Pares y Nones

Culpa

04/agosto/2016
(el día en que desperté)

A lo lejos, 
alcancé a escuchar las ruedas de un carrito
que avanzaba por el corredor
y algo que parecían ser cadenas arrastrándose por el suelo.
Mi padre me había contado tantas leyendas urbanas;
que me hicieron sentir el doble de miedo.

Abrí los ojos lentamente; tenía unas cuantas lagunas mentales que brotaban sin cesar, antes de aclarar mis sentimientos de cansancio, sed, hambre y dolor; mucho dolor. Había un suplicio que martirizaba mi hombro izquierdo, por lo que intenté tentarlo para calmar un poco el malestar. Mientras trataba de incorporarme en la cama, un agudo dolor se presentó en mi pierna derecha. ¿Qué estaba pasando...? Entre más veces parpadeaba, mayor era la molestia punzante que se extendía por todo mi cuerpo. Llegó un punto en el que me convencí de que no había un solo sitio en  mis 168 centímetros que no me quisiera hacer aventarme de un octavo piso.

—Hija—murmuró con felicidad y asombro, mi papá.

Me sentí confundida de estarlo viendo. Al principio me costó trabajo poder enfocarlo como mi progenitor dado que la última vez que lo tuve frente a mis ojos, se veía tan joven como siempre. Espera, ¿cuándo lo vi por última vez? ¿Esta mañana en el desayuno? No, ¿Ayer, cuando regresó del trabajo? Tampoco... Luché por hacer memoria, mas fue como si la imagen se tornara ruidosa cuando intenté rebobinar la última ocasión en la cual estuve con él.

¿Tan siquiera podía recordar cómo iba vestido? Después de un momento, finalicé con algo de inseguridad: sí debía llevar un traje formal y la barba bien cuidada como siempre, pero esas eran cosas ya no se veían por ninguna parte, debido a que vestía una camisa de algodón color gris y unos pantalones para hacer ejercicio. Sin mencionar que la barba prolija de antaño en ese momento se encontraba bastante descuidada y con motas de canas por diversos lugares de esta. Era como si de pronto hubiera envejecido diez años en un abrir y cerrar de ojos.

¿Qué fue lo que sucedió?

Desvié la mirada, encontrando diversos aparatos, un sofá que parecía no ser muy cómodo, un ventanal gigantesco a un costado de donde me encontraba y... Sueros que colgaban de un perchero de metal. ¡Estaba en el hospital!

Por un momento, al ver a mi padre tan acabado y encontrarme despertando en un hospital, casi sin noción de lo que había ocurrido para encontrarme allí, me sentí como en una de esas películas donde el desdichado protagonista se despertaba, y había olvidado hasta su nombre... Me quedé helada un segundo: ¿Cómo me llamaba?

Katherine Mares, claro. ¿Qué edad tenía? 17. Perfecto, todo estaba en su lugar hasta ese momento.

Entonces, me quedé pensando. ¿Qué día era...? ¿Quizá jueves? Intenté concentrarme en recuperar el día anterior, tal vez a alguien diciendo un chiste como "miércoles, ni te cases ni te embarques" pero me encontré con una oscuridad total que solo causó que el miedo comenzara a viajar por los vellos erizados de mis piernas.

— ¿Quieres agua? —preguntó mientras me tendía una pajilla. Sus ojos se detuvieron en los míos y no pude evitar cierta culpa atorada en mi pecho. Ni siquiera entendía la razón por la que la tenía, pero allí estaba: ocupando un espacio gigantesco en el que ahora solo hay un hueco.

— ¡Se ha despertado! —oí una voz externa que no alcancé a identificar con rapidez.

Entró alguien a la habitación bruscamente y echó a mi familia. Mi vista iba de un lado a otro sin entender muy bien, ¿cómo había llegado a esa cama de hospital y qué fue lo último que había ocurrido? Yo solo quería respuestas pero ni siquiera era capaz de articular palabra.

¿Realmente podía hablar? Me sorprendí a mí misma buscando algo para decir y cuando lo conseguí, sentí la lengua pesada; como si no la hubiera movido en mucho tiempo y me hubiera desacostumbrado a su peso habitual. Suena loco, ¿no? Desacostumbrada al peso de mi propia lengua...

—Katherine —me llamó un hombre, era bajito y mantenía el entrecejo arrugado. Le di una mirada larga, esperando a que dijera algo más—. ¿Cómo estás? —interrogó mientras yo intenté encogerme de hombros, no obstante, el dolor me recordó inmediatamente que no debía hacer eso a menos que fuera masoquista (cosa que no era).

A decir verdad, me dolía todo el cuerpo. Me sentía pesada, así como cuando me desvelaba y al día siguiente me dolía todo y solo tenía ganas de dormir, con la diferencia que ya no quería dormir pues tenía la impresión de haber hibernado en lugar de haber tomado una siesta.

—Soy el agente Vekho, mucho gusto —comentó, estirando la mano para poder estrecharla con la mía, mas me limité a observarla unos segundos y regresar los ojos a los suyos.

No es que quisiera ser descortés, pero los movimientos no me salían. Comparé mis articulaciones con las de algún objeto oxidado que ya no puede realizar su función correctamente dado que me costaba muchísimo mandar la señal de mi cerebro a mis extremidades para que se movieran. Además de, ¿quién era él?

—Bueno, quisiera hacerte un par de preguntas, si no te molesta. —continuó hablando.

Finalmente y con movimientos lentos, asentí tragando saliva, aunque mi garganta se sentía rasposa; como si hubiera estado a punto de ahogarme en el mar, como si la salinidad del agua se hubiese incrustado en mi faringe y se hubiera quedado ahí por un largo rato, haciendo de eso una especie de secuela en mi garganta.

—Desearía poder beber agua —me escuché pedir en un susurro al cabo de un rato; un susurro tan leve que hasta yo batallé para entender. Sin embargo, el hombre asintió. ¿Cómo me entendió? Ni yo lo sé, tal vez solo dirigió sus ojos hacia donde yo estaba viendo y decidió complacerme, aunque fuera por una vez.

—Por supuesto —respondió, tendiéndome el vaso que mi padre me enseñó hacía poco.




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