Abrí los ojos de repente, ya era de día y, al parecer, me había quedado dormido mientras leía aquellas cartas de detrás del aquel cuadro malicioso. Dudo de la procedencia de ambos escritos. Su letra, su aspecto, aquella tinta salpicada al final de cada trazo; sus hojas amarillentas y carcomidas por los años hiciesen parecer que fueron escritas a mano por el dueño original de este cuadro. Lo curioso es, no fue hecho hace mucho tiempo, además que, fue una mera petición de mi abuelo, ¿De dónde habrían salido esas cartas? Talvez solo pertenecían a aquel pintor que fue llamado exclusivamente por él, para cumplir ese último deseo.
-Debería levantarme, hoy es el día en que prometí deshacerme de ese cuadro, para al fin descansar en paz.
Erguido en mis dos piernas, me alisté para salir lo más pronto posible. Cubrí aquel cuadro con su estuche, aunque ya no lo deseara, prefería arrojarlo lo más lejos posible para no verlo más "nevermore".
Subí a mi automóvil, conducí hacia las afueras de la ciudad, a lo lejos de toda civilización solo para cerciorarme de que este retrato jamás vuelva a ser encontrado. Seguí adelante unos cuantos kilómetros, sin recordar, cuanto tiempo llevaba manejando. Perdí la noción del tiempo luego de haber salido de mi hogar y ni siquiera sabía a donde me conducía realmente, pero sabía que debía irme lo más lejos posible.
-Siento que olvido algo, que debería ser de suma importancia. Talvez solo este desvariando.
Llegué hacia dónde se suponía que debía llegar. Todo era sumamente extraño, cada rincón y estructura se asemejaba a un parque de diversiones, pero no a uno que alguien pudiera recorrer más de una vez en su vida. No habían puestos de regalos, estaban desechos y destrozados como si algo los hubiese aplastado desde arriba. Muchas de las atracciones, montaña rusa, una noria (o más conocida como rueda de la fortuna), entre otras cosas, se conservaban sí, pero no como era habitual, para ser más específico, no estaban hechos de materiales metálicos (...) toda su estructura, cubierta de moho, pareciese hecha de cáscaras podridas, de formas muy extrañas, casi humanas (...).
-En ningún momento retomé mi conciencia, es como si debiera ver todo aquello que se presentaba ante mis ojos.
Observe lo más que pude, sin perderme algún detalle, pero olvide todo en tanto sentí la presencia de algo que me observaba desde que había llegado. No era humano, ya que me duplicaba en tamaño, y si figuro no se asemejaba a la de ningún ser vivo: de color castaño amarillento a un marrón rojizo oscuro; su figura, como costal amarrado y exprimido desde su centro, o siquiera de un reloj de arena con ambos extremos redondeados por alguna extraña razón; sus brazos y piernas, como raíces extensas o ramas de algún árbol apuntaban hacia mí. Y con una mirada, a través de esos ojos, vacíos como en el tronco de un árbol viejo, helaba mi sangre de extremo a extremo.
-Que debería hacer, no lo supe en aquel momento, ni en este instante.
Corrí hasta perderme entre mis pasos, sin rumbo y sin meta, solo seguí adelante hasta donde pudieran mis piernas. Al final de una calle cercana, se encontraba un acantilado, lo suficientemente profundo como para deshacer a una persona. Mira hacia atrás, para ver si aquella figura me había seguido, y para mi desgracia así era. Tomé la suficiente distancia para correr, y de una vez, salte hacía ese vacío interminable que acabaría con mi vida de una vez por todas.
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<Todo me da vueltas, no siento la mayor parte de mi cuerpo. No reconozco en donde estoy, pero si aquel cuadro que colgaba de las blancas paredes desgarradas por la humedad.>
<Llegue a reconocer una imagen, un hombre tendido en una cama de metal vieja y oxidada, desgastada y casi desecha, con un colchón y algunas sábanas sucias y carcomidas por las ratas; sobre ella se encontraban algunas cobijas manchadas con el rojo puro y reconocible de la sangre. Talvez aluciné, pero su aspecto es tan real a mi parecer.>
<Intenté levantarme, pero no pude, parte de mi cuerpo estaba adornado con cables de todo tipo, y varios tubos que salían de mis fosas nasales hasta llegar a un tanque de oxígeno pegado a mi cama. Creo que me encuentro en un hospital, y por mi estado no debiera quedarme mucho tiempo.>
Ya yo recordaba esta escena, sea en la carta o en la cama de aquel hospital en donde yacía mi abuelo paterno. Ahora era yo que ocupaba su lugar, y más haya de asustarme por aquella situación sin razón ni sentido, solo sentía en mí una terrible angustia, porque, a pesar de todos mis intentos por deshacerme de aquel cuadro, este permanecía colgado de la pared, como un recuerdo de ese lugar de pesadillas y sus historias, que marcadas con sangre ahora se dejaban ver, y que ahora, dilucidaban mi silueta envuelta en rojo, tan rojo como la sangre de mis dedos apoyados en mi pecho.
Editado: 30.09.2021