Parfum

Capítulo 15

Mi novio, el delincuente cirujano

 

—Es aquí —digo en cuanto veo mi casa.

—Lo sé, ¿recuerdas? —inquiere divertido.

Solo me limito a asentir nerviosa, que haya estado siguiéndome y que mandara a alguien a conseguir información sobre mí es algo que aún me produce rechazo.

—Lo siento, sé que no es gracioso, perdona —se disculpa frenando y permitiéndome bajar de la bicicleta.

—Sí lo fue, solo que de momento no soy capaz de notarlo —justifico volviendo a ver en él un hombre con el cual tener un romance.

Se baja de la bicicleta y la lleva a un lado mientras avanzamos hacia la puerta, no puedo dejar de mirarlo embobada, cada gesto, cada pequeño movimiento que hace, llama mi atención. Pareciera que es él quien está utilizando un perfume con algún hechizo gitano.

Intento apartar la mirada de sus labios, ya que lo único que hace es que desee besarlo, y miro al frente justo a tiempo para evitar colisionar con Nicolás.

—¡Hola, Emma! —saluda alegremente antes de cambiar de semblante al notar que esta vez estoy acompañada.

—¡Hola! ¿Traes algo más? —indago queriendo deshacerme lo antes posible de él.

—¿Eh? Uuhmm, sí, sí, lo siento. Tengo una carta, dame un minuto —pide comenzando a revisar su morral—, la guardé pensando que no estabas.

—No hay problema —contesto aunque la impaciencia me carcome por dentro.

—Aquí está —dice entregándome un sobre.

—¡Muchas gracias, Nicolás! —exclamo dando por finalizado el encuentro.

—Siempre es un gusto verte, Emma, adiós —responde comenzando a alejarse—... Oh, y adiós a tu amigo también —añade un par de pasos después.
—Novio —aclara Dante prácticamente gruñendo.

Lo miro anonadada sin poder ocultar mi sorpresa.

—Disculpa, ¿cómo? —inquiere Nicolás.

—Soy su novio —insiste mirándolo como si quisiera arrancarle un trozo del cuello con los dientes.

—Como sea —contesta Nicolás sin tomarse esto en serio.

Sacude la mano alegremente y se va negando con la cabeza sin poder creer lo sucedido. Miro a Dante esperando una explicación para su exabrupto.

—Cuido lo que es mío —se limita a decir.

—¿Y cuándo me pediste que sea tu novia?

—Anoche, pero creo que fue mientras estabas gimiendo, quizá por eso no me escuchaste —señala sin poder mantenerse serio.

—Mi novio, el delincuente —apunto abriendo la puerta.

Él deja la bicicleta a un lado, se acerca a mí y mirándome a los ojos responde:

—Tu novio, el cirujano de delincuentes, querrás decir —corrige antes de besarme.

El calor que recorre mi cuerpo cada vez que sus labios acarician los míos es algo que no había sentido antes, supera por mucho el aguijoneo de la lujuria, es algo que se siente más profundo, como si se fuera mi alma en esos besos.

Desafortunadamente nunca duran lo suficiente como para llegar a profundizar en lo que se esconde en ellos, él se aparta dejándome con los ojos cerrados deseando un segundo más de contacto. Entra en mi hogar y comienza a pasearse de aquí para allá, como si tuviese pleno derecho de fisgonear donde guste.

—Todo se ve relativamente tranquilo —dice luego de un rato.

—¿No debería ser así? —pregunto más que nada por reflejo, porque la verdad no deseo conocer la respuesta.

—Por supuesto que sí, lo siento, no quise preocuparte —se disculpa al notar el temor en mi rostro—. Ahora bien, todo parece estar normal aquí, pero quizá no sea así en tu habitación —comenta pícaramente—, deberás mostrarme todo, incluso lo que hay en el cajón de lencería.

—Por supuesto, no sea cosa de que los malandros se hayan ido con mis ligueros —contesto con sorna.

—Quizá si te los viera puestos podría identificarlos si llegara a suceder —asegura acercándose a mí nuevamente, me toma por la cintura y me recuerda a besos lo perdida que estoy.

—Es por aquí —susurro tomándolo de una mano y guiándolo directamente hacia la cama.

 

҉

 

Respiro pesadamente mientras me estiro bajo las sábanas, reacomodo mi cuerpo y me abrazo a él. Nunca había traído a nadie aquí, luego de que todo terminó con Matías decidí que era tiempo de tener un lugar al cual llamar hogar y del que ningún hombre pueda echarme. Fue difícil dejar el apartamento que alquilaba, después de todo pasé todos mis veintes allí y la mayoría de mis treintas, pero ya no podía soportar ver el sitio. Por más que me deshice de la cama donde lo descubrí con ella, ya no podía, era todo: la puerta, el piso, las paredes... Todo estaba impregnado con el recuerdo de su traición. Así que cerré los ojos y luego de conseguir un préstamo compré esta casa, me había jurado que no traería a nadie aquí, que no generaría recuerdos que puedan obligarme a huir nuevamente, pero acabo de fallar a mi palabra.




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