Parfum

Capítulo 9

Solo olvida que esto sucedió

 

—Lo siento, debo irme —susurro incorporándome luego de tomarme unos minutos para pensar en todo esto con claridad.

—Uuhhmm, ¿hice algo mal? —pregunta cargando con el peso de toda mi estupidez.

—No, no, es solo que debería estar trabajando —miento esperando convencerlo, me levanto de la cama y comienzo a buscar mi ropa en el suelo.

—Comprendo, no tienes que mentirme para no dañar mi ego de macho alfa, entenderé si esto fue mejor para mí, de lo que fue para ti —insiste dándose cuenta de mi treta.

—No, créeme que fuiste maravilloso, es solo que esto no debería haber sucedido. Yo no soy así, apenas te conozco y... ¡Oh, por Dios, ni siquiera nos cuidamos! —exclamo ante la idiotez de mi calentura.

—Tranquila, no tienes nada a lo que temer, no estoy enfermo... —comienza a decir intentando calmarme.

—No es solo eso... Es mejor que me vaya —insisto poniéndome el pantalón y la remera de cualquier forma.

Salgo de la habitación dejándolo entre sábanas revueltas, lo escucho levantarse y luchar por entrar en la ropa rápidamente. Tomo mi bolso y salgo antes de que lo consiga, hago señales a un taxi que viene a unas casas de distancia y me subo en cuanto él sale por la puerta vestido solo con un pantalón. Me apuro en darle la dirección, el taxista al notar la urgencia en mi voz da marcha al auto rápidamente dejando a Dante con la mano extendida dispuesto a abrir la puerta.

Nunca más lo volveré a ver, un hombre que hace el amor entregando su alma en cada beso no merece ser engañado de esta forma. Yo no soy ni de cerca lo que él desea, lo que él merece, y debo vivir con eso.

 

҉

 

Mis fantasías no han cesado, cada vez que pienso en él vuelvo a revivir cada caricia que me dio y mi cuerpo clama volver a verlo. Puede que desarrollara algún tipo de interés especial hacia su persona, pero siempre debo repetirme que aquello que sus besos me dieron no era amor, era producto de aquel fármaco que tienen esos perfumes.

Los días pasan lentos si cuento los segundos deseando verlo y si bien puedo utilizar aquella fragancia que me ayuda a pensar con claridad, no creo que sea buena idea abusar de ella, tomo el celular y llamo a Belén buscando una salida rápida.

Aún no le he contado lo que sucedió, luego de pasar un par de días con los pelos de punta debido a la posibilidad de un embarazo, el anticonceptivo de emergencia cumplió con su cometido limpiando mi cuerpo de cualquier rastro de aquella pésima idea.

El tono de espera suena varias veces antes de que mi amiga conteste.

—¡Ey! Ya me preocupaba que estuvieses enferma —exclama en cuanto atiende.

—Fueron días... complicados —comento sin querer entrar en detalles.

—¿Tu pollito no te ha dejado respirar? Ya sabía yo que estarías en alguna clase de retiro sexual reparador —dice sin estar al tanto de lo ocurrido.

—De hecho decidí no volver a verlo, no tenemos nada en común —miento esperando sonar convincente.

—¿Emma, está todo bien? —inquiere cautelosa.

—Sí, te juro que fue la peor cita del mundo, hablamos dos veces del clima... y eso fue todo.

—¡Qué horror! Es lo malo de salir con menores, nunca sabes de qué diablos hablan —comenta despreocupadamente, gracias al cielo no siguió indagando.

—¡Exacto! —exclamo dando por cerrado el tema—. Quería preguntarte si estarás libre este finde, quizá para ir a tomar algo por ahí... —propongo esperando que acepte y me arrastre en una seguidilla de tragos que me borre a Dante de la mente.

—Claro, siempre contarás conmigo si hay tragos involucrados, ¿qué tienes en mente? —pregunta feliz, aunque su voz se ve eclipsada por unos golpes en la puerta.

—Aguarda, hay alguien tocando —digo levantándome de la silla giratoria.

—Dale, arreglamos por mensajes, besitos —responde dando por finalizada la llamada.

—¡Ya voy! —grito ante la insistencia de los golpes.

Despeinada y vestida cómodamente, abro la puerta dispuesta a enviar a la mierda a quien esté del otro lado si intenta venderme algo.

En cuanto lo hago me topo con un joven repartidor que me mira horrorizado. «Sí, no es una buena semana, amigo», le digo mentalmente.

—Paquete para Emma —dice buscando dentro de su mochila.

—No pedí nada —replico esperando conocer los detalles de la entrega.

—Yo solo entrego, no hago preguntas —responde extendiendo el paquete hacia mí.

Lo tomo y él solamente se da la vuelta y se aleja. Cierro la puerta, enciendo las luces y busco con qué abrir la pequeña caja. Por fuera no cuenta con ninguna etiqueta que me revele el remitente o el contenido.

En cuanto la abro descubro dentro una tarjeta entre pétalos de rosas rojas y blancas.

 

Emma:




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