Negociando con el diablo
—Como ya te dije, Iván, no creo que sea un riesgo —repite manteniendo la calma de manera extraordinaria—. Tranquilo, puedo manejarlo... No, yo no jodí nada, fue ese estúpido de Luis que sacó el arma y la asustó, si no lo hubiese hecho podría haberla convencido de que un vecino tuvo un accidente. Sí, ya aseguré su silencio con dinero, no veo la necesidad de hacer otra cosa —insiste poniendo sus dedos en el puente de la nariz, está demasiado cansado—. Ok, adiós.
—¿Y bien? —pregunto con un nudo en el pecho, esperando que la negociación por mi seguridad haya terminado.
—Bueno, malas noticias no son, pero tampoco son buenas —comienza pasándose la mano nerviosamente por el cabello para acabar en la nuca—. En primer lugar, dice que no te harán nada, lo cual es bueno porque le creo, pero en caso de que se te dé por acudir a la policía quiere que te recuerde que sabe dónde vives y que no hay nadie que te extrañe o haga demasiado ruido en caso de que desaparezcas, lo cual es malo y también le creo. Es una situación complicada...
—¿Complicada? ¡Me acaban de amenazar de muerte, maldita sea! —exclamo al borde de la histeria—. Ojalá nunca te hubiese conocido —digo volviendo a soltar lágrimas amargas.
—Si no me hubieses conocido, quizá ya estarías muerta —señala dejándome ver lo herido que se siente por mi comentario.
Nos quedamos en silencio, ambos somos demasiado orgullosos como para admitir que el otro está en lo correcto. Si no lo hubiese conocido, quizá no estaría viva, pero de estarlo no me vería involucrada en esta situación.
—Creo que es mejor que por esta noche te quedes aquí, estoy seguro de que no intentarán nada, pero por si acaso... —propone sentándose a mi lado en el sofá.
—¡¿Por si acaso qué?! —inquiero más enojada que temerosa.
—Estoy corriendo el mismo peligro que tú, ahora él sabe que no eres descartable para mí, que encontró algo más con lo que obligarme a hacer lo que guste. Ódiame todo lo que quieras, lo entiendo, pero por favor déjame mantenerte a salvo —suplica desesperado.
—Creo que necesito tomar un baño —susurro luego de un rato—, y no soy la única que debería bañarse —añado señalándole las manchas de sangre en su cuerpo.
—Pero no juntos, pervertida —bromea abrazándome.
Dejo que sus brazos me rodeen, a pesar de haber sido él quien me metió en esto, me dan una seguridad que aún no logro explicar.
—Ve, ahora te alcanzo ropa, yo debo terminar de limpiar —dice luego de apartarme de su pecho.
Camino cabizbaja, miro la puerta de entrada y tomo el camino contrario, escapar definitivamente no es opción, estoy totalmente convencida de que me encuentro más segura aquí que en casa. A paso lento me introduzco en el baño, cargo la bañera hasta el máximo mientras me desvisto y me sumerjo en ella. El agua caliente siempre me ayudó a pensar, contengo la respiración y me olvido del mundo en un reino acuático, al menos hasta que mis pulmones exigen aire fresco.
Luego de unos minutos se oyen dos golpecitos suaves en la puerta, Dante entra con una perfecta muda de ropa en sus manos a modo de ofrenda de paz. La deja sobre el pequeño mueble negro que está al lado del lavabo y se sienta junto a la bañera, apoyando la espalda en la pared. No se justifica ni intenta convencerme de que lo perdone, de que lo ame, como pensé que haría.
Con la mirada puesta en un punto indefinido, golpea su cabeza repetidamente contra la pared mientras las lágrimas comienzan a correr. Temiendo que se haga daño, interpongo mi mano entre su cabeza y el muro, ganándome un golpe más fuerte de lo que imaginaba. Rápidamente fija su vista en mí, captando mi mueca de dolor.
—¡Mierda! ¿Por qué hiciste eso? —inquiere preocupado.
—No toques, duele —gimoteo en cuanto hace amago de tomar mi mano, la meto bajo el agua y siento cómo el dolor poco a poco comienza a desaparecer.
—Lo siento, siempre arruino todo —susurra apoyando la frente en sus rodillas.
Aquí está, un hombre adulto llorando como un niño, dispuesto a hacerse daño para castigar su estupidez. Acaricio su cabello ignorando el dolor, el agua resbala de mis dedos a su cabeza.
—Lo siento —vuelve a repetir alzando la mirada.
Acaricio su frente limpiando unas gotas de sangre, no hace falta decir nada. Tomo su rostro con ambas manos y lo beso, no sé a dónde nos lleve todo esto, pero sí sé que mientras esté a su lado hará lo que sea por protegerme; eso es algo que solo tuve una vez y lo perdí en un accidente de auto hace muchos años.
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Editado: 26.01.2023