Paralelos: El registro

Capítulo 3

Ahí estaba sentado en su cómodo sofá, aún mareado y con ganas de vomitar. Sin embargo, ya estaba acostumbrado a tan desagradable sensación, por lo que no le impidió tomar el resto del whisky que había dejado en su vaso de vidrio. Su primer reflejo. Podría tomarse dos o tres medidas más y no le importaría, estaba verdaderamente alegre de estar de vuelta en casa y en su vida infeliz.


   — ¡No tomo más! JA JA — bromeó solo. Nadie estaba para aplaudirle la broma, y tampoco le importaba.

   Todo estaba en su lugar. Su sofá estaba desordenado, como si estuviese acostumbrado a que alguien durmiese en él. El televisor estaba prendido, con un fondo color negro claro y un cartelito de “SIN SEÑAL” que iba de un lado a otro en la pantalla. Su cristalería estaba algo polvorienta, y la puerta de donde Yan había sacado el JB estaba entreabierta. Su cuerpo estaba desparramado en el sofá. La ropa que lo cubría estaba bastante arrugada y desprolija. Desprolija como su rostro, que estaba cubierto con una barba de una semana, quizá. Sus ojos estaban desorbitados por el mareo y su boca estaba entreabierta como la puerta de su cristalería.

   Su living estaba desordenado como su aspecto en general, como su apariencia normal. Como toda su casa.

   Era sábado, si es que la mente ebria no lo engañaba. Lo único que tenía que hacer era limpiar su desastre, y no necesitaba hacerlo de inmediato, ya que vivía solo y no tenía pensado recibir ningún tipo de visita. Tal vez una escort, pero sea cual sea no le importaría el desastre.

   Se levantó y todo le daba vueltas, se sentía levitar, veía borroso, y le encantaba. Ese medio día de pesadilla que había vivido lo hicieron pensar en la idea de no poder volver a tomar alcohol, y eso lo tenía como loco. El primer día sería difícil, pero ¿y el resto? No iba a aguantar en ese lugar, y mucho menos estando sobrio. Asique agradecía poder sentir la resaca que sentía, y también el hecho de saber que no será la última.

   Comenzó a ordenar de a poco aunque con lentitud porque cada movimiento brusco le aumentaba la sensación de querer vomitar. Agarró la primera bolsa que encontró y empezó a tirar todo lo que en ese momento consideraba basura. Entre otras cosas había una fotocopia que él sospechó que se cayó de su maletín. La hoja tenía el título de “La noche boca arriba”, uno de los más grandes cuentos de Julio Cortázar.

   A mitad del largo zaguán del hotel pensó que debía ser tarde y se apuró a salir a la calle y sacar la motocicleta del rincón donde el portero de al lado le permitía guardarla. En la joyería de la esquina vio que eran las nueve menos diez; llegaría con tiempo sobrado adonde iba. El sol se filtraba entre los altos edificios del centro, y él -porque para sí mismo, para ir pensando, no tenía nombre- montó en la máquina saboreando el paseo. La moto ronroneaba entre sus piernas, y un viento fresco le chicoteaba los pantalones.

   Admiraba la narrativa de esté escritor Argentino, y ese cuento era uno de sus favoritos. La presentación del relato en dos planos alternos, eran simplemente una maravilla digna de admiración.

   Paró la lectura porque lo estaba mareando y su vomito iba a ir a parar junto con la basura de la bolsa. Fue un alivió que no vomitara, porque al tomar la bolsa y prestar atención, notó que tenía algo bastante grande y algo pesado como para ser basura. Por un momento pensó que sólo era es desvarío normal en cualquier ebrio como él, pero dicho desvarió estaba durando demasiado, así que la abrió para revisar y al hacerlo encontró un paquete de habanos que había comprado una semana atrás y que había olvidado. Eran unos Romeo y Julieta N°3, en una mediana caja de cinco.


   — ¡Gracias Shakespeare…!


   Abrió la caja y observo los cinco tubos marrón claro perfectamente acomodados. Luego le dedicó un segundo el pequeño dibujo en la parte interior de la tapa. Era la imagen de la famosa escena del balcón. Le desagradó el hecho de que ambos personajes fueran rubios. Y hablando de desagrados, también le desagradaba las horribles traducciones de los libros. Los libros deben leerse en el idioma original en el que fueron escritos, porque si la traducción no es buena, y en general no lo son, se pierde mucha riqueza literaria. Él había leído Romeo y Julieta en inglés, al igual que toda la obra de Shakespeare.

   Se perdió en los personajes por un momento. Un momento largo.

   Que hermoso enamoramiento.
   Comenzó como un amor ciego. Ciego como es el hombre, que lo primero que ve y que lo cautiva es la belleza que la mujer expresa con su sola presencia. Tuvo la suerte de que le lloviera un beso correspondido, beso que se repitió en la boda secreta que ambos amantes jóvenes planearon a la brevedad. No le importó al joven el hecho de enterarse de la procedencia de la musa que lo cautivó, y si le importó, no fue lo suficiente como para olvidar tanta pasión que le había surgido al verla y luego al besarla. Mucho más aumentó la pasión al escuchar la declaración de amor de su amada, y ella la de él.
Lo prohibido, el desafío, la rebeldía contra sus familias, eran condimentos que aumentaban la adrenalina y excitación en ambos que sólo pensaban en vivir su amor. No podían esperar mucho más tiempo para vivirlo con plenitud. La inexperiencia de la juventud no importaba, el deseo que ambos sentían debía ser atendido y así lograr consumir su aparentemente eterno amor.
Se conocieron. Romeo ya en la habitación de su esposa, se habrá acercado con pasión y la habrá rodeado con los brazos. Ella con la misma pasión habrá correspondido a la de él, pero con seguridad lo habrá frenado una vez que las caricias del muchacho llegasen a esos tentadores rincones que la habrán hecho sobresaltar por la sorpresa de lo desconocido y también por el aumento del deseo producto de la curiosidad. Poco a poco se habrán dirigido al lecho de la joven, él la habrá acostado suavemente y se habrá colocado junto a ella, aplastándola un poco, mientras los corazones se aceleran esperando lo que ambos ya tenían bien claro que iba a suceder. Y así lo querían. Con la misma lentitud con la que pasaron de besarse con frenesí de pie, a besarse con frenesí acostados, comenzaron a desnudarse, o quizás uno solo habrá desnudado a ambos, y acariciado con más libertad todo lo que el deseo acompañado por el instinto le habrá indicado. Romeo, seguramente ya encima de Julieta, la habrá besado, acariciado, y rozado con mucha profundidad, intercalando entre la lentitud y la rapidez para mayor goce de las sensaciones de ambos. Con mucho miedo y nerviosismo por parte de los dos amantes, habrán logrado esa unión que tanto anhelaban. El dolor habrá sido exquisito, y exquisito habrá sido la sensación de placer que apagó el dolor al instante. Seguro hubo muchas interrupciones, muchos suspiros, muchos jadeos, mucha respiración agitada o entre cortada, muchos movimientos lentos y muchos rápidos que alejan y acercan los cuerpos unidos. Habrá llegado el clímax. Y sólo después de eso ambos habrán pensado que uno es del otro, desde ahora y para siempre. Se habrá respirado placer en toda la habitación y en las afueras del balcón, y así hasta la mañana siguiente y hasta el final de sus vidas.
   Que patético enamoramiento.




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