demonios, Max hubiera hecho su referencia a Star Wars!
Ambos rieron. Era lo único que merecían después de todo lo que habían vivido. Estar juntos.
La aventura había terminado. El viaje había terminado.
Juntos, James y Dianne tiraron de las palancas, sintiendo sus manos entrelazadas.