Pares y Nones

Una rueda de la fortuna

¿?/ ¿?/2016

Fui balanceada de atrás hacia adelante hasta que la velocidad
fue aumentada y mi cuerpo comenzó a caer.
Deseé gritar y poder cerrar los ojos más de lo que estaban.
Necesitaba abanicar brazos y piernas, 
¡quería intentar salvarme! 
pero; al final de toda la lucha que realicé,
un grito estrepitosamente fuerte salió despedido. 
Fallé.

Era como si después de esa noche —en la que yo juraba que me habían disparado en el pecho —el terror no me abandonara durante las 24 horas de los siete días de la semana. Incluso ahí, sentada en la cama del hospital al cual fui ingresada tras ser rescatada del poder de varias personas a las cuales no recordaba; podía oler, sentir, saborear y ver el miedo que irradiaba mi ser.

Estaba despierta dos horas, me dormían durante cinco, despertaba veinte minutos, me dormían una vida. Ya me había cansado de mantenerme acostada y en descanso. No podía esperar por salir, pero a la vez sentía que era peligroso volver.

¿Qué se hacía en esos casos? ¿Qué tenía que hacer para que me dejaran ser yo misma de nuevo? El tiempo que podía tener los ojos abiertos, no me tenían permitido salir a otro baño que no fuera el de la habitación. Estaba prohibido encender la televisión, tomar cualquier celular o hablar con ningún desconocido. "¿De qué me están cuidando?", me pregunté un millón de veces. Sentía que sabía la respuesta, pero por algún motivo mi cerebro la bloqueaba, o eso dijo la doctora que solía atenderme.

Entre sueños, pude haber escuchado como ella le decía a mis padres que no recordaba muchas cosas dado el trauma que viví, entonces yo me preguntaba nuevamente: "¿Qué trauma?"

Nadie hablaba mucho acerca de eso, por no decir que nadie mencionaba si quiera el tema. Supe lo estrictamente necesario: que fui secuestrada junto con mi hermano menor, el día 2 de febrero del 2016. Que nos atracaron en la carretera y desde entonces, hasta el día en que me encontraron en otro país, casi cinco meses después, no volvieron a saber de ninguno de nosotros.

La interrogante que más me hacía a mí misma era: ¿Ellos me están sobreprotegiendo o soy yo la que no quiere saber absolutamente nada del mundo exterior a estas blanquecinas paredes?

Había tantas cuestiones sin responder en mi cabeza —y seguramente en la del detective y la de mi familia también —que me frustraba no poder hacer algo al respecto.

¡Maldición! ¿Por qué?, ¿por qué a nosotros?

— Katherine —me llamó mi madre. — Levántate, vamos a bañarte.

Con el poco tiempo que llevaba ahí, aprendí a bajarme de la cama sin ayuda ni tanto dolor en mi pierna, mi brazo o cualquier otra extremidad dañada durante mi cautiverio.

Por lo que vi por mí misma y algunas cosas que mencionó el equipo del hospital, llegué con una herida de bala en mi pierna derecha, así como un esguince en mi hombro izquierdo, un montón de moretones y marcas —algunas más recientes que otras —de cigarrillo por todo mi cuerpo, profundas cortadas en los tobillos, un par de puñaladas y, ¿cómo olvidarlo? Sin el dedo pulgar de mi pie izquierdo.

Mi mente era un gran contenedor de basura al que apenas le estaba poniendo orden.

Tomé la barandilla de seguridad de la cama, para con su ayuda deslizarme a la orilla. Desbloqueé el seguro y la baranda bajó, con el pie derecho pateé el banquillo, me apoyé en el suelo y con cuidado, coloqué la otra pierna a un costado de la primera. A penas puse ambos pies sobre el suelo, dejé caer la mayor parte de mi cuerpo sobre la silla de ruedas que mantenían a un lado de mi cama dado que como mencioné, tenía profundas cortadas en mis tobillos que me dificultaban demasiado la tarea de caminar, además claro, de la herida de bala que aunque ya estaba bastante recuperada, aún dolía con algunos movimientos.

El hecho de ver mis pies desnudos todos los días, me provocaba un escalofrío que bajaba por toda mi espina dorsal. No logré terminar de asimilar durante mucho tiempo que en total tuviera 19 dedos en lugar de veinte.

"¿Por qué estaba tan calmada?" me preguntaba muy seguido cuando veía mis pies desnudos. Hasta mucho después supe que era normal que me mantuviera de ese modo gracias al estado de shock, el mismo que causó que los doctores ni yo nos diéramos cuenta de que tenía la nariz rota hasta mucho después, cuando ya estaba en el proceso de drenar todo el estrés de mi cuerpo. En su momento estaba casi segura que si otra persona se despertara un día y le faltara un dedo, armaría un alboroto del tamaño de América, mas yo me encontraba únicamente viendo el vacío estacionamiento desde la ventana de mi habitación, preguntándome cosas tan absurdas que le darían risa a cualquier otra persona.

Es verdad, dicen que después de haber vivido un suceso fuerte estás marcada, mas yo no estaba solamente "marcada", me encontraba acabada de cierta manera.

Incluso ahí, con el supuesto apoyo que recibía de parte de todos, me sentía sola. La soledad que me embargaba era tan indescriptible, que con el hecho de mirar por el gran ventanal, las personas se daban cuenta claramente que no me sentía bien. No sabía si algo físicamente cambió en mí, pero todos los que fueron a visitarme se percataron de "la mirada vacía" con la que observaba todo. También mencionaban mucho el hecho de que prefería quedarme callada a seguirles las conversaciones, así como solía hacer antes del rapto. Me invitaban a participar en sus jugosas charlas, mas a mí me parecía muchísimo más interesante el color blanco del techo junto con sus grietas. "¿Qué historia contarán todas esas líneas sobre el techo? ¿Qué historias podría contar la alcoba en la que me encuentro ahora mismo?" me preguntaba constantemente, y así me entretenía: jugando a inventarme historias de todo lo que se me cruzara.




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