Parallel stories

Recuerdos, cartas y despedidas - Parte 2

He leído en las noches distintos autores de distintas partes del mundo para distraer mi mente de la tarea que me he encomendado respecto a la promesa que le hice a mi amigo recientemente fallecido. Leí tantas cartas y borradores que ha escrito que mi mente necesitaba un respiro, un descanso de tantas emociones impregnadas en papal y tinta. Entre todo el meollo encontré una carta escrita en lapiz, con múltiples tachaduras y en muy mal estado, pero que se llegaba distinguir un pequeño fragmento de esta que bastaba para saber que era lo que él quería expresar. En ella, descubro al menos dos alusiones a autores diferentes: por un lado, algunas citas de Kafka. Si no lo conociera preguntaría el porque ha decidido agregarlas antes de comenzar a escribir su borrador, pero se puede comprender el motivo detrás de todo esto; por otro lado, toma de referencia al libro “los hombres del triángulo rosa” de Heinz Heger, seudónimo del escritor vienés Hans Neumann. Un duro testimonio sobre los campos de concentración durante la segunda guerra mundial. Una de las razones por las que mi amigo podría haber elegido esta obra podría ser que, en su interior había algo que necesitaba decir pero que de otra forma jamás podría haberlo hecho, y por ello, encarno la dura vida de un supuesto, alguien quien habría padecido gran cantidad de pesares, horrores e injusticias, y que, al igual que él, su destino solo hallaba en la muerte, aun sin saber si había alguna otra salida para su dolor. Podría decir muchas cosas al respecto, pero me remitiré a tan solo transcribir lo que quedo de aquella carta. Cabe aclarar que, una parte de ella es interpretación mía, ya que el estado del papel hace que mucho de su contenido sea ilegible, pero, por ser él, me tomaré la tarea de reconstruir la mayor parte del texto original.

***

El triángulo 175

 

Empieza de una vez a ser quién eres en vez de calcular quien serás.

[...]

No desesperes, ni siquiera por el hecho de que no desesperas. Cuando todo parece terminado, surgen nuevas fuerzas. Esto significa que vives.

Franz Kafka.

 

Me gustaría contar mi historia, a pesar de no disponer de mucho tiempo y de que probablemente este documento sea destruido poco después de haber sido escrito. Era invierno de 1940: ya hacía algunos meses que yo permanecía en los campos de concentración de Sachsenhausen, vestido de harapos que apenas cubrían mi cuerpo, desgastado por las quemaduras del duro invierno y marcado a son de los golpes de los SS y los decanos de nuestro bloque. Fuí el prisionero número 175 de los triángulos rosa, marca de unas leyes que poco nos favorecían y de una maldición, desgracia o como quiera que le hayan llamado todos aquellos que se creían superiores, sin siquiera mirar el peso que posaba por sus espaldas. Si la justicia existiera, aquellos que nos tienen en este sitio y nos tratan como nos tratan deberían ocupar nuestro lugar. Podría pensar eso y mucho más e inclusive imaginar un universo utópico en donde esto fuera así, pero solo sería cambiar de lugar con esa calaña: lo poco que me queda de espíritu prefiere seguir fiel a mis principios y sentimientos de que todo lo que en algún momento fui y seré está bien.

Fuimos condenados a trabajos absurdos que no consistían más que mover fenómenos de la naturaleza, los cuales se incrustaban en nuestra piel dejando marcas y heridas que perduraban por semanas. Ya sea por la nieve que nos quemaba las manos y el cuerpo, al tener que acarrearla de un extremo al otro de unas calles que pertenecían al lugar, con prendas puestas en forma de canasta y cargadas en tanto pudiéramos -ideas absurdas de nuestros “superiores’’-; o por los golpes de quienes debían vigilarnos durante todo el proceso, nuestra vida en ese lugar fue un infierno. En los primeros días de trabajo forzado vi morir a alguien por primera vez en mi vida. No reaccioné en mucho rato ya que mis ojos se clavaron en el cuerpo del que yacía tirado, envuelto en un charco de sangre que aumentaba con el paso de los minutos que duró ese instante de locura, hasta que un golpe en mis costillas me hacía besar el suelo y recordar mi realidad. Mis piernas perdían estabilidad, mi cuerpo me obligaba a doblegarme, mis manos sangraban, como si hubiera tenido una batalla interminable, cuando, en realidad, era por las quemaduras del frío de un duro día de trabajo. Miraba a mi alrededor y observaba los rostros de sonrisas vacías y desagradables de aquellos que nos castigaban.

Pasando los meses en este sitio, creo que lo único que todavía perdura son aquellas marcas surcando nuestra piel.  Esta seguiría cayendo sobre nosotros día tras día, mientras pasaba el tiempo, hasta que la muerte o el fin de una era llegara.

***

Explicar las dimensiones y los detalles de cómo era todo sería en vano, y sé que es algo de los que pocos hablarían, ya sea porque fuese inútil o nos diera impotencia. En cualquier caso, las palabras no son lo suficientemente precisas para trazar todo aquello que nos ocurría tanto física como mentalmente. No obstante, ¿Qué tanto puede aguantar una persona sin sentir, sin expresar aquello que lo hace uno, que nos determina, que nos hace pertenecer a un lugar? Llevo una marca en mi ropa y en mi ser, que por más que quieran castigarme va a seguir en pie, y sé que va a perpetrar en algún punto de la historia…

Escribo con lo que tengo porque todo me lo han quitado, y suspiro con el peso de la vida que lastima más que las duras botas de esos malditos nazis, e incluso más que nuestros espíritus violados y marcados por la fuerza de cizañas.



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En el texto hay: relatos de la vida, relatos reales, relatoscortos

Editado: 24.04.2023

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