Parfum

Capítulo 1

Oh, maldita sea, sigo viva

 

Respiro hondamente y tomo el valor suficiente para preguntar lo que hace tiempo quiero saber:

Abuelita, ¿para qué son esos de colores? inquiero estirando mis manitos para tocarlos.

Mi abuela se posiciona frente a la mesa y sonríe ante mi curiosidad.

¿Ves este, Emma? Asiento para que sepa que la estoy escuchando atentamente. Con este puedes alejar cualquier enfermedad, y con este añade dejando el frasco rojo sobre la mesa y tomando uno rosa, con este puedes encontrar el amor de un hombre bueno, hija.

¿Y yo para qué quiero eso, abuelita? respondo buscando otra cosa que llame mi atención.

Cuando seas grande, entenderás, mientras tanto, usemos este susurra tomando el frasco amarillo.

¿Y ese para qué es? indago en cuanto las primeras gotas del perfume llegan a mi piel.

Este es para que, cuando lo necesites..., pueda abrazarte asegura antes de arrodillarse ante mí para estar a mi altura y darme un abrazo.

El cariño se expande por mi cuerpo, chispas de felicidad inundan mi alma y sus brazos me aseguran que, pase lo que pase, todo estará bien.

 

La alarma suena, genial, otro día de mierda. Inspiro hondamente y reúno el valor que me dio ese abrazo, los malos días siempre inician con ese sueño. Es bastante contraproducente si te pones a pensarlo, ya abro los ojos predispuesta a que todo salga mal y así es como finalmente salen las cosas. Me niego a seguir con esta rutina, hoy cambiaré mi destino. Primero me levanto empujando las sábanas de mi cuerpo, no planeo quedarme en ellas odiando mi vida. Tomo el celular e ignoro los mensajes, no quiero a nadie con malas noticias llamando a estas horas. Busco rápidamente la playlist con la música más alegre que tengo e inicio la reproducción. Las notas comienzan suaves y luego se vuelven enérgicas, insistentes y motivadoras.

«No te ahogues en llanto, ven y baila con nosotras», parecen gritar. Así lo hago, vestida solo con una remera y un calzón lo suficientemente feo como para ahuyentar incluso al hombre más enamorado.

Minutos después inicio mi día, tomo un café frío y de gusto aguado, debo recordar arreglar esa maldita cafetera.

—¡No! —me recuerdo—, hoy no —insisto alejando cualquier rastro de ceño fruncido de mi expresión y vuelvo a sonreír agradeciendo que al menos tengo café.

Mastico un trocito de pan y me sorprendo de lo duro que está.

—Mierda, olvidé guardarlo anoche. —Suspiro pesadamente y añado—: No está duro, está crujiente, no está duro, está crujiente —me repito una y otra vez.

Dejo el pan incomible en la mesada junto al café a medio tomar y una idea un tanto extraña viene a mi mente: ¿y si lo mojo con el café? Tomo el pan y lo sumerjo en el líquido sin sabor, lo remuevo un poco con una cuchara y doy el primer bocado... que rápidamente vuelvo a escupir en la taza.

—¡No!, pésima idea —confirmo arrugando la nariz.

Finalmente me doy por vencida, ¿será por este horrible desayuno que mi abuela me abrazó en sueños? Sé que seguramente este no es el motivo, pero me engaño por unos segundos para permitirme pensar en que lo malo de este día ya pasó.

Camino pausadamente hacia el baño, cepillo mis dientes enérgicamente para deshacerme de ese gusto asqueroso, lavo mi rostro y me visto para ir a la oficina... La que está en la otra habitación. Abro la puerta, enciendo la laptop y finalmente comienzo a escuchar cada uno de los mensajes dejados por mis clientes. Cambios en portadas, en maquetación e incluso en textos que ya corregí, pero que ellos decidieron modificar; nada fuera de lo normal.

Enciendo los auriculares bluetooth y comienzo a trabajar ignorando todo a mi alrededor.

 

҉

 

A través de la música me llegan los golpes, por Dios, ¿alguna vez podré trabajar en paz? Separo un poco los auriculares de mi oído derecho y compruebo que no estaba equivocada: hay alguien en la puerta. Inspiro, reúno la suficiente calma y me levanto a atender.

—¿Quién es? —inquiero incluso antes de llegar a la puerta.

—Correo —responde una voz masculina.

Nunca vienen temprano y hoy, justamente hoy, vienen a incordiar. Abro la puerta y me topo con la cara de Nicolás.

—Hola, Emma, nos tocó un día precioso, ¿no? —dice sosteniendo un paquete con la mano derecha.

Como no obtiene respuesta me entrega la planilla y guarda silencio, que sea el cartero asignado a esta área y que nos veamos con relativa frecuencia, no quiere decir que seamos amigos. Le entrego la planilla, le arrebato el paquete y cierro la puerta.




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