Parfum

Capítulo 16

Un poco de contexto

 

—A ver, ¿entonces el tipo este te salvó del pollito? —vuelve a preguntar Belén dándole un nuevo sorbo al café.

—Sí, la verdad es que no supe mucho de lo que pasó entre ellos porque me desmayé, la cuestión es que cuando me desperté estaba en su casa y se aseguró de que estuviese bien.

—¿Por qué no llamó a la policía? —indaga tocando un hilo sensible.

—Pensó que era menor, o sea el barman, no yo —aclaro ante su mirada incrédula.

—Claro, de haber sido menor, sería un lío terrible que lo haya golpeado... En fin, ¡wow! Es como si al final el destino se hubiese encargado de enviarte al tipo correcto en el momento correcto —añade con una sonrisa satisfecha.

—No te emociones, no es algo formal, no todavía —apunto esperando que lo entienda.

—Ay, por favor, el tipo tiene tu edad, está muy bueno y encima te salvó, ¿por qué no? —insiste sin poder creer que no aproveche el boleto ganador.

—No lo sé, no quiero ilusionarme tan rápido, no luego de...

—Lo de Matías pasó hace mucho, Emma, es momento de que sigas adelante y sueltes esos recuerdos que tanto daño te hacen —responde sabiendo por dónde estaba yendo—. Permítete ser feliz nuevamente.

Le sonrío y me llevo la taza a la boca para evitar seguir hablando, no quiero que mis preocupaciones lleguen a sus oídos, creo que ya debe estar harta de escucharme lloriquear.

—¿Y de qué trabaja? —inquiere haciéndome ahogar con el café—. ¿Estás bien?

—Sí, sí, es solo que aspiré cuando estaba tragando —miento dejando la taza en la mesa.

—Es curioso que te pasara justo cuando pregunté sobre su profesión... ¿No será actor porno, no? —indaga conteniendo la risa, al ver que no me río añade preocupada—: ¿No?

—No, ja, ja, es cirujano —digo finalmente, después de todo no es que sea mentira.

—Oh, eso es genial. ¿De los que tocan pechos o de los que salvan vidas? —inquiere más que atenta a mi respuesta.

—De los que salvan vidas —contesto orgullosa, aunque pronto ese orgullo desaparece al recordar al maleante ensangrentado tendido sobre la isla de su cocina.

—Es una pena, no podré pedirle retoques gratis —se lamenta con fingida tristeza.

—En fin... ¿Y qué tal tú? Hasta ahora solo hablé yo, aunque creo que decir que me interrogaste es mucho más preciso.

—No hay demasiado que contar, últimamente estuve pensando en bajarle dos rayitas a esto de la locura, ya sabes, el trabajo, las salidas, encontrar al amor de mi vida con el cual revolcarme veinticuatro siete. Creo que es momento de centrarme en mí, de comerme el helado que quiero sin pensar en que subiré unos gramos, de comprarme esos jeans cómodos en vez de los ajustados, de quemar esos bra con arco que de la nada se salen y te apuñalan una teta... Quiero dejar de sentir que debo buscar algo que me complete, porque ¡mierda, yo ya estoy completa!

—Genial, yo salgo del confinamiento para que entres tú —señalo no tan convencida de su decisión.

—Una de las dos debe mantener la castidad —apunta tomando una cucharada de dulce de leche y llevándosela a la boca—. ¡Maldita sea, qué bien se siente que todo te importe una mierda!

—Me hace muy feliz que busques tu paz mental, estaré aquí para lo que necesites, pero recuerda que si pasas cuatro años sin sexo es mi turno de hacer de celestina.

—Lo sé y te lo agradezco, yo también quiero que sepas que cuentas conmigo para lo que necesites. Ahora dime... ¿qué tal son los cirujanos utilizando las manos? —pregunta escondiendo una sonrisa detrás de la taza.

 

҉

 

—¿Te quedarás a dormir? —indago con cautelosa esperanza, descansar entre sus brazos siempre logra alejar todas las preocupaciones.

—Lo siento, cariño, hoy me toca estar de guardia —dice mortificado, sabe que escuchar eso nunca me hace muy feliz.

—Solo ten cuidado, ¿sí? —susurro con el corazón oprimido por la preocupación.

Con el paso de noches repartidas entre mis sábanas y las suyas, nos fuimos haciendo más cercanos, poco a poco el vínculo que forjamos fue más fuerte que cualquier amor instantáneo que pudiese encontrarse encerrado en esos pequeños frascos. Y así como nos volvimos más unidos, también creció la preocupación de que algo pudiese ir mal en sus «guardias», de momento nunca me comentó que algo peligroso pasara, pero también sé que si sucediera algo malo no me lo diría para no hacerme sentir mal.

—No te preocupes, sabes que pase lo que pase siempre volveré a ti, después de todo, volví incluso sin conocerte —se jacta con una sonrisa que me alivia un poco el corazón—. Pero antes de eso, ¿nos duchamos? —propone acariciando suavemente mi espalda mientras aparta las sábanas.

Con el estómago sobre el colchón y el trasero descubierto me deja perfectamente ubicada para un segundo round. Recorre mi columna con besos, se sienta sobre mis nalgas apoyando el peso de su cuerpo en sus rodillas y comienza a masajear mi espalda. La magia de sus dedos siempre logra hacer desaparecer la tensión que genera saberlo en peligro.




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