Parfum

Capítulo 12

De ángel a delincuente

 

—¡No le hagas daño! —exclama abandonando a su paciente e interponiéndose entre el tipo armado y yo con un bisturí en la mano derecha.

—Vuelva a su trabajo, Doc —masculla el otro sin darse por vencido.

—Lo haré cuando ella esté segura —insiste sin reflejar el menor rastro de duda en su voz.

La bocina del taxi reclama mi vuelta, ambos se miran fijamente, Dante vuelve a su trabajo y finalmente el tipo armado rompe el silencio:

—Espero que tu noviecita sepa mantener la boca cerrada. —Me toma del brazo y me lleva hasta el living—. Esto es lo que haremos, irás afuera y le dirás que ya no necesitas de su servicio, le pagarás y volverás aquí adentro. Sin estupideces o él responderá por tus actos.

Me suelta, mete la mano izquierda en el bolsillo y me entrega unos cuantos billetes arrugados sin dejar de apuntarme con el arma.

—Sin estupideces —repite dejándome frente a la puerta.

Camino hasta el taxi rogando que las piernas no me fallen, en cuanto llego golpeo suavemente la ventana y el taxista me abre la puerta.

—Disculpe, creo que mejor me quedaré —digo extendiendo el dinero hacia él.

—¿Está bien, señorita? —pregunta genuinamente preocupado.

—Sí, lo siento, es que mi novio se comenzó a sentir mal y creo que es mejor que me quede. Gracias por su interés.

Me mantiene la mirada un momento que me parece eterno y luego comienza a buscar el cambio, me lo entrega e inicio mi vuelta a la casa. Poco a poco escucho cómo se aleja la única posibilidad de huir.

—Hiciste bien —dice el tipo en cuanto entro—, ahora vamos para allá hasta que termine —señala el pasillo con el arma y cada célula de mi cuerpo tiembla.

Camino arrastrando los pasos, abre la puerta del estudio y me señala dentro. Suelto el aire contenido, pensé que me dirigía a la habitación, entro y me alejo lo más posible de él.

—Te vas a quedar aquí calladita hasta que el Doc termine su trabajo y después veremos qué sucede.

Cierra la puerta y escucho cómo la llave gira dejándome encerrada. Una preciosa biblioteca conforma las paredes, no hay ninguna ventana por la cual escapar, comienzo a recorrer los títulos con la vista intentando concentrarme en cualquier cosa y calmarme, poco a poco me acerco al escritorio. Quizá en él haya una copia de la llave o algo que utilizar en caso de tener que defenderme. Una pequeña estatua de bronce sobre él llama mi atención, la tomo y calculo mentalmente si tendrá el peso necesario como para hacer daño, pero rápidamente se ve eclipsada por la visión de una carpeta azul abierta: una foto mía está unida con un clip a una hoja que incluye datos como dirección, nombres de mis padres, número de teléfono e incluso factor sanguíneo.

El corazón me late en el pecho, aparto suavemente la primera página y veo el obituario de mis padres impreso. ¿Quién mierda es Dante? Mi cerebro entra en estado crítico, debe haber una respuesta racional y nada enferma para esto.

¿Por qué tendría esos papeles? ¿A caso estuvo investigándome? «Quizá fue para devolverme el bolso», justifico aferrándome inútilmente a esta nueva ilusión. Él dijo que lo encontró el mismo día que nos cruzamos en la ciclovía, no hubiese tenido ni siquiera tiempo de comenzar a buscar cómo devolverlo. Y de pronto nada parece una coincidencia, después de todo, ¿cuántas posibilidades había de que estuviese en el mismo lugar a la misma hora?

Camino por la habitación respirando hondamente, intento calmarme para pensar con claridad. Cuando logro serenarme un poco sigo con mi búsqueda, abro cajones y revuelvo todo. Varios recortes de diarios llaman mi atención, tomo uno de ellos y lo leo pausadamente, al menos lo sucedido con su hermana sí es cierto. Casi todos son así, menos uno que relata el asesinato de un joven.

—«El causante de mi tortura finalmente desterrado» —cito recordando sus palabras.

La cerradura suena en ese momento y la puerta comienza a abrirse, la mirada de Dante se encuentra con la mía.

—Creo que tenemos que hablar —dice entrando en la habitación.

Suelto el recorte, tomo la pequeña escultura y me pego contra la biblioteca con la mano en alto, dispuesta a lanzársela en caso de ser necesario.

—No sabes lo mucho que me duele que me temas —susurra frenando su avance.

—¿Quién mierda eres? —espeto sintiéndome engañada.

—Esto va a ser algo largo, ¿quieres bajar el brazo? —Niego con la cabeza—. Ok, pero no me llames si te da un calambre —bromea buscando relajar el ambiente.

—¿Qué está pasando? ¿Por qué hay un tipo ensangrentado y otro con un arma en tu cocina?

Camina hasta una de las paredes y allí recarga su peso contra los libros, inspira hondamente y dice:

—Cuando murió mi hermana lo perdí todo, ya no me sentía vivo, comencé a beber y luego eso no fue suficiente. Las drogas resultaron por un tiempo, me alejaban de la realidad y me dejaban descansar un poco de toda la mierda que era saber que quien lo hizo seguía en libertad. Pero comencé a hacer mal mi trabajo debido a estos excesos y mi licencia fue revocada, otro motivo para seguir mi descenso en picada. Cuando ya no tuve dinero comencé a vender todo lo que tenía para poder mantener mis adicciones, fue entonces cuando conocí a Iván. El trato era simple: yo ayudaba a sus muchachos cuando resultaran heridos y él me pagaba con drogas. La primera vez que lo hice mis manos temblaban tanto debido a la abstinencia que hice un puto desastre, por suerte todo salió bien y el tipo siguió vivo, aunque con una horrible cicatriz que tranquilamente se pudo haber evitado. Encargo tras encargo, nos volvimos más cercanos hasta que finalmente le conté qué fue lo que gatilló mi descenso.




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