Max sabía que todo lo que había vivido, los peligros, las criaturas que Bill había creado, la chica que había llegado a querer, las veces que pudo morir y no lo logró, había sido verdad. No un simple sueño. Sin embargo, el muchacho se quedó quieto, y en silencio, después de despertarse.
Estaba en el Atlantic, eso sí lo entendía. Pero… ¿qué le faltaba? Sabía de antemano que estaba vivo.
En realidad, a Max le faltaba la paz de ver a sus amigos. James y Dianne habían dado sus vidas para destruir la Pirámide Invertida. Scott, Miranda y Han habían muerto en la travesía, y Cooper se había quedado en la Isla, con Dylan. Era él, entonces, el único Pasajero vivo de toda aquella aventura, y a Max le pesaba. Le pesaba saber que ya no quedaba más por hacer, ya no había otro paso más, ya no quedaba ningún indicio para proseguir.
Ben había sido derrotado.
La Isla estaba a salvo.
La existencia estaba a salvo.
¿Por qué entonces se sentía tan vacío?
Quizás, por cierto lado, quería que el pasado hubiera tenido un ligero cambio, y hubiera sido él el que se quedara en la Isla, descubriendo más y más misterios día con día. ¿Sería capaz de sobrevivir el resto de su vida sin internet, sin computadoras, redes sociales y códigos binarios? Sí, sí podría. Porque había conocido algo más grande, algo que no era temporal.
El avión aterrizó en Madrid, y los Pasajeros del Atlantic decidieron quedarse, mientras que otros bajaban para conocer el territorio español. Max fue uno de ellos, sin saber hacia donde dirigirse. Ya no tenía ese sentimiento de aventura viajera que había sentido aquella mañana del 21 de enero. Ahora quería más. Quería algo que no era de ese mundo.
El aeropuerto estaba lleno de personas, que esperaban al menos ver de lejos la gran maravilla de la línea Atlantic. Tal vez por eso a Max se le complicó un poco salir del mismo, siendo seguido por tres personas que conocía bastante bien.
—Odio los… ¿aviones? —soltó Aurora—. ¿Así les llaman?
—¿Qué hacían ahí? —preguntó Max—. ¿Cómo pudieron…?
—Necesitábamos ocupar los lugares de las personas que fallecieron por culpa de Aurora —musitó Owen—. Bueno, de Pandora dentro de Aurora. Ya, lo dije como era.
—Pero… ¿y Luna?
El muchacho seguía esperando a que la chica de la que se había enamorado saliera del avión para estar juntos otra vez.
—No está —musitó Max—. Tengo que entrar al avión, decirle que…
—Ella no está ahí, Max —dijo Owen.
—¿Qué? ¿Cómo lo sabes?
—Los Salvadores se encargaron de llevarla al otro avión —dijo Bill—. Junto con Chase. Ella no pertenece a esta dimensión.
—Pero… pero…
Como si no fuera suficiente el peso y la tristeza que caían ahora sobre Max, resultaba que Luna no estaba ahí. Ni a un millón de kilómetros. Estaba… a través de los espacios dimensionales. Algo casi imposible de entender.
—¿Por qué habrán hecho algo como eso?
—Su labor era protegernos y subirnos al avión que se dirigiría a donde pertenecemos —dijo Owen—. Como esta dimensión es el pasado de nuestro tiempo…
—Que está hecho pedazos —musitó Bill.
—…entonces estamos aquí.
—¿Qué acaso no sabían que estábamos juntos? —exclamó Max—. ¿No lo vieron?
—Los Salvadores no entienden los sentimientos —dijo Bill.
—Exactamente —corroboró Aurora—. Ellos fueron creados sin conocer lo que era el amor, la tristeza…
—Para ellos, nosotros somos especiales por lo mismo. No entendían lo que pasaría si se separaban. Buscaban traernos a casa, sanos y salvos.
—Entonces… ¿jamás podré estar con ella de nuevo? —Max estaba devastado, hecho pedazos. Había perdido a sus amigos, a sus mejores amigos en casi veinte años, y también a la única chica que había decidido quererlo—. ¿Owen?
Él estaba pensativo, mirando al suelo. En verdad, todo aquello ya sobresalía de la agenda de Owen. Por cierto lado, justo después de desvanecerse y volverse polvo frente a Dylan, cuando el muchacho había decidido acudir a la Isla para siempre, pensó que hasta ahí llegaría su vida. En cambio, despertó en Rusia, en otra dimensión, y a las pocas semanas, dio con James y con el muchacho que ahora tenía en frente. Pasaron semanas donde el épico viaje tuvo como objetivo detener a Ben, vencerlo y salvar a las dimensiones, y ahora que lo habían logrado, no quedaba más por hacer.
—Claro que puedes. Sólo que será un poco difícil hacerlo.
—¿Cómo puedo llegar a Luna? —preguntó Max.
—Por medio de portales interdimensionales sin duda… el Triángulo de las Bermudas, el Mar del Diablo…
—¿Y podrán ayudarme?
—¿Qué harás, Owen? —le espetó Bill—. Encerrarme y luego ayudar al chico, o primero lo llevamos con su chica… hay más opciones.
—Lo pensaré en el camino —terció Owen—. Por ahora, creo que ayudaré a Max. Al parecer… siempre habrá trabajo que hacer.
Aurora sonrió ante lo que su hermano dijo.
—Ese siempre fue tu trabajo, ¿no? —dijo ella—. Líder de la Isla, y luego… guardián de la misma, sólo que exteriormente hablando. Es un gran propósito en tu vida.
—¿Qué piensas de eso, Bill? —le preguntó su hermano—. Ser guardianes de la Isla, desde su exterior. Dylan ya tiene mucho trabajo dentro de ella.
—Es bastante interesante…
—Es como si obtuvieras lo que siempre quisiste, de un modo sorprendente. Todo por parte del Triángulo.
¿Ya lo había perdonado? En realidad, el rencor se había ido mucho tiempo atrás. Siempre lo había amado, desde que eran pequeños, y aunque Bill había actuado de una manera poco ética, y casi destruía la existencia misma, seguía siendo su hermano, y nada cambiaría eso.
—Es algo en verdad increíble —musitó Bill.
Aurora sonrió de nuevo, y negando con la cabeza con la sonrisa aún en su rostro, comenzó a darse la vuelta.
—¿No te nos unes? —preguntó Bill.
—Bueno…
—Sigues siendo nuestra hermana mayor, aunque hayas pasado siglos como una reliquia enterrada —soltó Owen.