Paralelo [pasajeros #4]

Capítulo 52

James abrió los ojos.

Lo primero que vio fue el cielo, azul, sin ninguna nube en él. Escuchaba el mar, golpeando la arena que no se encontraba muy lejos de él, y una gaviota comenzaba a graznar en una piedra, queriendo llamar un poco la atención.

—¿Qué?

Habían activado la bomba, habían destruido la Pirámide Invertida, y con ello, tanto él como Dianne habían sido reducidos a cenizas mientras todas las Tinieblas, la oscuridad, los Pasajeros de Tinieblas, las discípulas de Pandora, el caos y la destrucción de Tokio, Nueva York, Los Ángeles y Londres. Todo había desaparecido. ¿Por qué, entonces, James estaba consciente?

—¿James?

El Pasajero giró su cabeza, y descubrió que, no solo estaba recostado sobre pastos verdes, sino que también Dianne estaba a su lado. Los dos estaban vivos, a salvo, sanos y sin ninguna secuela de lo que habían vivido con anterioridad. ¿Cuánto tiempo había pasado? ¿Dónde estaban exactamente?

No le costó nada levantarse a James, y en cuanto ayudó a Dianne, tampoco sintió dolor en su cuerpo. Estaba totalmente sano. Ni sentía la herida en su pecho por el vidrio que Ben le encajó. 

Se encontraban en una pradera que tenía una costa al conjunto. El mar se veía tranquilo, y al fondo, una tormenta que pronto caería en el lugar donde estaban. ¿Cuál era exactamente? No lo sabían. 

Durante las siguientes horas, James y Dianne comenzaron a aventurarse en los campos de la pradera que se extendían un par de kilómetros hasta dar con un bosque. 

—James… ¿ya viste como estamos vestidos?

Él no quiso hacer caso a su comentario, puesto que se había dado cuenta desde el principio. Ya no traía sus pantalones vaqueros, ni su camisa negra bajo una chaqueta de cuero. No. Ahora era ropa de seda, de color blanca, bastante ligera. 

—Tal vez los Salvadores tuvieron algo que ver —dijo.

Los Salvadores. Varios de ellos se reunieron a su alrededor al instante de activar la bomba. ¿Qué si, al momento de activarla, los Salvadores los tomaron y sacaron de ahí para mantenerlos con vida? 

—James… —musitó Dianne.

Los dos se detuvieron de golpe, bastante asombrados ante lo que vieron frente a ellos.

El bosque terminaba en una planicie que se extendía por varios kilómetros hasta dar con el centro de aquella zona. Un centro donde se podía apreciar la copa de un árbol raro y diferente. Uno con hojas de color azul, brillantes y luminosas. Lo extraño fue el tamaño del Árbol Milenial. No era tan inmenso como lo recordaba James. Y el cráter donde había crecido… tampoco estaba. Sin embargo, aquello no era importante. Lo importante era donde estaban.

—¡Estamos en la Isla! —gritó James—. ¡Lo logramos, lo logramos! 

Inmediatamente tomó a Dianne por la cintura y la cargó para luego abrazarla y no soltarla por un buen rato. 

—¿Recuerdas dónde estaba la Nueva Colonia? —le preguntó ella.

—¡Vamos a averiguarlo! 

En el fondo, aquello emocionaba a James bastante. Ver a Dylan de nuevo, a Selina, a Cooper… sería una grata sorpresa topárselos y explicarles que en realidad no habían muerto. Que los Salvadores los habían rescatado en el último segundo, y que ahora todos podrían vivir juntos en la Isla. 

Las siguientes horas, James guió a Dianne, tomándola de la mano, a través de la jungla. Recordaba un poco el camino, sin embargo, había muchas cosas que no encajaban. Sus extensos caminos se vieron acortados, y el tamaño de la flora también había disminuido. No había ningún tronco caído, y algún riachuelo fuera de lugar. Todo parecía tan perfecto.

En cuanto llegaron al valle que James recordaba, lo encontraron vacío. Totalmente virgen. Como si ellos fueran los primeros seres vivos que estaban ahí.

Lo único que vieron cambió totalmente lo que los dos Pasajeros pensaban del lugar. De hecho, cambiaba absolutamente todo lo que habían visto en sus vidas.

James… Dianne… los estaba esperando.

En medio del valle no había casas, o cultivos. Había algo mucho más grande, construyéndose poco a poco. Se trataba de una base rectangular, perfecta, sólida, con muros de cristal que estaban incompletos. Su altura debía sobrepasar los cincuenta metros, y James pudo ver el reflejo del cielo en sus hermosos muros de cristal. Frente a la Pirámide había un hombre. Un hombre que, conforme alzaba las manos, parte de la estructura de la maravilla se iba creando.

—¿Quién eres? —musitó James.

Los estuve esperando desde hacia ya mucho tiempo —la voz la escuchaba en su mente, y sabía que provenía de aquél hombre—. Me llamo Elías, y estoy muy feliz de que estén aquí. Quería mostrarles todo esto.

James ya no sintió miedo. De hecho, lo entendió al instante, y en cuanto sonrió, tomó a Dianne de la mano, sabiendo que ella también lo había entendido.

Su propósito no había sido morir en la Pirámide Invertida. 

Su propósito era ser el primer líder de la Isla, durante los inicios de la relación entre el Triángulo y el hombre.

Y ahí estaba, frente a la Pirámide, y entre ellos, el hombre que los había llamado y reconciliado.

El Hombre de la Isla. 




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