Salió sin decirme nada más.
Tomé de mis medicamentos para las dolencias. Registré en la bitácora cada situación observada. Luego caminé hasta la casa de Rosmery.
- Eras tú. Estoy segura.
- No sé de qué me hablas.
- La criatura planta, era tú.
- No afirmo, no niego.
- ¿Le quitaste los recuerdos a Cesar? –me enfurecía su tranquilidad. Su mirada se volvió desdeñosa.
- No lo conozco.
Se marchó.
Eso me llevó a optar por un cambio en mi estrategia de investigación. Ahora mi foco de observación serían los hombres que entrenaban con el cacique.
En el lugar había unos 7 hombres. No estaban practicando con el arco. En esta ocasión era lucha cuerpo a cuerpo. Me senté bajo un frondoso caucho. El grosor del tronco era imposible de abrazar. Apunté cada movimiento que observé. Unos cuarenta minutos después apareció él. Estaba mojado, de sus manos colgaban tres grandes peces. Todos lo felicitaban por la presa. Sé que me ignoró apropósito. No puedo explicar cómo lo supe, pero Cesar me estaba culpando. Yo lo había culpado por 9 años. ¡Qué lío!
Después del almuerzo tomé un riesgo. ¿Quién dijo miedo?
Me metí en el campo de entrenamiento. Nadie me lo impidió. Nadie me habló.
Me coloqué al lado de Cesar cuando se preparaba para disparar. Susurré para que solo él me escuchara.
- Dispara y falla de la forma más vergonzosa posible. Por favor. - sonreí ante su atónita mirada. No tuvo opción. La flecha cayó en el piso sin llegar al blanco, fue un disparo como de niño pequeño. Volteó con furia.
- Deja de interferir- rugió- lárgate de este sitio. Eres peligrosa.
- Mira quien lo dice- sonreí con sarcasmo, bajé la voz- no me voy. Tú me debes una explicación, me debes una disculpa por cualquiera que sea la loca idea que ahora tengas en la cabeza acerca de mí.
- Te repito la pregunta Abigail- sus ojos ardían en una furia a punto de desatarse- si tanto te quise ¿cómo pude olvidarte?
- Te devuelvo un par- estaba de pie ante él elevando mi cabeza para poder desafiarlo, aunque apenas le llegaba al pecho- ¿cómo es posible que me culpes de tu olvido si fue aquí entre tu gente que estallaste en crisis? ¿Por qué ahora me recuerdas y no lo hiciste cuando me viste los primeros días?.
Si alguien es culpable está entre tu gente.
El silencio que nos envolvió era casi que espectral, similar a sumergirte en el mar. La agitación volvió a mi pecho. Sentía que me empezaba a faltar el aire. Tomé toda me dignidad y empecé a retirarme como si hubiese triunfado en la arena de la lucha libre antes de sufrir cualquier crisis.
- Te odio- dije sin más.
Mis pasos eran tan pesados como pesas de ejercicio atadas a mis tobillos. Al pasar por el centro de la aldea vi que uno de los niños corría sin tocar el piso, al parpadear para enfocarme mejor sus pies ya reposaban sobre la tierra y él sonreía con inocencia.
Llegué al río y me acordé de la restricción de no explorar sin la compañía de César. La ira aumentó dentro de mi pecho, decidida a ser absolutamente desobediente ante cualquier norma que lo incluyera comencé a caminar rio arriba. Creí ver el mismo gavilán unas tres veces entre las ramas de los árboles observándome. Pensé en una idea para mi propuesta de tesis: “Se puede decir que la naturaleza vigila aquello que le es extraño”.
Después de un par de horas llegué a una pequeña cascada. Entonces perdí todo mi dominio propio y lloré como hace tanto no lo hacía: lloré por haberlo esperado por años, lloré por el diagnóstico de mi madre, lloré por su muerte, lloré por las veces que intenté abrir mi corazón y terminé decepcionada, lloré por mi cuerpo casi mancillado.
Me quedé en ropa interior y me lancé a la pequeña laguna que formaba la cascada, sumergiéndome para sentir que no me escuchaba ni a mí misma. Cuando el aire me faltaba salí a flote cara arriba, hacia los enormes árboles. Vi volar un ave nuevamente, luego sentí a alguien que me observaba desde una roca.
Decidí ignorarlo, sabía que era él. Me puse a nadar como si no existiera. Sentí el salpicar del agua. Un tirón en la pierna.
- No podías explorar sola- me sumergí. Esperó a que saliera- deja de portarte como una chiquilla- eso me molestó, le saqué la lengua y me sumergí de nuevo- soy muy paciente, esperaré a que te canses para regresarte a la aldea.
- No necesito de una niñera- iba a darme la vuelta para seguir nadando y me agarró con fuerza el brazo.
- Dime mirándome a los ojos que no me ordenaste marcharme de tu vida- sus ojos eran una súplica.
- No voy a darte ninguna respuesta.
- ¿por qué dijiste que me odias? - alce mis hombros y empecé a tararear- Abigail, por favor.
- Te voy a responder, con una condición.
- ¿Cuál?
- No quiero secretos respecto a lo que vi en el enfrentamiento. Después de que seas sincero yo te responderé. Después de eso organizaré mi partida con la Mama grande lo más pronto posible.
- ¿Por qué te iras?
- Porque no quiero verte- dudó, pero lucero respondió.
- De acuerdo. ¿Qué viste?
- Una mujer árbol, un gigante, una mujer a la que los animales le obedecían, un hombre que tira del arco tan rápido que casi no se ve lo que hace con tiro que no fallan nunca: siempre en el corazón. Un niño caminar en el aire, plantas que se inclinan ante una mujer- mientras me escuchaba, me parecía más descabellado todo lo que decía, pero necesitaba una explicación.
- Tienes una vista muy clara para no ser de la selva- suspiró- tal vez por eso también eres especial- entendí que se dirigía a mi habilidad de las palabras como ordenes inquebrantables- fuimos escogidos por Madremonte, ella es la mujer planta, dio habilidades a nuestros ancestros y las vamos heredando de una generación a otra, no por nacimiento, es un don que entregamos al morir o cuando envejecemos. Le ayudamos a proteger la selva. Ella es la madre protectora, las plantar susurran a sus oídos cuando ven personas que talan, matan, siembran coca o amapola, quemas el bosque. El ataque es consecuencia de nuestras actividades de protección, a veces logran encontrarnos. Nadie encuentra este lugar si nosotros no queremos. Por eso Rosmery te fue a recoger.