Parásito errante

Despertar

He muerto, o eso se supone. Lo último que recuerdo es haber permanecido en cama, con un calor bañando mi cuerpo, aun con el frío en el exterior envolviendo los hogares en forma de niebla espesa. Los vecinos, los pocos que se atrevían a visitarme, me declararon muerto en vida. Yo, un joven que se dedicaba a limpiar las chimeneas, tan solo después de haber sido formado por siete largos años, me ocurrió tal cosa: enfermar y morir.

Morí, así fue, morí. O eso tuvo que pasar.

Lentamente siento que mis extremidades rígidas, aún están en movimiento. Intento mirar a mí alrededor, pero mi cabeza no responde. Ni siquiera mis ojos; no detectan nada. Solo comprendo que mi cuerpo está restringido por algo atravesando mis brazos y piernas. Sentado, lo estoy, o eso creo.

No logro medir el tiempo con los rayos del sol o la oscuridad de la noche, pero comprendo que ha pasado cierto tiempo antes de lograr escuchar, captar ciertos ruidos a mí alrededor. Ruidos que poco a poco se van aclarando, captando el rechinar de una puerta, el murmullo de una conversación, las respiraciones de personas, y por último mí destino final.

—¿Cuándo crees que despertará? —Escucho la tierna voz de una joven.

—Dentro de poco. Ya se mueve, debes tener cuidado. —Cierta voz madura de un hombre suena cerca de mí.

—¿Qué tanto puede hacer el hongo? —pregunta ella.

—Te puede comer en vida, por eso no lo debes tocar con las manos. Mira, siempre usa estas pinzas, y por nada del mundo lo toques.

—¿Y si lo toco, que hago?

Una sensación recorre mi cuerpo. Me sorprende que pueda sentir cómo algo es arrancado de mi cuerpo, provocando el dolor que una vez más extrañé.

—Fácil, corta rápidamente el área donde te infectaste con un cuchillo. —No escuché la respuesta de la joven. Incluso yo, sentí un breve escalofrío recorrer mi cuerpo—. Por eso nunca debes tocarlo. Debemos esperar a que los hongos parásitos maduren y así destruimos el cadáver antes de que despierte por completo.

«¿Cadáver? ¿Destruir antes de despertar?»

Inconscientemente permanecí quieto. Una parte fue por miedo y por otra era por sorpresa. ¿Cadáver? ¿Él dijo cadáver? ¿Se refería a mí u a otra cosa? Me negué a reconocer ante esas palabras y procuré no levantar sospechas. En mi cabeza, mis pensamientos se acumularon y se mezclaron unas con otras. No he hecho nada salvo vivir y trabajar, limpiando chimeneas, nunca le hice daño a alguien… Intenté trabajar para vivir bien, con mi mamá.

«Lo que sea, lo que sea, debo escapar». Pensé.

El sonido de la conversación se fue alejando de mí, entendiendo que pronto estaría solo de nuevo. Y así fue, por otro periodo de tiempo que no supe distinguir. Ellos regresaron, permanecieron callados al ingresar cuando escucho la voz jovial de la chica.

—¿Lograste encontrar el frasco adecuado? —El hombre respondió, un vago “sí”, pero ella continuó—. ¿No te llevarás los hongos? —No dio su respuesta. Luego de un breve silencio…—¿Es necesario el viaje?

—Sí, sí, lo es —responde de forma impaciente.

—Solo estoy preocupada, ¿qué tal si te pasa algo y esta vez me quede sola para siempre? —Ella se defendió usando un tono de voz lastimoso e infantil.

—Mi querida hermana… —susurró el hombre.

«Viaje… perfecto». Aquella palabra me dio esperanza para poder escapar, aunque solo uno de estos supuestos hermanos se largaba.

Ambos se retiraron y me quedé solo nuevamente. El tiempo pasó, y solo la chica se había quedado atrás. Ella en cada tiempo, me salpicaba un líquido en mi cuerpo. En ese momento no sabía lo que era, pues mi olfato aún no había despertado. A solas, procuraba mover mi cuerpo, pero algunos objetos extraños que me atravesaban, me impidieron moverme...

Luego de un tiempo, me volví más sensible. Podía sentir más, oler y a veces lograba ver sombras en movimiento. El tiempo siguió transcurriendo hasta que, por fin, logré aflojar el mortal agarre de aquello que me inmovilizada.  Pero ese día, ese fatídico día, el olor a sangre, proveniente de la joven, me resultó muy tentador.

 

Ella entró a la habitación como de costumbre. Logré ver su silueta moverse hacia mí, y la luz que colgaba a su costado; una lámpara alumbraba a media la habitación oscura. Ella dejó la lámpara en el suelo, y se acercó con lentitud. Como si temiera que yo saltara y la atacara en cualquier momento. Se movió a mí alrededor, como si estuviera examinando. Fingí no darme cuenta de su presencia, reprimiendo mi cuerpo y el impulso mortal por abalanzarme sobre ella.

—Aún falta… —Ella murmuró.

Se tomó su tiempo para moverse por la habitación. El exquisito aroma flotó en el aire inundando la habitación. Hizo la misma rutina de examinar, tocar los hongos con una vara y bañarme en un líquido espeso; esto me recordó a las hierbas medicinales que mi pobre madre podía conseguir para curarme. Pero todo aquello no me distrajo de su olor metálico.

—Listo —dijo ella—, mañana tienen que madurar.

«¿Mañana?».  Mi mente nublada, por el exquisito aroma de la sangre, logró exprimir a fuerza. «¿Mañana? Qué importa mañana teniendo una deliciosa comida frente a mis narices». Pero al notar su retirada, al vislumbrar como ella tomaba las cosas y la lámpara, me desesperé.



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En el texto hay: tragedia, horror, relato

Editado: 11.02.2024

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