Entre el miedo de dejarme convencer y el placer de ser conquistada.
Me hice la dura el resto del día, tomé algunas fotografías de la gente en sus labores, la idea era que no se notara la ubicación de la aldea. Ayudé a desgranar maíz en la tarde para hacer la mazamorra. Él no se separó de mí en todo el día.
Inicialmente guardaba la distancia como todo un guardaespaldas o un oficial custodio, con su rostro serio y silencioso (cómo si yo fuera un delincuente nivel 5). Sin embargo, al llegar el momento de la cena tomó lugar a mi lado, sin el menor respeto de los límites de espacio personal. Trajo una totuma para mí y otra para él, hasta se tomó la libertad de poner su mano sobre mi pierna como si nada en el mundo y como si nada en el mundo se la quité las veces que lo hizo. Algunos nos miraban de forma furtiva cuando eso ocurría. Hasta lo llegué a empujar logrando solo que César se riera por lo bajo de mí.
Cuando me dirigía a dormir, Petra, una adolescente de 14 años, me llamó. César se alejó hacia mi casucha.
- Abigail por favor deja de hipnotizar a Awki- su tono era exigente.
- Espero que seas más respetuosa con tus insinuaciones- le respondí- buenas noches.
- Él debe casarse con una de nosotras, tú no eres su gente- niñita desafiante.
- Eres una niña delante de él- dije muy calmada- deja de intentar pelearlo. Creo que decidirá bien, realmente espero que no sea una niñita inmadura.
Eso me dolía más a mí que a ella. Yo tenía claro que había varias jovencitas aspirando a ser su elegida para matrimonio. Lo único que detenía a los padres de ellas de haberlo atrapado era el hecho de que, por no tener padres, no había nadie que pactara el matrimonio por César, por ende, debían esperar su decisión. En eso llevaban 9 años esperando a que Awki escogiera compañera. Cuando me marchara, tal vez…
Suspiré para no darle rienda a esos pensamientos.
Lo encontré acomodado en mi hamaca. De la misma frustración intenté tirarlo al suelo. Sorprendido por mi acto de violencia domestica (Dios eso sonó a hogar en mi cabeza) se levantó mirándome con intriga.
- ¿Qué te dijo?
- Que deje de hipnotizarte- me encogí de hombros.
- ¿Eso te molestó tanto?
- No
- ¿Estas celosa?
- No
- No te preocupes, no debes tener celos.
- Que no tengo celos- me senté sobre la mesa- estoy cansada vete para poder dormir.
- Voy a dormir contigo, recuerda que soy tu guardián… si tienes celos- su hermosa sonrisa era de triunfo.
- No me hagas influirte.
- No tienes ganas de que me vaya Abigail- se acercó a la mesa- mi corazón solo te pertenece a ti, aun si te marchas, aun sino regresas, no habrá lugar en él para alguien más. Deseo que seas mi mujer, si me pides que regrese contigo a la ciudad lo haré; si deseas ir y venir a tu antojo lo aceptaré; si deseas quedarte, me harás el hombre más dichoso del mundo. Cualquiera sea tu decisión mis sentimientos por ti no van a cambiar.
- Cesar, recuerda que hacer promesas es peligroso- lo miraba directamente a los ojos- ya una vez incumpliste.
- Sabes que no fue mi culpa- tomó mi rostro entre sus enormes manos llenas de cayos- no te pongas triste.
- No lo estoy- dije en un susurro.
- ¿Entonces? - con el pulgar acariciaba ligeramente mi mejilla.
- Estoy frustrada, más que todo por mí misma.
- Sé que lo del odio es falso, tú no eres capaz de odiar.
Nos miramos largo rato. Era un dialogo silencioso que poco a poco fue dando paso a pequeñas caricias. De mi mejilla pasó a mi cabello, de este bajó su mano lentamente hacia mi nuca, con la otra mano atenazo firme y suavemente mi cintura. se acercó, besó mi mejilla, rosó con sus labios los míos para besar la otra, se deslizó hacia la comisura de la mía, su mano en mi cintura me estrechó hacia él acortando el diminuto espacio entre nosotros. Suspiró sin reservas al sentir mi cuerpo junto al suyo. La respiración se me acortaba, el pulso se me aceleró, cerré los ojos sin darme cuenta de que había perdido todo dominio de mi misma. Ante mi entrecortada respiración posó sus labios con delicadeza en los míos. Lentamente cedí, lo abracé por la cintura, también los besé, me agarró con fuerza, le correspondí entregándome al ritmo de su boca.
Así fue nuestro primer beso.
Reaccioné como ya tenía por costumbre: lo empujé, me bajé de un salto de la mesa y me puse a caminar de un lado a otro de la habitación buscando mis cosas. Tomé el portátil para sentarme a escribir. Él lo retiró de mis manos. Me sonrió al tomarlas.
- Te amo Abigail- besó mi frente- ve a dormir. Haré mi guardia desde aquí.
- Sabes que me iré- asintió- no quiero que vengas conmigo.
Entonces me abrazó.
Los dos días siguientes estuvo a mi lado a cada instante. Dejó de importarle lo que su gente pensara y me hablaba aunque estuviéramos acompañados. Unas veces me explicaba rituales, otras recordando momento que su memoria traía. Me pidió que en las tardes lo acompañara al campo de práctica. Era asombroso ver a cada uno de ellos sin límites por mi presencia, unos eran muy fuertes, otros muy rápidos, pero él era más especial, lo vi convertirse en un Gavilán al amparo de un rápido destello y lanzarse sobre su presa, otro hombre que le arrojaban una lanza, para caer de pie sobre él sin ser herido.
Me asusté varias veces, pero él insistía en que eran ejercicios de rutina.
Al final de la segunda tarde me tomó de la mano de camino hacia mi cabaña. No me resistí. Sabíamos que todos nos observaban. Igual a la mañana siguiente partiría. Caminamos despacio como si con eso alargáramos el tiempo. Al llegar a la puerta se detuvo, me dio un beso en la frente e inclinando su rostro me dio la espalda para marcharse.
- ¿No entrarás hoy?
- Hasta hoy estás conmigo, mañana ya no. Es mejor así- él estaba triste y eso ahuecó mi corazón.