Paralelos: El registro

Capítulo 2

Un corto instante fue suficiente para que ambos se reconocieran. Quien diría que el destino los cruzaría otra vez en esas circunstancias extraordinarias. Lo azaroso de la vida les dio un alivio entre tanto desconcierto. En otras circunstancias hubiese sido un hecho sin importancia. “El mundo es un pañuelo” dice la popular frase, avalada también por la teoría de Los seis grados de separación: cualquiera en la Tierra puede estar conectado a cualquier otra persona del planeta a través de una cadena de conocidos que no tiene más de cinco intermediarios. De esta manera, si un individuo se reencontrarse con alguien en circunstancias diferentes a la que se relacionaron, y todo producto de una relación con un tercer individuo en común, sería algo típico y aunque en ese reencuentro los individuos suelen sorprenderse y repetir la popular frase, es algo común y sin importancia.

   Pero en estas circunstancias, este reencuentro fue una grata sorpresa para ambos. Un alivio, porque encontrar algo conocido, entre tanto desconcierto, tanta inseguridad a su alrededor, con un presente y futuro incierto, es normal que él y ella se alivien y aferren a lo seguro, para de esta manera no perder los estribos, al menos no con tanta rapidez.

   Estuvo a punto de caer en el llanto producto de tanta desesperación. Temblaba, no podía parar su nerviosismo. El rose del agua le causo un escalofrió pero rápidamente comenzó a sentir calor, nauseas, a sudar por la tremenda inseguridad que tenía en esos momentos conforme pasaban los inentendibles segundos en ese desconocido lugar. Llorar no era una de las acciones más comunes en él. En momentos duros sólo callaba, se guardaba todo lo que cualquier otro individuo en su lugar soltaría con alguien de confianza para desahogarse. Pero él no era así, no le salía, ni siquiera podía pensar en intentarlo. No podía mostrarse vulnerable ante nadie. La persona más cercana que había perdido fue su abuelo paterno, y no derramó ni una lágrima, ni siquiera había ido al velorio, actitud que hizo que se ganase la indignación de muchos de sus familiares, aunque a él no le importaba. Era duro y tenía que demostrárselo así mismo permitiéndose no derramar ni una lágrima a pesar de quererlo por todo lo que sentía en ese momento de desesperación.

   Siguió dando vueltas, mirando hacia todos lados pero sin ver nada en realidad. Sintió ganas de vomitar, por los nervios y seguramente por la resaca. Intentó aguantarse pero luego le pareció que le ayudaría a calmarse un poco y aliviaría la horrible e indeseable sensación que sentía en su interior. Se arrodilló a la orilla de la playa, y dejó salir todo en varias arcadas. Se sintió aliviado, pero el alivio duro un instante demasiado corto. En cuanto volvió a entrar en razón volvió a sentir desesperación. La presión de tanta inseguridad a la que acostumbrado no estaba lo quebraron, por lo que se desplomó en la tibia arena boca arriba y se desahogó con un penoso y lastimero lloriqueo. <<Que cosa extraña el llanto. >>

   Sin sorpresa alguna, esto no lo hizo sentir mejor. La inseguridad de no poder razonar lo que estaba ocurriendo seguía estando ahí. Esto lo hizo sentirse un estúpido, y con enojo propio juró por su vida que nunca volvería a hacer tan absurdo acto. Volvió a vomitar, más arcadas de baba que vómito. Poco se calmó, intentó volver a encontrar lógica a la situación pero no la tenía, todo era inentendible y lo iba a seguir siendo.

   Se paró y comenzó a observar detalladamente su alrededor. Todo lo que vio fue un piso de arena extendido hacia ambos constados de lo que creía que era una isla, e interrumpido hacia el centro por rocas de todos los tamaños, y por la irregular tierra, fértil en naturaleza salvaje. Giró de cara al mar que se confundía con el cielo en el horizonte, y no encontró a simple vista un solo rastro de algo que le dé una remota idea de donde se encontraba. Y aunque mucho no hubiese importado, (tomando en cuenta que importaba más el qué y el cómo que el dónde) le hubiese dado un poco de alivió tener algo de seguridad.

   Se sintió un náufrago, aunque técnicamente no lo era. Sólo había navegado en alcohol y sus tormentas internas habían causado su autodestrucción en más de una noche. No podía evitar pensar en las posibles explicaciones que se superponían con otros amontonados pensamientos en su confusa y confundida mente. Pensó en que a lo mejor había muerto, y ahí pasaría el resto de su vida. ¿Quién podía contradecirlo? Nadie sabe lo que ocurre después de la muerte. También pensó en que entró en un coma alcohólico del cual aún no despertó y que todo lo que vivía era simplemente un profundo sueño del que quizás no despierte jamás. Pensó en la serie que estaba mirando. Reflexionó que la isla era similar a la de la serie, y recuerda que muchas veces ha soñado con cosas que había pensado antes de dormir, por lo que esa idea podía no estar tan errada. Al mirar detalladamente la isla, notó que también se parecía a la de la popular película de Tom Hanks, pero también a la Isla Shutter. Entonces se le ocurrió que finalmente había enloquecido y todo era una profunda y compleja alucinación. Mientras se encontraban en su psiquis tan contradictorias ideas, caminó rodeando el borde en busca de algo, quien sabe qué, pero no podía quedarse quieto y su caminar lo ponía en evidencia. Tardó mucho en reflexionar que quizá no esté solo, si le pasó eso tan inexplicable ¿por qué no le pasaría a otra persona? ¿Por qué él sería el único? Él solo se consideraba otro miserable humano sin nada de especial, por lo que se convenció de que tendría que haber alguien más en ese lugar, o tal vez más de uno. Y tenía que encontrarlo, sea quien sea tenía que encontrar a alguien, hablar con alguien, aunque sea para saber si podía conseguir más información. Saciar su curiosidad y poder encontrar un razonamiento a lo que le estaba pasando era lo único que le importaba.




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